“Si la música es el alimento del amor, / tocad, dádmela en exceso, de manera que, / saciado, el apetito mengüe y muera./ ¡Repetidme ese trozo de lánguida cadencia!”. Shakespeare, que se delataba constantemente en sus personajes, hace que Orsino, duque de Iliria, arranque con este endiablado ritmo Noche de Reyes (o Noche de Epifanía o lo que queráis), una de las grandes comedias del Bardo de Avon en la que dinamita todas las convenciones posibles sobre la identidad para convertirla en una fiesta interminable, libre de prejuicios tóxicos, repleta de vida y con guiños a una actualidad difícilmente rastreables en otras piezas del genio inglés.
“Shakespeare nos dice desde el principio que no hay certezas. O por estar disfrazado o por no conocerse, todo está por hacer, todos los personajes están incompletos, como en un naufragio”.
Así era Shakespeare. Algo parecido a la libertad. Escrita hace 420 años, esta Noche de Reyes sugiere, como señala Stephen Greenblatt en El espejo de un hombre (Penguin Random House) “que al fin y al cabo el género no es la cuestión principal”. Orsino por Olivia, sir Toby por María, sir Andrew por cualquiera de las dos, Viola por Orsino, Olivia por Cesario, es decir, por Viola (y después, igual que Antonio, por Sebastián y viceversa), Malvolio por sí mismo... De esta forma tan frenética lo ve Álvaro Tato (Madrid, 1978), autor de la versión que, junto a la dirección de Helena Pimenta (Salamanca, 1955), estará en el Teatro Español a partir del 20 de enero.
“Shakespeare nos dice desde el principio que no hay certezas. Viola dice no ser lo que parece y esta frase se repite acto a acto y su contraria; lo que es, es. O por estar disfrazado o por no conocerse, todo está por hacer, todos los personajes están incompletos, como en un naufragio”, sentencia a El Cultural Pimenta, que vuelve a reencontrarse con Ur Teatro, compañía fundada por ella en 1987 y con la que consiguió el Premio Nacional de Teatro en 1993 por El sueño de una noche de verano. Shakespeare precisamente. Shakespeare en cualquier tiempo y lugar. Y es que Ur produce el montaje junto al Teatro Español, dos exponentes de una ecuación sin los que hubiese sido imposible este proyecto, reconoce la directora.
“Un shakespeare, un gran elenco, un formato medio-grande…” Sus dimensiones rompen las costuras de estos tiempos no aptos para grandes equipos. Pero volvamos al “naufragio” que nos propone Shakespeare. Nos encontramos en Iliria, un lugar inverosímil donde el tiempo parece haberse detenido. El mar trae a Viola, que se ha salvado de la muerte en un terrible naufragio en el que perdió a Sebastián, su hermano gemelo. Sus ojos y su voz mueven el mundo, lo agitan hasta que este puede contemplarse a sí mismo y revivir...
Una de las principales características de la obra, explica Greenblatt, es el contacto con la realidad: “Al igual que lo que ocurre con cualquier autor cuya voz lleva años apagada y cuyo cuerpo ya está totalmente descompuesto, todo lo que queda son las palabras escritas en unas páginas, pero antes incluso de que un actor de talento haga que las palabras de Shakespeare cobren vida, esas palabras contienen la presencia activa de una experiencia vivida y real”. En este caso, los “actores de talento” que harán volar el verbo shakesperiano son Haizea Baiges, Carmen del Valle, José y Sacha Tomé, Rafa Castejón, Patxi Pérez, Victoria Salvador y David Soto. Para Pimenta, la pieza es Shakespeare en esencia: “La razón se encuentra a merced del impulso insensato en el que todos nos reconocemos. La pieza nos invita a vivir como real el sueño de lo que no somos, a conocernos para poder amarnos a nosotros y a los demás, a viajar por la imaginación para volver más sabios a la realidad".
Ese retorno tiene mucho que ver con la necesidad de renacer ante cada obstáculo, en cada pérdida. “La muerte ronda desde el principio –anuncia la que fuera directora de la CNTC–. Nos descubrimos en lo que nos falta, en la ausencia y en la carencia como etapas de un viaje en el que aprendemos, escarmentamos y nos equivocamos. En nuestra propuesta, el mar nos trae el rumor de lo que perdemos y nos devuelve a la vida. La paradoja siempre. Y, al lado, la fiesta del teatro, de la risa, de los deseos, de los juegos de palabras, del más hermoso lirismo junto a la más pesada broma o la más lúcida humorada”.
