En una serie de conferencias sobre la historia de Cuba celebrada en La Habana a principios de 1992, el general Anatoli Gribkov, uno de los principales responsables de la operación Anádir, el despliegue soviético en Cuba en 1962, confesó con frialdad que habían logrado introducir a unos 43.000 soldados en la isla durante el verano y el otoño. Entre los asistentes se encontraba Robert McNamara, exsecretario de Defensa con John F. Kennedy, que "tuvo que agarrarse a una mesa para sostenerse" y asimilar la noticia. Los cálculos de los militares estadounidenses estimaron en el momento que no podía haber más de 10.000 rusos. Era la cifra en la que se basaron para decidir si invadir y atacar o no las instalaciones construidas por el gobierno de Nikita Jruschov.
Gribkov también confirmó que los soviéticos habían logrado instalar armas nucleares tácticas de las cuales su enemigo no tenía ni idea. "Fue horripilante. Significaba que, si se hubiese llevado a cabo una invasión americana, si los misiles no se hubiesen retirado, había el 99% de probabilidad de iniciar una guerra nuclear", le dijo McNamara a un periodista. El pulso entre las dos superpotencias, el momento de mayor tensión de la Guerra Fría, estuvo a punto de empujar al mundo a un escenario de destrucción inimaginable.
La invasión rusa de Ucrania y las amenazas —con matices— de Vladímir Putin han sembrado un escenario de pánico nuclear que, como muchos historiadores llevan meses recordando, no se presenciaba desde la crisis de los misiles de Cuba. Quizá el desastre solo se pospuso unas décadas. Por eso resulta tan revelador e importante sumergirse en las páginas de Locura nuclear (Turner), un extraordinario ensayo de Serhii Plokhy que reconstruye al detalle, con numerosos documentos soviéticos, lo que de verdad ocurrió y lo cerca que estuvo todo de explotar por los aires. "Si la crisis no derivó en una guerra abierta fue porque Kennedy y Jruschov temían a las armas nucleares y les horrorizaba la sola idea de utilizarlas", resume.
El libro fue publicado originalmente en inglés el año pasado y en una preocupante coyuntura: con la aparición de nuevas potencias nucleares como Corea del Norte y tras la retirada tanto de Moscú como de Washington del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio. Escribía el catedrático de historia de Ucrania en la Universidad de Harvard que "este es uno de lo momentos más peligrosos de la historia de las armas nucleares" y urgía a los líderes mundiales a volver a las mesas de negociaciones para renovar los procesos de control. Sin duda, la situación, a noviembre de 2022, es todavía más peligrosa.
La enseñanza más valiosa del sobrecogedor relato de Plokhy, abundantemente documentado con informes confidenciales, reuniones secretas y numerosas anécdotas, consiste en señalar los momentos en los que tanto Kennedy como Jruschov y sus principales colaboradores no supieron analizar las cartas y sus decisiones contribuyeron al empeoramiento de la crisis.
El presidente de EEUU, por ejemplo, propuso atacar los misiles soviéticos en Cuba sin saber ni sus capacidades nucleares ni el volumen del contingente militar. Su homólogo de la URSS entró en pánico al descubrir la reacción americana: creía que su enemigo aceptaría la nueva realidad, como ellos habían hecho con las instalaciones nucleares estadounidenses en Turquía y otros lugares de Europa.
Bloqueo a Cuba
Hasta el 16 de octubre, gracias a las imágenes tomadas por un avión de reconocimiento U-2, Kennedy y la CIA no estuvieron al tanto de que en "la isla de la libertad" había rampas de lanzamiento de misiles balísticos de alcance medio. "No puede hacerme esto", dijo el presidente sobre la maniobra de Jruschov. El líder soviético había trazado una exitosa operación para engañar a los estadounidenses: hacerles creer que el despliegue de militar se limitaba a misiles defensivos tierra-aire mientras desembarcaba de forma secreta las ojivas nucleares y los misiles R-12 capaces de portar cargas nucleares. En lugar de brindar respaldo al régimen castrista, las intenciones rusas radicaban en decantar la carrera armamentística en favor de Moscú.
Trece vertiginosos días se iniciaron entonces, los más peligros de la Guerra Fría. Kennedy secundó la estrategia propuesta por McNamara y ordenó un bloqueo sobre Cuba para evitar la llegada de más misiles, las defensas antiaéreas soviéticas derribaron un avión espía estadounidense en el llamado "sábado negro" y al final, tras intensísimas negociaciones diplomáticas de las que Serhii Plokhy hace al lector protagonista en su libro, Jruschov dio marcha atrás.
"Creo que tanto usted como yo, con nuestras graves responsabilidades en el mantenimiento de la paz, comprendemos que los sucesos se estaban acercando a un punto en que los acontecimientos podían hacerse incontrolables", escribiría, cuando la coyuntura empezaba a reconducirse, en una carta el presidente de EEUU a su rival. Jruschov, que poco después sería apartado de su cargo por el politburó, se definió como "el salvador de la paz", un "cordero".
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Locura nuclear puede ser probablemente el relato definitivo sobre la crisis de los misiles —Plokhy es autor también de un premiado estudio sobre el accidente nuclear de Chernóbil y ahora Crítica publica en español Las puertas de Europa, una historia sobre el pasado de Ucrania—, tanto por la cantidad de información manejada, sobre todo del lado soviético, como por encadenarla a través de una narración estupenda.
A ello contribuye la inclusión de numerosos episodios de protagonistas secundarios o impersonales, como los soldados soviéticos que fueron enviados a Cuba desde Rusia en condiciones infrahumanas: viajaron confinados, como los misiles y el resto de material bélico, en los entrepuentes de los barcos, soportando temperaturas altísimas y viendo varias veces epopeyas cinematográficas como El Don apacible. Los oficiales no les dejaron salir a tomar aire fresco hasta que se apagaron las luces de Estambul. Su tensa estancia en la isla, donde trataron de pasar desapercibidos vestidos con camisas y ropa de civiles, coincidió aun por encima con la época de huracanes.