Tiempo de monólogo en nuestras tablas
El buen teatro no depende del tamaño pero la omnipresencia de este formato denota la falta de músculo de nuestra industria escénica
22 diciembre, 2023 02:29Falta de músculo empresarial. Nada menos que tres monólogos (Ramón María del Valle Inclán, Todas las canciones de amor y Prima facie) reúne nuestra selección teatral. La cosecha ha dado muchos más: El viaje del monstruo fiero, La cordura loca de lady Macbeth, 4.48 Psicosis, Rabia, Poncia... El buen teatro no depende del tamaño, desde luego, y ahí queda para el recuerdo la pirueta de Pedro Casablanc, solo y sin red, dando vida a Gómez de la Serna, trazando a su vez la biografía de Valle, en una síntesis del summum del arte interpretativo para gozo de un respetable maravillado.
Pero este aluvión monologante en los escenarios tiene su envés, revela en mi opinión falta de músculo empresarial del sector y de interés en promover obras con ambiciosos elencos; también que los actores, directores y autores andan entregados –quizá como consecuencia de lo anterior– a un extremado individualismo y pagados de mucho yo. La situación me trae a la memoria a Sanchis Sinisterra, cuando harto de que todo el mundo le pidiera obritas para dos actores tras el éxito de ¡Ay, Carmela!, escribió en 1989 Los figurantes, con dieciocho personajes.
Es comprensible que el teatro privado busque la rentabilidad, pero el
teatro público debería explotar más la cualidad de este arte colectivo, que sobre todo integra a actores que alimentan y afinan su técnica interactuando entre ellos (y el público). Ha habido producciones de elencos numerosos (Falsestuff, de Nao Albet y Marcel Borrás, obra discutible de estos artistas a los que elevamos al pódium de la lista por su montaje más íntimo, Valor, agravio y mujer, Coronada y el toro, El sueño de la razón, El proceso...). Pocas para recordar, la verdad. Es, sin embargo, el reducto de los musicales el que da oportunidades a los actores –a los versátiles en canto, baile e interpretación–, de lucirse en nutridas compañías, como se ha podido ver en The Book of Mormon, el más señalado del año.
"Es tristemente revelador que en nuestra lista de las 10 mejores obras teatrales solo haya dos compañías estables"
Cifras preocupantes. Vivimos en un Estado cultural que ha hecho del teatro una actividad dependiente de las administraciones públicas. A pocos parece preocuparles la situación, pero entre los efectos de esta apropiación política de la actividad teatral se observa una hiperinflación de espectáculos con un excedente de títulos inanes, de temáticas acordes con los temas políticamente reglados (feminismo, ecología, antifranquismo…), donde a veces solo se salva el alarde de recursos tecnológicos (y la horrible costumbre ya instalada entre los intérpretes de usar micrófonos para actuar).
El Anuario de la SGAE relativo a 2022 reveló que hubo 7.44 millones de espectadores de artes escénicas, que es un 52% de los registrados en 2019. Los desniveles de producción de espectáculos, sin embargo, no fueron tan grandes, se estrenó un 14,6 % menos que en el año prepandémico.
Hay falta de criterio en las programaciones de los teatros públicos, y las políticas de las administraciones, que son caprichosas, atienden más a los gustos personales del mandamás de turno que a un estudio que detecte las debilidades del sistema, fije funciones y objetivos y promocione el teatro entre los ciudadanos. ¿Qué sentido tiene invertir en obras que van a tener una vida escasa en representaciones?
Políticas que abran líneas de investigación y apoyen a compañías para que trabajen con continuidad. Es tristemente revelador que de la lista de 2023 solo haya dos formaciones estables: Joglars, con más de cincuenta años, y que este año ha estrenado El rey que fue, su 41º espectáculo dedicado al rey emérito Juan Carlos I. Y la de Angélica Liddell, afincada en Francia y con apoyo español, que sorprendió escenificando su propio funeral en Vudú (3318) Blixen.