Dicen los historiadores clásicos Tito Livio y Polibio que en torno a un vado practicable del río Tajo, en la primavera o el verano de 220 a.C., el joven general cartaginés Aníbal Barca se topó con un formidable ejército, una alianza de todos los pueblos peninsulares que llevaba varios años tratando de someter y explotar para obtener recursos y nuevos reclutas. Las exageradas fuentes antiguas señalan que el bárquida, con 20.000 infantes, 6.000 jinetes y 40 elefantes, se enfrentó —y derrotó— a los 100.000 guerreros enemigos en la batalla que involucró al mayor número de contendientes en territorio hispano hasta la llegada de los romanos.
A pesar de las supuestas dimensiones gigantescas del enfrentamiento, se desconoce el lugar exacto en el que tuvo lugar —una investigación multidisciplinar reciente ha situado el hipotético escenario entre los municipios de Driebes e Illana, en Guadalajara, aunque sin certezas definitivas—. Ese es el denominador común sobre la estela física de la presencia de Aníbal, uno de los personajes más destacados de la Antigüedad, en territorio ibérico: un difuso rastro plagado de incógnitas y de muy pocas evidencias arqueológicas.
Tras las huellas de Aníbal (Almuzara) es el viaje personal emprendido por el escritor y empresario Arturo Gonzalo Aizpiri para tratar de recabar toda la información disponible sobre los pasos que dio el líder cartaginés en la Península Ibérica antes de embarcarse en su famoso desafío a Roma. El libro, que se lee además como una seductora excursión por el riquísimo patrimonio histórico español, sobre todo de la España vacía, ofrece una semblanza del militar a través de los oppida (castros, ciudades fortificadas) que destruyó y los lugares en los que se sabe que estuvo.
Autor de una trilogía de novelas históricas sobre el propio Aníbal —El heredero de Tartessos (2009), El cáliz de Melqart (2014), Premio Hislibris a la mejor novela histórica del año, y La cólera de Aníbal (2019)—, Gonzalo Aizpiri se decanta ahora por la no ficción para solventar, a su juicio, la nebulosa de olvido que envuelve al personaje cartaginés. La obra, compilación y ampliación de los artículos de su blog, va acompañada de los dibujos de objetos o lugares hechos por el propio escritor durante sus visitas a museos y yacimientos.
"Me pregunto cómo puede ser que una figura tan evocadora como Aníbal Barca, el hombre que puso a Roma de rodillas y a punto estuvo de lanzar en una dirección alternativa el rumbo del mundo antiguo, nos resulte tan poco conocida en lo que toca a su prolongada estancia en nuestro suelo", se pregunta en el primer capítulo observando una moneda con el retrato del líder cartaginés, expuesta en el Museo Arqueológico Nacional y donde lamenta que solo haya dos paneles explicativos sobre el papel de la dinastía bárquida en Iberia.
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Sitio de Sagunto
Su realto sigue una línea cronológica desde el año 237 a.C., cuando Aníbal llegó a Gadir (Cádiz) siendo un niño y de la mano de su padre Amílcar —en esta ciudad, en el famoso templo de Melqart-Hércules, cumpliría con sus votos al héroe para que le favoreciese en el desarrollo de la segunda guerra púnica—, hasta 218 a.C. y el castrum de Kesse —o Cissa—, capital de los cesetanos y supuestamente por donde cruzó los Pirineos con su numeroso contingente militar antes de lanzarse a la conquista de Roma.
Tres ciudades fundaron los cartagineses en suelo hispano: Cartago Nova (Qart Hadasht, la "ciudad nueva" de Asdrúbal, que sería decapitado poco después por un esclavo, sobre lo que hoy es el controvertido cerro del Molinete), Akra Leuké y una tercera sin nombre (Aizpiri quiere creer que se trata de la sevillana Carmona y de los vestigios que se esconden bajo Lucentum, Alicante, capturada y arrasada por Roma en 209 a.C.).
La narración de Arturo Gonzalo Aizpiri actúa también como libro de viajes arqueológico para descubrir la historia de lugares como Heliké (¿Elche de la Sierra, Albacete?), donde Amílcar halló la muerte en un enfrentamiento con el rey oretano Orissón; o el castro vetón de El Raso de Candeleda, destruido por Aníbal durante la campaña por el centro de la península de 220 a.C., en la que también arrasó otros asentamientos como Hermandica (Salamanca, concretamente el cerro de San Vicente) o Arbucala, probablemente el oppidum vacceo que se alzaba sobre el Viso de Bamba, a dos kilómetros de esa población zamorana.
Otro de los escenarios principales de la geografía ibérica de Aníbal fue Sagunto, ciudad que sitió en 219 a.C. durante ocho meses hasta conquistarla. El autor, en su visita al yacimiento, se encuentra con una cartela que advierte de que "no se dispone de material arqueológico del célebre asedio, ya que en el siglo XX se lleva a cabo la destrucción de la vertiente sur y oeste de la montaña para extraer piedra. Algunas imágenes de la explotación muestran una gran cantidad de proyectiles esféricos, que pueden pertenecer al armamento artillero utilizado por el ejército cartaginés". Otro ejemplo de que el rastro físico del general cartaginés resulta esquivo.
Más novelista que ensayista, Arturo Gonzalo Aizpiri incluye varias suposiciones históricas para recrear con mayor dramatismo lo que las fuentes clásicas cuentan sobre Aníbal. Por ejemplo, sobre el león rugiente realizado sobre un bloque de piedra arenisca de casi una tonelada de peso y hallado en 2013 en Cástulo (Linares), dice que pudo formar parte de una puerta que el militar y su esposa íbera, Himilce, cruzaron al regresar de Qart Hadasht, donde había tenido lugar el enlace. También baraja que la dama de Baza, como mujer de la aristocracia íbera, podría ser un retrato de la propia Himilce. Conjeturas que permite la esquiva biografía de Aníbal Barca.