Los miles de taxis parisinos conduciendo a las tropas galas al frente constituye una de las estampas más icónicas de la batalla del Marne, que ocurrió a principios de septiembre de 1914. Pero no menos llamativas resultan las imágenes de los soldados zuavos norteafricanos, con sus icónicos pantalones bombachos, utilizando teléfonos de campaña o, especialmente, las unidades de caballería equipadas con lanzas y sables siendo sobrevoladas por aeronaves.
La Gran Guerra fue la bisagra entre dos universos bélicos, el amanecer de una nueva era de destrucción que se inició en el Marne. El choque inauguró el terrible periodo de trincheras tras la contención del avance de los alemanes hacia París, pero fue el canto de cisne de esa forma de combatir que había dominado los campos de toda Europa desde los tiempos de Napoleón Bonaparte. En otras palabras, se trata de la última campaña del siglo XIX.
Esa es la principal hipótesis que defiende el joven historiador Ismael L. Domínguez en su primera obra, dedicada a reconstruir La batalla del Marne (HRM Ediciones) desde el prisma de la Historia Militar y a desentrañar su memoria. En las operaciones a lo largo del río francés —el frente se extendía 250 kilómetros de oeste a este y 100kms de norte a sur— se aplicaron conceptos y tácticas decimonónicas, como las maniobras a campo abierto y las cargas a bayoneta. Sin embargo, los más de dos millones de hombres que integraron los ejércitos enfrentados utilizaron armas y tecnologías nacidas del refinamiento de los procesos industriales de principios del siglo XX. El resultado: una carnicería.
En apenas una semana, del 5 al 13 de septiembre, se registró en total medio millón de víctimas entre muertos, heridos y desaparecidos. Fue la batalla más sangrienta de toda la I Guerra Mundial en términos de bajas/días, con un ratio que oscila entre 53.666 y 57.777 según los distintos autores. Las pérdidas humanas fueron muchísimo mayores que en Verdún (duró diez meses) o el Somme (cuatro y medio), con una relación de bajas por jornada de 2.333 y 7.571 respectivamente. Como resumió un corresponsal del Daily Telegraph, "un tapiz de hombres y caballos muertos alfombraba el suelo".
"El historiador François Cochet acuñó el término de 'hiperbatallas' para referirse a Verdún y el Somme, pero es que el Marne ya inauguró esa tendencia", defiende Ismael L. Domínguez, graduado en Historia por la Universidad de Alcalá de Henares. "Después de los primeros combates a mediados de agosto, el Marne constituye el punto máximo de lo que pueden aguantar unas fuerzas armadas, de que si se mantiene ese estilo de lucha anclado en las guerras napoleónicas y franco-prusiana no va a quedar un solo hombre en pie". La habitual ofensiva a ultranza ya no era efectiva, sino una rápida forma de caer derrotado.
¿Decisiva?
El ensayo recorre de forma detallada el camino hacia el Marne, la salud y armamentos de los ejércitos contingentes —el franco-británico, liderado por el célebre Joseph Joffre y John French; y el alemán, dirigido por el jefe del Estado Mayor Helmuth von Moltke—, las estrategias, las políticas y los combates en sí. Aunque especialmente rica resulta la selección de testimonios y memorias de los combatientes y personas implicadas en el fragor de la batalla para comprender su verdadera y trágica dimensión. "Se trata de una reflexión sobre la evolución del arte de la guerra en la época en la que se produce la batalla del Marne, la de la deshumanización de la guerra", sintetiza Domínguez. Su obra, asegura, pretende llenar un vacío en la literatura en español sobre el tema: "Ocupa en casi todos los estudios generales del conflicto unas pocas hojas, a veces una breve mención".
La batalla del Marne se elevó en Francia a la categoría de milagro por la inesperada victoria, prácticamente en el último momento, sobre los invencibles alemanes, con lo que quedó desarbolada la conquista de París y los objetivos fundamentales del Plan Schlieffen. Pero el autor discute esta visión: "El mito se crea cuando la Iglesia francesa pone todo el énfasis en la propaganda ultranacionalista y recoge la idea de que el éxito había sido gracias a la intervención diviina. Realmente el milagro se puede encuadrar en las ideas de Carl von Clausewitz de que cuando un ejército avanza mucho en un país enemigo y no consigue derrotarlo completamente, los defensores se refuerzan". Que se lo digan a Napoleón en Rusia o ahora a Vladímir Putin con su invasión de Ucrania.
Otra de las cuestiones más contravertidas es la de si el Marne fue realmente una batalla decisiva. Domínguez cree que no en el sentido de decantar una guerra: los alemanes se retiraron unos 50 kilómetros y cavaron unas trincheras que serían inexpugnables hasta finales de 1918. Pero sí tanto en la dimensión militar —paralizó el avance germano— como social: "Inspiró a la sociedad francesa para seguir con la resistencia e insufló nuevos ánimos de que la contienda se podía ganar, salvando al propio gobierno. Incluso algunos mandos llegaron a pensar que en tres semanas podían estar de nuevo en la frontera alemana".
El investigador dedica también un último capítulo a la memoria de la batalle del Marne en ambos bandos y a su evolución durante todo un siglo, así como a la cobertura que le dedicó la prensa española. Buceando en la hemeroteca, Ismael L. Domínguez recoge las informaciones de los periódicos de la época, como los reportes del célebre Gaziel para La Vanguardia, para concluir que no hubo ni mucho menos silencio a pesar de la neutralidad del país.