Confiesa Ignacio Amestoy que la idea de hacer una obra de la agonía de Miguel Hernández y, al propio tiempo, la de su amada mujer, Josefina Manresa, la llevaba rumiando más de dos décadas. Desde que enarboló su defensa del teatro documento con Gernika, un grito. 1937 y Dionisio Ridruejo. Una pasión española, publicadas por Fundamentos en 1996 y 1994 respectivamente. Aquella tentación la ha cristalizado finalmente sobre el papel. Te quiero, Miguel es el resultado.
Una pieza donde ambos hablan con sus propias palabras, que el dramaturgo bilbaíno ha ido ‘pescando’ aquí y allá, entre correspondencia, poemas y escritos varios, como la narración que nos legó la sufriente viuda sobre las penalidades que padeció junto a su marido. Hasta reconstruir el trágico desarrollo de su relación, obstaculizada por el estallido de la Guerra Civil primero y, después, por los confinamientos carcelarios a los que fue cruelmente sometido el poeta. Es decir, un arco cronológico que va desde 1936, comienzo de la contienda, a 1942, cuando fallece el poeta en la enfermería de la cárcel de Alicante por culpa de una tuberculosis pésimamente tratada.
“Los muy jóvenes Miguel Hernández y Josefina Manresa vivieron su amor más en su generosa imaginación que en su atormentada vida”, explica el dramaturgo bilbaíno en el prólogo del libro -editado también por Fundamentos- que contiene esta obra de cuño reciente emparejada con Aquiles tiene un problema. Amestoy también recuerda que en el último franquismo el autor de El rayo que no cesa era un resorte movilizador que agitaba conciencias y animaba a los estudiantes a batallar contra el régimen tiránico que lo había recluido. Eso también se le quedó troquelado en la memoria y está en el sustrato de este nuevo trabajo.
Amestoy deja constancia además en Te quiero, Miguel del impacto que le causó el asesinato de Lorca. Fue un aldabonazo definitivo en el compromiso de Hernández con la República, que, predicando con el ejemplo, demostró en el frente. El poeta-pastor pasaba a ser poeta-soldado. Aquella reacción acredita la nobleza de su alma y la coherencia de su conducta. No siempre correspondida. Amestoy, de hecho, durante la presentación del volumen en el Círculo de Bellas Artes, no ha podido resistirse a lanzarle algún venablo al artífice de Bodas de sangre. Le imputa no haber sido grato con el cariño y admiración que Hernández le profesaba. “Lorca, en su relación con Hernández, fue más bien aprovechado”. Así sintetiza un reproche que desarrolla por extenso en su artículo del último número de la Revista de Occidente (Cuando Lorca ‘prevaricó’ contra Miguel Hernández).
Hernández acudió a la llamada apremiante de su tiempo. Me voy a cumplir los años/ al fuego que me requiere, decía en su poema Llamo a la juventud. Un tiempo incendiado por la guerra. Se hizo cargo del destino del país y afrontó la responsabilidad de defenderlo de un fascismo que, al amanecer, dispensaba plomo incandescente a escritores como él (plomo hubo para todos, conste). Una decisión equiparable -como bien ha visto el poeta y profesor Jorge Urrutia- a la de Aquiles cuando decide abandonar su envidiable retiro en el gineceo de Esciros, lugar donde lo había escondido su madre, Tetis, para escurrir el bulto de la guerra contra Troya. El plan le iba saliendo bien hasta que los oráculos dejaron muy claro que, sin su hijo, no se podría derrotar a aquellos bárbaros asiáticos. Y Ulises se las arregló para reclutarle.
Del anonimato a la gloria
Ese paso trascendental, de un estadio estético a otro ético, es el que le dio pie a Javier Gomá para la segunda entrega de su Tetralogía de la ejemplaridad: Aquiles en el gineceo. En ella, se interroga sobre los motivos que le hacen abandonar aquel mullido y lujurioso retiro, que en el fondo supone pasar de un anonimato intrascendente a conquistar la gloria imperecedera. A Amestoy la lectura de este libro, con semejante conflicto en la conciencia del héroe, le pareció muy sugerente. Y muy contemporáneo. “Me llevó a considerar la tardanza de los jóvenes -y menos jóvenes- en abandonar el hogar paterno y enfrentarse con la vida, permitiendo a los padres independizarse de ellos”.
Amestoy trae a Aquiles a la actualidad. Aparecen Ferraris, el Banco Central Europeo, las tablets… Está es escrita para que tres actores interpreten a nueve personajes, lo que era habitual en la representación del periodo clásico griego, otra de sus querencias. Con estos dos nuevos títulos el autor vasco ofrece una nueva prueba de versatilidad formal y de que su magín sigue bullendo. Otro al que no le vale quedarse plácidamente en Esciros. Ni siquiera a sus 75 años...