El Conde de Torrefiel y su obra 'anti-voyeur' y 'sin imágenes' sobre el amor
La compañía teatral presenta en el Condeduque su última creación escénica, 'La luz de un lago', una obra sensorial que rompe con las leyes de la imagen y el sonido.
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¿Cómo sería una obra de teatro donde el sonido prevaleciera sobre la imagen? La luz de un lago, la última interesante propuesta escénica que firma El Conde de Torrefiel, fundada y dirigida por Tanya Beyeler y Pablo Gisbert, busca responder a esta cuestión con el amor en sus múltiples formas como hilo conductor.
En escena, un chico y una chica se conocen en un concierto en Mánchester en 1995, dos amantes homosexuales se citan en un cine decadente de la Atenas de 2012, una abuela y su nieta se ven en el París actual o, en un futuro cercano, en Venecia, un relato nos habla del amor a un ideal o a una idea de arte.
A través de estas historias ambintadas en cuatro ciudades distintas y en diferentes épocas, la obra, que podrá verse en el Centro de Cultura Contemporánea Condeduque del 23 al 26 de enero, "teje una dramaturgia que se articula como una estructura de historias dentro de historias, similar a las matrioskas", apunta Beyeler.
"El amor es el hilo conductor de estas tramas por ser un tema universal, un lugar común capaz de resonar de manera inmediata en cualquier persona y que nos ha servido para hacer de contrapunto a una puesta en escena conceptual". En ese sentido, continúa, "la pieza se construye sobre esa sensación de complejidad, de un motor misterioso que todo lo mueve y que se lleva a cabo en escena a través de la escenografía, los materiales, el sonido y las luces".
En una época anegada de imágenes, La luz de un lago prioriza lo que se escucha a lo que se ve, en la línea de trabajo sonoro que lleva desarrollando la compañía en sus anteriores propuestas teatrales. “La ceguera en la obra no es una limitación literal de los personajes, sino una interferencia deliberada y formal en la visión para el público (o en su expectativa de ver). De alguna manera esta pieza es anti-voyeur, lo visible nunca se muestra de forma acabada, sino que permanece latente, en constante movimiento y transformación, dejando espacio para que el espectador complete las imágenes con su propia percepción", explica Beyeler.
Con referencias a figuras como R. W. Fassbinder, Pasolini y Margaret Thatcher y grupos como Massive Attack, Joy Division y Nirvana, la obra, además de explorar la ceguera como símbolo, aborda temas como las clases sociales y los diferentes contextos económicos.
"Estas reflexiones se hacen visibles a través de referencias culturales y de época, como el escenario de Mánchester en los años 90 donde se ambienta la primera historia, la decadencia industrial y el auge del neoliberalismo, o Atenas durante la crisis económica de la primera década del siglo XXI. También se destaca el clasismo en el acceso al arte y la agresividad de las grandes ciudades contemporáneas", desarrolla.
Para ello, la compañía trabaja con una “construcción incesante de la imagen, un devenir que no concluye nunca, que no se conforma”. En escena, explica la directora y dramaturga, "tres técnicos –Mireia Donat Melús, Mauro Molina e Isaac Torres– activan la escenografía, la construyen, la mueven, la descomponen en un perpetuum mobile de elementos que se distinguen por su materialidad y consistencia: cartón, metal, tela, pintura, barro y agua. La figura de los tres cuerpos también está desdibujada, es una imagen borrosa: a veces parecen personajes, a veces están pero no se ven como fantasmas, a veces son meros maquinistas".
Presentada como una película en al que "el público no ve", La luz de un lago es juega con la imaginación de los espectadores "a través de la narración, la música y el movimiento" con la idea de que la experiencia teatral trascienda lo visual "lo esencial no es lo que se muestra, sino las emociones que se provocan, las sensaciones a las que apela y las imágenes que se evocan”.