Antonio Espino López (Córdoba, 1966) se ha convertido por méritos propios en uno de los grandes especialistas actuales en el estudio de la conquista hispana de América. Dan buena muestra de ello excelentes obras como Vencer o morir, sobre la gesta de Hernán Cortés, y Plata y sangre, centrada en la toma del Imperio inca (ambas en Desperta Ferro), resultado de un trabajo de más de una década de revisión de las crónicas y la documentación primaria desde el renovado enfoque de la Historia de la Guerra, la New Military History.
Antes, en 2013, había escrito La invasión de América, publicada por RBA y que ahora, todavía en la estela del quinto centenario de la conquista de México y las reclamaciones de su presidente, resucita la editorial Arpa ampliada y revisada. Espino, catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona, realiza un profundo y documentado análisis sobre la violencia extrema, el terror y la crueldad empleada por los conquistadores españoles en el Nuevo Mundo, unas acciones ensayadas anteriormente en otros teatros de operaciones como las Islas Canarias o el norte de África y sobre las que, a su juicio, no se ha reflexionado desde una historiografía competente.
Pregunta. Invasión, violencia, destrucción… solo esos términos que aparecen en la portada ya vayan a generar rechazo en determinados círculos. ¿Por qué la de América es una memoria tan escabrosa?
Respuesta. Porque siempre, o por lo menos en buena parte de la información que tiene el público general, procede de la época franquista, donde se insistió muchísimo en unas características, todas positivas, de lo que se llamó en su momento la conquista de América: la llegada de la civilización, de la libertad, una nueva lengua, el cristianismo… Se intentó vender como una acción loable que nos diferenciaba de otros imperialismos. Esa imagen fue calando muy fuerte, y a diferencia de otros conceptos que se quisieron imponer sobre la historia de España, tipo Reconquista, que ya han sido bastante superados por la historiografía, la cuestión de América ha quedado anquilosada, en ese pasado maravilloso.
P. ¿Y las razones de que España no haya asimilado esa verdadera y trágica dimensión de la conquista de América?
R. Se oculta lo negativo. No se ha querido reconocer que como cualquier otra invasión, conquista o desarrollo imperial a lo largo de la historia, estas acciones siempre han sido muy duras, con un uso del terror y la crueldad de una forma muy evidente. No somos ninguna excepción, ni diferentes a los demás. Nuestro imperialismo también tuvo elementos durísimos. Esa información se le ha escamoteado a la población. Por lo tanto, desde nuestro presente nos cuesta entender por qué desde determinados ambientes americanos aún se nos recrimina "es que ustedes nos hicieron esto". Hay que reconocer que se hicieron cosas que desde una óptica actual nos parecen muy rechazables y punto.
En Ámerica no hubo un genocidio sino una hecatombe poblacional
P. ¿Cuál sería el lugar de partida para realizar una reconciliación histórica entre España y México?
R. Lo deseable sería una cierta reconciliación que solo puede venir si desde nuestro ámbito se reconoce, al menos mínimamente, que se produjeron excesos y que no fue un acto civilizatorio, sino uno cruento que a la larga dio lugar a un país como México, con muchísimas características y raíces hispanas. Una postura un poco más amable por parte nuestra seguramente serviría para limar asperezas y, sobre todo, lo que reclamo es que si la población española tuviese un mayor conocimiento de lo que ocurrió hace cinco siglos, entendería mejor que desde América de vez en cuanto se hagan ciertas reclamaciones, y no se rechacen per se ni se piense que es un ataque sistemático en contra tuya. Quizás esa reconciliación pudiese llegar a base de conocimiento, de conocer mejor las cosas y que en determinados ambientes no se tome como un insulto, una aberración, que te reclamen ese perdón por lo ocurrido hace cinco siglos.
P. Entonces, ¿la exprimida leyenda negra no es más que una autojustificación —consciente o inconsciente— para rebajar esa crueldad y violencia extrema de los conquistadores?
