David Selvas –en calidad de actor– y Emma Vilarasau coincidieron bajo la dirección de Silvia Munt en un montaje de La respuesta, de Brian Friel. En medio de ensayos se confesaron una cosa: que se tenían ganas. Ella quería ponerse bajo sus órdenes. Él le dijo que creía que había una obra en la que podía brillar particularmente. Vilarasau, por su parte, le comentó que tenía una querencia particular por un título. Cuando voltearon sus respectivas cartas, constataron que era la misma: Todos eran mis hijos, de Arthur Miller.
El fruto de aquella convergencia lo muestran en el Teatre Lliure de Barcelona (Montjuïc) a partir de este miércoles. “Las tres grandes obras de Miller son Muerte de un viajante, Panorama desde el puente y Todos eran mis hijos. Aunque, para mí, la mejor de todas es esta última. Muerte de un viajante presenta a un personaje maravilloso, al borde del realismo mágico. Todos eran mis hijos, por el contrario, es una pieza más vasta, más coral”, apunta Selvas, que tiene todavía en el Teatro Español La importancia de llamarse Ernesto (hasta el domingo).
Miller escribió el texto a cara de perro. Tras el fracaso de su primer pinito teatral (The Man Who Had All the Luck), se concedió una última oportunidad para hacer carrera como dramaturgo. Estrenada en Broadway en 1947, la obra cuajó, hasta el punto de que solo un año después ya había versión cinematográfica, dirigida por Irving Reis y con Edward G. Robinson y Burt Lancaster. Nada menos.
La trama parte de una noticia sobre una mujer que había denunciado a su padre por haber vendido piezas defectuosas al ejército estadounidense
El autor neoyorquino zahería el sueño americano, un empeño que convertiría en especialidad de la casa. La trama parte de una noticia que leyó en la prensa, sobre una mujer que había denunciado a su padre por haber vendido piezas defectuosas al ejército estadounidense durante la II Guerra Mundial.
Miller emplea este punto de partida para retratar cómo los valores que habían impulsado a su país a luchar contra Hitler se estaban degradando por el culto al dinero azuzado por el capitalismo. “En Todos eran mis hijos abre un agujerito por el que mirar la vida de una familia, con sus secretos, miedos, mentiras… Vemos su desmoronamiento en tiempo real”, concluye Selvas.