Aunque sea suficiente con echar un vistazo al telediario o a algunas de las noticias que corren por la red a diario, no, ahora no somos particularmente crueles ni especialmente violentos. Desde que el hombre es hombre, siempre ha existido ese reverso tenebroso que ha llevado a sus gobernantes a oprimir pueblos e iniciar guerras. Pero, como cuenta el catedrático de Historia Medieval, Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña en su libro Compasión. Una historia (CEU Ediciones), ante la inhumanidad, hubo un momento a lo largo de nuestra historia en el que surgió la respuesta: la compasión.
Desde Buda y Confucio, hasta Sócrates, Isaías o Jesús de Nazaret, fue alrededor del año 800 a.C., en la llamada Era Axial, cuando surgieron los primeros maestros de esa "empatía sin matices con el sufrimiento ajeno". La compasión modificó actitudes y estructuras sociales, propuso otra mirada hacia el otro y supuso el fin de la tortura o la esclavitud generalizadas, entre otras cosas. En El Cultural, conversamos con el especialista sobre los inicios de esta revolución ética, el estado en que se encuentra hoy y los desafíos a los que se enfrenta.
Pregunta. Cita que "la compasión, en este siglo, es un arma ideológica", ¿a qué se refiere? ¿Cómo desactivarla?
Respuesta. Se debe al sobredimensionamiento de la víctima en la actual corrección política, de modo que basta con victimizar cualquier sujeto o colectivo para acallar cualquier disidencia. Ello se debe a que se aplica la hipérbole victimista por igual a dramas inenarrables y simples desgracias cotidianas. Todo ello acompañado de la priorización de unas víctimas -sobrerrepresentadas en el relato oficial o mediático- sobre otras -invisibilizadas-. Esto se desactiva recuperando el sentido de proporción en cuanto a qué es realmente el sufrimiento que merece compasión y recuperando el sentido común: ser víctima no significa necesariamente que lo que dices sea cierto.
P. En este sentido, habla de un abuso del discurso victimista, ¿por qué somos hoy más sensibles a todo tipo de opiniones? ¿Existe algún límite entre lo que puede o no ofender?
R. Somos más sensibles por razones de diversa índole: por un lado, y esto sin duda es positivo, hay una mayor conciencia social de lo que son los derechos humanos y la dignidad de los débiles desde que los genocidios de los totalitarismos quedaron al descubierto tras la Segunda Guerra Mundial; por el otro, se ha producido en los últimos años un proceso de hipersensibilización ante cualquier ofensa a un colectivo, que nos está llevando a coartar la libertad de expresión dentro de ese fenómeno que se conoce como cultura de la cancelación.
P. Quizá, en términos de Hannah Arendt, ¿se ha banalizado el concepto de víctima?
R. Sin duda, aludo a ello en mi libro. Meter en el mismo saco, por ejemplo, a las víctimas civiles de las masacres de Ruanda, Bosnia o ahora Ucrania, y a los perjudicados por algún tipo de discriminación menor en el Occidente del bienestar, me parece que es banalizar. El abuso de la hipérbole victimista banaliza.
P. Define la compasión como una empatía sin matices con el sufrimiento ajeno.¿Añadiría algo más? ¿Qué implica en sentido profundo esta definición?
R. El sentido profundo de la compasión es la pasión, es decir, que el sufrimiento ajeno produce en la persona que empatiza un sufrimiento que le lleva a estar dispuesto a asumir un sacrificio para aliviar ese dolor. Por eso la auténtica compasión significa implicación, vivir con el otro su sufrimiento, no una solidaridad fría y distante.
P. En este sentido, afirma que aún hoy seguimos teniendo que enfrentarnos a los mismos desafíos que el mundo antiguo en cuanto a la opresión y el sufrimiento ocasionado por el poder, ¿en qué momento nos encontramos? ¿Somos más o menos compasivos?
R. Son los mismos desafíos, aunque desde el fin de la Segunda Guerra Mundial los niveles de opresión y sufrimiento -al menos en el mundo desarrollado- no tienen nada que ver con los del mundo antiguo. Una vez terminaron los campos de concentración de los totalitarismos, en nuestras sociedades no hay nada parecido a las estructuras de crueldad del mundo antiguo. Somos sin duda más compasivos porque el legado doble de la tradición ética de Sócrates y Jesús de Nazaret, de la Filosofía y la Biblia, ha hecho que nuestra mirada sobre el sufrimiento ajeno sea más empática. Fenómenos cotidianos de la Antigüedad como la esclavitud, el infanticidio, los sacrificios humanos, la tortura judicial, los gladiadores o los suplicios públicos hoy día son percibidos como criminales o propios de psicópatas.