R. El problema es que como a ti nunca te han explicado lo que realmente ocurrió y las pocas referencias que tienes te llegan a través de la propaganda política de los antiguos enemigos de la Monarquía Hispánica, automáticamente no te vas a creer esas informaciones precisamente por venir de donde vienen. Por lo tanto, muchos aseguran que todo lo que se nos puede decir a nivel de leyenda negra es propaganda, nos tienen envidia. Pero realmente parte de esas informaciones son veraces, reales. Están en los escritos de los cronistas. Es más, en los de los propios protagonistas.
Hernán Cortés, en sus Cartas de relación, explica muchas de las cosas que desde su punto de vista se vio obligado a hacer para poder desarrollar una conquista en toda regla. Yo simplemente rebato lo que hace, explico cómo otros cronistas intentan rebajar el nivel de crueldad o de dureza de esas decisiones —en más de una ocasión digo que estas políticas se aplican por imperativo militar, con lo que cualquier otro, en cualquier otra circunstancia parecida, hubiera hecho lo mismo— y no hay ningún problema. Aquí el defecto es que no se quiere reconocer que nosotros también incurrimos en actos de extrema violencia. Como todo el mundo, no es ningún gran descubrimiento.
P. En el libro narra masacres, ahorcamientos, ejecuciones en la hoguera, amputación de manos como castigo ejemplarizante, etcétera, descritas por los protagonistas. Pero quizá lo más llamativo es que todas estas prácticas tienen antecedentes históricos.
R. Todas están registradas en muchísimos ambientes completamente diferentes. Ahora estoy preparando una parte de una asignatura que me ha dado pie a repasar la actuación británica en la India en las décadas finales del siglo XVIII. La Compañía de las Indias Orientales, en un par de décadas, 1760-1780, empieza a destruir la manufactura de algodón en la zona de Bengala. Los propios historiadores británicos calculan que solo los resultados sociales de esa actuación provocaron la muerte de unos seis millones de personas. Y, uno de los castigos que introducen para poder frenar cualquier conato de rebelión, también es el corte de manos. Qué ocurre a finales del XIX en el llamado Congo belga: están cortando manos sistemáticamente. Son cuestiones terribles, pero en el fondo, la forma más fácil de controlar a la gente cuando te mueves en una posición minoritaria en cuanto al número de efectivos, es usar el terror. Es tan antiguo como la humanidad.
P. Pone en tela de juicio los argumentos con los que se trata de evidenciar las bondades de la conquista hispana, como la verdadera efectividad de las leyes nuevas, la extensión de la lengua castellana o el acceso a las universidades. No todo es blanco o negro.
R. Si sacamos de contexto estas cuestiones, todo parece maravilloso, pero son argumentaciones muy fáciles de desmontar. Aunque lo más trágico de este asunto es cuando se quiere argumentar que la América hispana no era una colonia. Jurídicamente, quizá en la época no la tildaran como una colonia, pero el funcionamiento efectivo a nivel social, económico, de explotación, es como si de una colonia se tratara. Que hubiese una gran cantidad de cuerpos jurídicos de aplicación obligatoria para la población americana, las leyes de 1512-13, de 1542, de 1573, y una necesidad sistemática de renovar ese cuerpo jurídico ya implica per se que las anteriores no están funcionando o no se está aplicando. La triste realidad es que la mayor parte de estas leyes se aplicaban de una manera muy laxa.
Solo hay que recurrir al famoso informe del conde de Lemos, cuando era virrey del Perú, que visitó la gran mina de Potosí en 1670 y empezó a investigar cómo se estaban comportando con los indios que desarrollaban el trabajo obligatorio, el sistema de las mitas. Se dio cuenta de que desde hacía un siglo los indios se pasaban prácticamente toda la semana bajo tierra. Ese tipo de circunstancias hacen que sea imposible defender las bondades de un sistema colonial. Tienes testimonios que no son secundarios ni terciarios, en este caso es todo un virrey el que se queja de las condiciones de vida de esa pobre gente e intenta solucionarlo, aunque está muy limitado por las circunstancias. No es el padre Bartolomé de las Casas, sino un funcionario de máximo rango que reacciona ante unas cosas terribles.