Según Tato, que ha firmado junto a Pimenta títulos como La dama duende (2017) y El castigo sin venganza (2019), “esa Iliria ficticia, caliente y marinera somos nosotros cuando duermen las convenciones y despiertan las ansias: la nave de los locos, el carnavalesco mundo al revés donde se invierten los valores y las condiciones, donde el criado juega a ser amo, la mujer hombre, la hermana hermano, el bufón, cura... Como la carta que María deja a Malvolio para urdir la burla (otra clave del Carnaval, por cierto, es la risa contra otro), toda la pieza nos invita a vivir como real el sueño de lo que no somos”. El integrante de Ron Lalá, que prepara ya con la compañía el estreno de Villa y Marte, también coincide en que Noche de Reyes es un canto de superación del dolor y de la pérdida pero va más allá: “Nos habla de la necesidad de amar, del precio de la ambición, de los confusos laberintos de nuestra identidad, de la vida como fiesta... Es una celebración disparatada de la condición humana”.
No han faltado, claro está, versiones en nuestra cartelera de esta “fiesta” shakesperiana. La más sonada fue la que realizó Yolanda Pallín (versión) y Eduardo Vasco (dirección) en 2012. Entonces el planteamiento de aquel tándem revelador se dejaba llevar por lo rítmico, al considerar, señalaba Vasco a El Cultural, que “la música te guía, te marca y tiñe la escena desde el texto mismo”. Pallín y Vasco pusieron entonces otro hito en nuestras tablas con Beatriz Argüello y Daniel Albaladejo sobre el escenario. “Shakespeare es habitualmente un todo o nada”, resumía Vasco consciente de que se enfrentaba a una ruleta rusa en la que siempre te pone el autor de Mucho ruido y pocas nueces.
Ruleta rusa fue, desde luego, la propuesta que trajo el británico Declan Donnellan –shakespiriano por excelencia junto a su compañía Cheek By Jowl– a Temporada Alta en 2017. Entonces, y un año después en el María Guerrero, cambió, patrocinado por el Festival Chéjov de Moscú, la fonética inglesa del Bardo por la rusa interpretando Noche de Reyes con un reparto íntegramente ruso y masculino. Quien no renunció al inglés para llevar a cabo la “celebración” de Shakespeare fue la versión que llevó Edward Hall también al certamen gerundense con la compañía Propeller. El director optaría por el humor y la fisicidad para dar vida a un clásico que también inspiró (solo eso) a Adolfo Marsillach en Noche de Reyes sin Shakespeare, uno de sus últimos textos donde narraba las conversaciones de un actor acabado con una niña de doce años (estrenada por Mercedes Lezcano en el CDN en 2003).
Como en cada representación, como en cada incursión en este texto sublime anclado a orillas del mar, Shakespeare nos lanza una y otra vez a la arena para, como señala Pimenta, renacer siempre. Morir y volver a nacer. “En sus comedias –explica–, en medio de la risa y de la pena, hay un viaje hacia el peligro, hacia lo desconocido, donde habita la identidad que necesitamos conocer. El disfraz, la pasión, la burla, los juegos de palabras y la poesía acuden en nuestra ayuda y descifran los mecanismos del conocimiento del alma del mundo y de la de cada uno de nosotros”.
Culmina la metáfora del naufragio Álvaro Tato, que ve en los enredos de Noche de Reyes un cruce de pecios en pleno hundimiento. “Puro artefacto teatral”, señala, que se sostiene (habría decir que flota) gracias a malabarismos conceptuales que ha intentado trasladar a nuestro idioma “sin traicionar su agudeza, sus múltiples capas como aceros de doble filo”. Gran momento –nos anima el también actor y poeta– para volver a vivir juntos esta noche y “dejarnos llevar por los delirios del deseo, los disparates del lenguaje, los desafíos irresueltos, las burlas crueles, las ilusiones ardientes, las borracheras, los batacazos, los triunfos y los anhelos”. Quizá por eso Shakespeare cierra la obra, transubstanciado en Bufón, con la música que reclamaba Orsino con urgencia al inicio: “El mundo comenzó hace ya mucho tiempo, / con el ¡eh!, con el ¡oh!, con el viento y la lluvia, / mas eso ya no importa: la obra ha terminado/ y nos esforzaremos en siempre complaceros”.