Título: Compasión. Una historia
Autor: Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña
Editorial: CEU Ediciones
Año de edición: 2021
Disponible en CEU Ediciones
Disponible en Unebook
P. Escribe sobre Jesús de Nazaret, y recuerda que él mismo nació en una sociedad traumatizada por la violencia. Si uno mira el mundo actual, la guerra en Ucrania, la crisis de refugiados que desde hace años asola Europa… ¿existen paralelismos?
R. Existen por supuesto. Hay fosas comunes con civiles -incluidos niños- masacrados. Hay trata de esclavos encubierta. Bombardeos indiscriminados de población civil. Pero insisto en que, al menos en el mundo occidental, salvo episodios puntuales como Bosnia o ahora Ucrania, no conocemos realmente el horror que es capaz de crear el ser humano, esos infiernos en vida que era algo cotidiano para algunos grupos sociales del mundo antiguo.
P. ¿Y en cuanto a la existencia del otro? Jesús mismo, como recuerda, era extranjero, ¿en qué punto nos deja esto?
R. El cristianismo introdujo en el mundo mediterráneo la idea de que el otro, el extraño, el extranjero, incluyendo al enemigo, merece nuestra compasión. Creo que esto es algo que ha sido bien asimilado tras milenios de herencia cristiana por parte de la conciencia europea, que hoy día se siente interpelada por el drama de los refugiados y los niños que mueren en las pateras o en las playas. El problema es cuando se convierte en materia de demagogia política o de hipocresía social. La compasión de telediario no es compasión. Es solidaridad de supermercado.
P. De él destaca como "la idea ética más extraordinaria de toda la historia humana" el amor al enemigo, ¿cómo cambió aquella afirmación la historia de la compasión?
R. Hasta ese momento, tanto la tradición profética bíblica como la ética filosófica griega habían planteado una compasión circunscrita o bien a un prójimo identificado con el correligionario o bien a un conciudadano de la polis o todo lo más a los demás hombres civilizados, dejando fuera a gentiles y bárbaros. El cristianismo introdujo la idea de que hay que amar al enemigo, redefiniendo al prójimo como todo ser humano, y esto universalizó la compasión.
Una vez terminaron los campos de concentración de los totalitarismos, en nuestras sociedades no hay nada parecido a las estructuras de crueldad del mundo antiguo
P. El hombre a lo largo de la historia ha sido capaz de acometer grandes atrocidades, ¿cree que no aprendemos nada de nuestro pasado?
R. No aprendemos, porque la lección se va olvidando una vez la memoria del sufrimiento se va diluyendo al fallecer los que sufrieron o los hijos de los que sufrieron. Las lecciones de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, ya están empezando a no tenerse en cuenta en el debate público actual. Leyendo a los belicistas de hoy día, que abogan por la guerra sin tapujos, uno se plantea cuán rápidamente olvidamos.
P. Escribe que la religión, guste o no, está en el origen de la no violencia y de la compasión, ¿todas las religiones? ¿Cómo se explican, partiendo de esa perspectiva, los fundamentalismos hoy?
R. Cierto tipo de religión. Las que nacen de la Era Axial. Hasta ese momento la mayor parte de la experiencia religiosa humana, salvo la del Antiguo Israel y algún otro caso, estaba manchada con la sangre de los sacrificios humanos. La compasión, incluida la de la tradición filosófica socrático-estoica, tiene una matriz religiosa. Sócrates era un personaje profundamente religioso, por ejemplo. Basta estudiar, como yo lo he hecho, de forma comparada la historia de la ética en China, India, Oriente Próximo o el mundo clásico. Y se comprueba que la actual compasión no es más que una actitud religiosa secularizada. Los fundamentalismos de hoy son ideologizaciones de la religión que es esencialmente espiritualidad y compasión. Cuando la religión consiste bien en violencia bien en la imposición político-legalista de normas, es que tiene poco de auténticamente religiosa.
P. Después de escribir sobre la compasión, ¿a qué conclusiones ha llegado? ¿Qué papel podría jugar en nuestro presente y futuro?
R. He llegado a la conclusión de que para recuperar la auténtica compasión hay que comenzar por recuperar primero la conciencia espiritual y después despolitizar la solidaridad. Mientras la solidaridad sea un arma arrojadiza que se manipula para su uso en el combate político difícilmente se podrá poner la compasión en el centro de nuestra ética social.