No se quiere reconocer que los españoles incurrieron en actos de violencia extrema en América
P. En este ensayo le da mucho espacio a las narraciones de Bartolomé de las Casas, un personaje muy denigrado como fuente. ¿Por qué es valioso su testimonio y cómo hay que abordarlo?
R. Como cualquier otro testimonio, hay que leerlo con cuidado. Su obra más conocida, la utilizada por la propaganda antiespañola, la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, quizá a nivel de documento de época, es de los elementos con los que hay que tener más cuidado, porque ahí sí que buscaba impactar al lector y mover conciencia. Hay otras fundamentales del padre De las Casas, como su Historia de las Indias, donde sí explica muchas formas de actuación que puedes ir comparando con lo que te explican otros cronistas y personajes que se movieron en la misma época y ámbitos geográficos, y ves que hay coincidencias. Recuerdo el escrito de tres padres que están en Chile y le dicen al virrey que lo que De las Casas relató, ahí lo están viviendo exactamente igual. Pero es que antes ya hubo muchos testimonios y muy variopintos de otras órdenes y de diversos juristas que se quejan de una serie de vejaciones que están a la orden del día.
La cuestión no es si el padre De las Casas exagera o no; él me sirve porque explica muchas técnicas de crueldad y terror para controlar grandes poblaciones con pocos efectivos. Las cifras pueden ser exageradas o inexactas, pero con otros testimonios voy cubriendo esas informaciones. No solo es él, hay mucha más gente que te está diciendo cosas muy similares. Eso ya es más difícil de rebatir.
P. ¿La principal consecuencia de la conquista de América para la historia fue entonces la "hecatombe poblacional", como la define usted?
R. Sí. Hay un término que me fastidia mucho porque se tergiversa y manipula por unos y otros, el de genocidio. Mejor hablar de hecatombe poblacional, que es lo que realmente ocurrió. Trasladar conceptos propios de cosas terribles que han ocurrido en el siglo XX a otros ambientes no tiene sentido, además es incorrecto. En América no se produce un holocausto, en todo caso etnocidio porque hay grupos que desaparecen, pero no porque haya una política de Estado que busque su desaparición. Hubo diversos grupos que sufrieron muchísimo hasta prácticamente desaparecer. El etnocidio se produce sobre todo en determinados ámbitos en los que la actuación hispana no es tan clara: zonas de Brasil, Estados Unidos o Canadá.
Enfermedad, guerra y la aplicación de un sistema colonial muy duro por definición fue lo que trastocó todo. Los vacíos poblacionales que ocurren a un siglo vista son increíbles. Por eso el término hecatombe me gusta mucho más: define perfectamente lo que está pasando sin esa intervención directa, sin que haya una planificación que esté buscando el exterminio.
P. De este libro resulta interesante la parte de los abusos sobre la población femenina y las violaciones. ¿Se ha ocultado o realmente no se ha prestado atención hasta la coyuntura del presente feminista?
R. De todos los temas a tratar es probablemente el más complicado. En la época, en general, estas cuestiones no eran un delito o algo reprobable. A nivel documental el reflejo que van a tener esos posibles actos es muy difícil de rastrear. Antes de emprender la fase final de la conquista de México, cuando Cortés es plenamente consciente de que va a tener la ayuda de los aborígenes, procura que los europeos estén regidos por una especie de ordenanzas internas de cómo comportarse entre ellos, pero también con los nuevos aliados. Uno de los elementos en los que insiste para evitar roces con los aliados es el de no abusar de las mujeres del indio.
Al mismo tiempo, para fomentar que su gente obtuviese algún tipo de ventaja, en las campañas previas a la caída de México, después de tomar alguna ciudad rebelde, reparten hombres, esclavos, pero también mujeres. Ahí se ve como hay una pugna por quedarse con las mujeres más bellas, repartidas sistemáticamente entre la oficialidad. A ese nivel se percibe que hay una problemática que a nivel de documentación es muy difícil de rastrear. En la ampliación de La invasión de América he trabajado todo lo que he podido los testimonios de abusos. Es una temática complicada. Si ya la mujer europea está en un segundo plano a nivel documental, la aborigen es muy difícil de que aparezca.
