Medio siglo después de la conquista del Imperio azteca, la América española contaba con 241 urbes según las cifras recogidas por el cosmógrafo y cronista Juan López de Velasco. Desde el principio, las ciudades actuaron como el núcleo de estabilización e irradiación de la colonización hispana. Y el dominio del agua resultó fundamental, por cuestiones obvias, para la continuidad de la vida de los asentamientos. Ya en el segundo viaje colombino, Fernando el Católico ordenó que la expedición incorporara como técnico a "uno que sepa hacer acequias, que no sea moro". En esa coyuntura de gestión hidráulica, los ingenieros españoles destacaron sobremanera.
Un caso singular es el del fraile toledano Francisco de Tembleque, que entre 1543 y 1560 logró la construcción de un acueducto "a la romana" en el virreinato de Nuevo México con la única colaboración de los indígenas. En concreto, el gran canal tuvo un tramo de ocho kilómetros hasta Cempoala y otro de 26 hasta Otumba. La abrupta barranca de Tepeyahualco fue salvada mediante una arquería de 1.020 metros de longitud, con un arco mayor de 38,75m de altura y 17m de ancho. Para levantarla se fabricó una verdadera montaña artificial de adobe y no de madera.
Microhistorias como la de Tembleque pueblan las páginas de Un imperio de ingenieros (Taurus), una obra a cuatro manos del catedrático Felipe Fernández-Armesto y el investigador del CSIC Manuel Lucena Giraldo que narra los extraordinarios logros de la Monarquía Hispánica en el Nuevo Mundo y en las Indias orientales desde el punto de vista de la logística y las infraestructuras. Precisamente consideran que el desarrollo de este conjunto de obras y servicios fue el verdadero andamiaje que sustentó al gran poder de la primera mitad de la Edad Moderna.
"Creemos que este volumen, que ha tenido el apoyo de la fundación Rafael del Pino, explica y actualiza enfoques de historia global sobre el Imperio español", explican los autores. "El énfasis en la continuidad, la negociación requerida por toda obra pública, el mestizaje humano y la adaptabilidad de las élites de cuatro continentes, todas con mucho que ganar y poco que perder al integrarse en la Monarquía española, ofrecen explicaciones alternativas a la leyenda negra, que es una ficción tradicionalista".
El libro reivindica la escurridiza figura de los ingenieros y de sus variopintas construcciones, desde la apertura de rutas monumentales como el Camino Real de Tierra Adentro, de casi tres mil kilómetros entre Nuevo México y Santa Fe, hasta los programas de fortificación de las principales plazas, véase el desarrollado por el italiano Bautista Antonelli a finales del siglo XVI. En 1599 había construido catorce fuertes para defender los puertos más importantes del Nuevo Mundo. El éxito de esta empresa lo brindan los ataques piráticos del corsario inglés Francis Drake, que saqueó las costas españolas a su antojo en 1586 y acabó derrotado una década más tarde.
Ingeniería social
La Monarquía Hispánica se inspiró en el modelo del Imperio romano para ejecutar su red de infraestructuras a través de sus vastísimos dominios. Como los legionarios, los ingenieros españoles tenían procedencias heterogéneas: hubo frailes, sacerdotes, soldados, médicos, humanistas y por supuesto técnicos, primero forjados en la experiencia europea y luego en academias y escuelas excelentes. ¿Cuál fue el gran desafío al que se enfrentaron? "Fundamentalmente la gigantesca escala, el tamaño global, en una etapa, no lo olvidemos, preindustrial. También debían gestionar equipos de trabajo, materiales, tradiciones locales de ingeniería y ritmos desconocidos", destacan los historiadores.
Un pilar básico de la Monarquía Hispánica fueron las Flotas de Indias, que cambiaron el comercio y las comunicaciones globales —el historiador Enrique Martínez Ruiz publicó en enero un ensayo muy interesante al respecto—. "Las conexiones marítimas resultan asombrosas por su eficacia y resistencia, fundamentalmente frente a la adversidad de los océanos, huracanes, corrientes y tifones. Los piratas y corsarios, contra lo que suponen las películas de Hollywood, tuvieron muy poco éxito. Esa conexión de los puertos imperiales con los caminos creó la primera 'economía-mundo'", subrayan Fernández-Armesto y Lucena Giraldo.
También dedican en su obra bastante espacio a la ingeniería social. Suele celebrarse que los españoles llevaron los hospitales y las universidades al Nuevo Mundo, ¿pero quién tuvo acceso a estos servicios públicos realmente? "Hubo 'sanidad y educación' al tiempo e incluso antes en áreas misionales para indígenas —siempre en plural por su asombrosa diversidad— que para españoles. Dedicamos un capítulo a sus éxitos y también sus fracasos", recuerdan los autores. "Ciertamente el contexto fue de síntesis, nativos y africanos ya tenían sus propios 'médicos' y curanderos, de los que se fiaban, no de los blancos. A la Corona española esto le pareció lógico y lejos de combatirlos los reconoció".
La impronta física de esta presencia española es todavía palpable en toda América. El zócalo de México DF, epicentro actual de la ciudad, es un claro ejemplo. Pero hay multitud más: los senderos en Florida y Texas que siguen los pasos de las misiones, las docenas de fuertes que todavía integran el "corralito de piedra" español a lo largo del Caribe, o multitud de puertos, caminos, canales e infraestructuras que integran "un patrimonio cultural que debería ser inalienable y protegido".