Solo el prodigioso sentido del humor, la explosiva erudición y la desbordada inventiva de Ron Lalá podrían fundir en una misma fragua los mundos galácticos de Ray Bradbury, Douglas Adams y Kim Stanley Robinson con las corralas madrileñas de Bretón, Chapí, Chueca y Valverde. Solo la dramaturgia de Álvaro Tato (Madrid, 1978) y la dirección de Yayo Cáceres (Curuzú Cuatiá, Argentina, 1965) podían trasladarnos a Martid, una ciudad imaginaria de Marte –¿o no tanto?– habitada por unos extraños vecinos que celebran una verbena castiza justo en el momento en el que aterriza en el planeta rojo una nave terrícola conducida por su capitán y su androide Trasto.
“Al llevar el mundo castizo a Marte buscamos una perspectiva humorística de nuestra gran herencia teatral”. Álvaro Tato
Solo Ron Lalá podría completar la aleación con un menú musical compuesto por chotis, pasodobles, pasacalles y romanzas, entre otros estilos, que nos llevan a la zarzuela, al género chico, al teatro por horas, al entremés barroco, a la comedia de disparates e incluso a la chirigota gaditana.
Solo Ron Lalá, en fin, podría haber levantado Villa y Marte, un “sainete cómico-lírico de chulapos mutantes” que llegará a los Teatros del Canal el próximo 14 de abril para contar la historia de amor entre un astronauta y una marciana de ocho ojos. ¿Disparatado? Todo es posible en los confines del universo de Tato y Cáceres y de su guardia pretoriana, formada Juan Cañas, Íñigo Echevarría, Fran García, Miguel Magdalena, Diego Morales y Daniel Rovalher.
Castizo y costumbrista
En Villa y Marte la formación conserva la estructura y el aroma clásico de entregas como En un lugar del Quijote (2013), Cervantina (2016) y Andanzas y entremeses de Juan Rana (2020). Estamos ante un homenaje al sainete castizo y costumbrista que, como apunta Tato a El Cultural, “no deja de ser heredero del sainete dieciochesco de Ramón de la Cruz y de los géneros breves cómico-musicales del Siglo de Oro”.
Este poso clásico podrá detectarse en el empleo sistemático del verso (romance, redondillas, décimas, seguidillas...), en el tipo de personajes y en el esquema de comedia de enredo “pasado por el callejón” que se detectan en los libretos de obras como La verbena de la Paloma o La Revoltosa.
“Se trata desde luego de un salto al vacío sideral y de un juego paródico. Al llevar el mundo castizo del XIX a Marte intentamos conseguir, gracias a esa distancia, una perspectiva humorística sobre esa parte de nuestra preciosa herencia teatral y musical”, señala el autor, que ha culminado su particular relación con el género chico después de experiencias como Zarzuela en danza y El sobre verde, ambas integradas en el Proyecto Zarza del Teatro de la Zarzuela.
Humor como amalgama
“Es una locura muy pertinente”, tercia el director Yayo Cáceres, para quien lo importante de la puesta en escena de Villa y Marte es su color y su textura: “Podría ser un domingo de un pueblo cualquiera. El humor es la amalgama de todo cuanto ocurre en escena. Es algo que tiene que estar en nuestra vida. Todo está pensado para el público, para esa asamblea multitudinaria que es el hecho teatral. Aunque el espectador ha cambiado, puesto que los ritos sociales y las preocupaciones son ahora distintos, la condición humana sigue siendo igual. El teatro siempre ha pasado por los mismos sitios estéticos”.
Fundir las historias contenidas Crónicas marcianas, Guía del autoestopista y Marte rojo con las de La Gran Vía, Agua, azucarillos y aguardiente y El año pasado por agua supone supone un largo proceso en equipo en el que tiene mucho que decir el compositor Miguel Magdalena, principal catalizador de las músicas que aparecen en los artefactos escénicos de Ron Lalá. Villa y Marte no ha sido una excepción.
Ritmos de todo tipo
“Me gusta trabajar primero las partituras instrumentales y los nudos musicales de los personajes –desvela Magdalena–. Compongo pensando en el lenguaje musical que quiero dar a la obra. Siempre se dan nuevas situaciones en los ensayos, por lo que muchas veces componemos pensando en ese momento concreto. Es la parte del proceso que más me gusta, ya que no cuenta con el mismo tiempo que la anterior y te obliga a ser más práctico”. Tato ve Ron Lalá como “una compañía de teatro musical”. Por eso en la nueva entrega aparecen géneros y ritmos de todo tipo con una sonoridad muy particular, “capaces de crear las atmósferas y situaciones de cada una de las escenas”.
Desde que el grupo puso a rodar Villa y Marte en febrero en Valladolid la acogida ha sido, según recuerda Tato, de “absoluta complicidad”. No parece que hayan decepcionado con esta reinvención del género chico porque, explica, no es un fenómeno meramente castizo: “Dejó una huella muy honda durante décadas en los públicos de lengua hispana a ambos lados del Atlántico. Además de la habitual conexión ‘ronlalera’ se ha producido un reconocimiento y una corriente de simpatía con un género relegado pero en ningún caso olvidado. No creo que se encuentre abandonada la zarzuela en general ni el género chico en particular [nos hace notar la diferencia entre ambas por ser éste último solo una etapa de aquélla] existiendo el Teatro de la Zarzuela e iniciativas de diversas compañías e instituciones en torno a esta herencia”.
Nuevas partituras
Cáceres no cree que exista un abandono total pero pugna por un mayor número de nuevas zarzuelas y sainetes que sean capaces de entroncar con la época actual: “Es el género de cabecera de España. Hay que defenderlo”. Reivindicación que refuerza Tato deseando que aparezcan nuevas partituras y libretos, propuestas que redescubran su caudal creativo.
¿Partirán hacia Venus el osado capitán y la chulapa postinera mientras cuelgan los farolillos sobre los cráteres marcianos y los alienígenas bailan a ritmo de chotis pensando en la crisis climática y el futuro de nuestra sociedad? Solo Ron Lalá lo sabe.