Junto con Tomás Bretón y Felipe Pedrell, Ruperto Chapí fue el gran adalid de la ópera en nuestro país hacia fines del XIX. Tuvo siempre como norte y casi única preocupación triunfar no en la zarzuela, sino en el gran género. Siete de los títulos de su catálogo son óperas sin discusión de ningún tipo: Las naves de Cortés (1874), La hija de Jefté (1876), La muerte de Garcilaso (representada en Toledo hace unos años a iniciativa del tenor Rafael Lledó) (1876), Roger de Flor (1878), La serenata (1881), Margarita la Tornera (que exhumó elReal) y Circe (1909), que se repondrá la temporada que viene en el Teatro de la Zarzuela.
A este coliseo regresa también, seis años después de su anterior escenificación, una de las obras ‘menores’ del músico de Villena: El rey que rabió, aunque en una nueva producción que viene firmada por la fantasiosa Bárbara Lluch, de quien recordamos la tan lustrosa recreación hace tres temporadas de La casa de Bernarda Alba de Miquel Ortega. La zarzuela, con libreto de Miguel Ramos Carrión y Vital Aza, consta de 19 números, en los que, en una fábula no exenta de ironía y de sabor crítico, un rey encuentra el amor durante sus correrías. El compositor, como señalaba el musicólogo y crítico de El Cultural Luis G. Iberni, supo aunar en la rica y variada partitura momentos de la más diversa condición obteniendo un precipitado en el que advertimos decididas y definidas influencias de las operetas francesa y vienesa, el flujo y la gracia melódica de los compositores bufos italianos y claras acotaciones derivadas de la música popular española.
Se emplea, como ya se hiciera en la última puesta en escena, la edición crítica del ICCMU firmada por Tomás Marco. Y se cuenta también en este caso con un tenor para el papel principal, el del monarca. Aquí se lo reparten Enrique Ferrer, lírico-spinto de excelente pegada y acusado vibrato, y Jorge Rodríguez Norton, que va subiendo escalones merced a su buena disposición manejando una voz de lírico de timbre algo apagado. Naturalmente, darán un juego muy diferente al que proporcionaría una voz de soprano o mezzo, que era la opción elegida por Chapí, que seguía la tradicional costumbre de los travestidos en un tiempo, cierto es, en el que no sobraban los tenores líricos de fuste. La parte fue creada por la soprano Almerinda Solerdi Franco, una llamada tiple grave.
El personaje de Rosa estaba pensado para una tiple aguda. En esta producción lo acometen dos lírico-ligeras, Rocío Ignacio, de metal penetrante, y Sofía Esparza, de espectro rico en armónicos. En el extenso elenco aparecen asimismo avezados intérpretes, como, el gran bajo bufo Carlos Chausson (el General), la mezzo, siempre tan profesional, María José Suárez (María), además de Miguel Sola, José Manuel Zapata (volviendo a sus orígenes sobre un escenario), Carlos Cosías, José Juilán Frontal... La dirección musical está a cargo de Iván López Reynoso, actual titular del Bellas Artes de México.