P. También, como hacía en Vencer o morir, rebaja la importancia del armamento hispano. ¿Tuvo más efecto la propaganda para infundir el terror que el propio efecto de los arcabuces o piezas de artillería?
R. En un momento dado es significativo que el uso de la crueldad les tiene que ayudar a superar las deficiencias tecnológicas en el sentido de la cantidad. No tienen allí un ejército de 8.000 arcabuceros, 12.000 piqueros, 4.000 caballos y 20 cañones. Entonces, simplemente había que poner un poco de orden en esta argumentación: tienen arcabuces, bueno, de hecho son escopetas, una primera versión arcaica. En el fondo, aún le estoy dando más mérito a Cortés y compañía. Llevaba 13 armas de fuego en el primer ataque hacia el interior de México, y 16 caballos.
Las limitaciones tecnológicas son muchísimas. Luego los caballos, Pizarro lleva cinco veces más que Cortés. ¿Eso es caballería? No, es otra cosa. No estamos hablando de grandes cantidades de tropas armadas a la última trasladadas directamente de Europa a América, sino de grupos armados como pueden con el material disponible en cada momento, y si puede ser, con miembros en esas huestes que hayan tenido experiencia militar previa en Europa, gente que haya sido soldado. Esta gente ayuda a los demás, les enseñan. Y como se juegan la vida, aprenden rápido.
El funcionamiento efectivo a nivel social, económico y de explotación de América fue el de una colonia
P. Escribía en la introducción de Vencer o morir que "ser crítico con nuestro pasado bélico-heroico no significa ser antipatriota". ¿La historia está más politizada e ideologizada que nunca?
R. Una de las grandes sorpresas de los últimos años es que la historia está muy presente en los medios de comunicación, en las discusiones políticas… La historia siempre se ha utilizado por parte del poder. En los años 80, por ejemplo, los socialistas intentaban asimilarse al despotismo ilustrado de Carlos III, hoy en día absolutismo ilustrado. "El mejor rey de España", decían los eslóganes, porque era un monarca reformista como los socialistas (risas). La idea de buscar un anclaje en el pasado es muy típica. Pero en los últimos años, por diversas circunstancias, la historia tiene un recorrido muy notable. El ensayo y la novela histórica están vendiendo más que nunca. Hay un público ávido de informarse, eso como mínimo ya es importante.
P. ¿El éxito de libros como los de María Elvira Roca Barea evidencian una ansiedad de autoestima española? ¿Por qué tienen tanta acogida esos postulados?
R. Autoestima acrítica española. Justamente es eso. Viene una autora, que encima no es historiadora, sino filóloga, y yo he leído —no sé si ella me lee a mí— un artículo suyo fantástico sobre la recepción en España de Vegecio en los siglos XIV-XV. Me parece una autora para cuestiones de literatura castellana del siglo XIV-XV muy relevante, muy buena. El tema es que moviéndose en círculos de artículos de este calibre la leeríamos un público muy reducido. Lo que ha pergeñado aquí a nivel de historia es más bien un panfleto político, como lo definió el profesor Villacañas.
Tiene un público cautivo en el sentido de que está ansioso por recibir un tipo de producto que no les haga pensar más allá de que existe y siempre ha existido una gran conspiración para limitar nuestros grandes hitos históricos. Este público, que se puede asimilar fácilmente a sectores conservadores, está ansioso por que alguien les explique las supuestas conjuras contra la grandeza de la patria, y reaccionan de una manera increíble porque solo hay que ver el volumen de ventas de Imperiofobia. Entonces por eso digo que me siento tan patriota como cualquiera, pero mi interés historiográfico es cómo los españoles ejercieron la violencia en América, cómo justificaron o intentaron encubrir los cronistas de la época de la mejor forma posible que existiese esa violencia. No busco tanto contrastarla.