Woody Allen devolvió la esperanza a muchos hombres acomplejados. Verle a él, un enclenque hipocondríaco con gafas de culo de botella, calvicie más que incipiente y dicción dubitativa, despertar la atracción de tantas mujeres atractivas e interesantes en sus películas fue un revulsivo para varones (la mayoría) alejados del perfil donjuanesco. En Sueños de un seductor, en origen un texto teatral que gozó de mucho éxito en Broadway, sentó las bases de esa reafirmación de los poco agraciados físicamente. Ramón Paso lo recupera ahora para la reapertura del Teatro Lara, donde podrá verse su versión a partir de este viernes.
Asegura Paso a El Cultural que ha sido muy fiel a la literalidad original: “He modernizado algunas cosas, he tocado algún detalle aquí y allá, cambiado alguna escena de orden, y poco más”. Cambios introducidos sobre todo al hilo de los ensayos con el elenco: Ana Azorín, Inés Kerzan, Ángela Peirat, César Camino y Carlos Seguí. “El público verá la versión de Sueños de un seductor más Woody Allen hasta el momento”.
Confiesa, por otra parte, que su intención inicial era trasvasar a las tablas la película de Allen Midnight in Paris, pero que luego se dio cuenta de que Sueños de un seductor le motivaba mucho más. “Porque es una comedia muy graciosa y un romance muy romántico. Es muy difícil que una obra tenga un equilibrio tan perfecto”, aduce.
A Paso también le encanta la moraleja de fondo. El protagonista intenta resarcirse del abandono de su mujer desplegando un ejercicio de seducción masivo. Pero su estrategia de impostar la dureza de Humphrey Bogart, a quien tiene como modelo de éxito en asuntos de faldas, le aboca inevitablemente a hacer el ridículo. “Esta obra dice que no hace falta parecer se al estereotipo de matón chulesco para seducir, y que uno puede ser fiel a sí mismo. Dice también que las mujeres no son bobas y que no se dejan engañar. En realidad, es un mapa de carreteras para entendernos con el otro sexo”, explica Paso.
“La justicia dice que Allen es inocente pero internet ha decidido que es culpable. Ese es el problema”. Ramón Paso
En su puesta escena opta por la sencillez. Texto, interpretación y luz. “Y todo lo demás son añadidos que sobran”, afirma categórico. “He ido a lo concreto. Cuando tienes un texto tan poderoso como este de Woody Allen, el director tiene que convertirse en un ladrón de guante blanco, que puede haber tocado y estado en todas partes, pero, al terminar, apenas ha dejado rastro”. Bonita metáfora para describir lo que podría denominarse ‘dirección invisible’, extremadamente respetuosa con el material dramatúrgico de partida. Allen, por cierto, renunció a llevarla él mismo al cine. Eran los primeros 70 y alegó que todavía no se sentía preparado para hacerlo como es debido. Cedió los trastos a Herbert Ross, que tuvo a sus órdenes a Diane Keaton, musa por entonces del cineasta neyorquino.
Un terreno complicado
Allen, en la actualidad, suscita corrientes viscerales de antipatía, hasta el punto de tener muchas dificultades para estrenar sus películas. Paso, en mitad de la refriega, consigna sólo una reflexión: “El problema con Allen es que mientras la justicia ha dicho que es inocente, Internet ha decidido que es culpable. Y ahí entramos en un terreno muy complicado. El año antepasado todo el mundo era juez experto en denuncias de acoso; el año pasado, todo el mundo era experto en energías renovablesy ecología; y ahora todo el mundo es epidemiólogo. Yo desconfío de Internet y me fío de los jueces. No me queda otra. Internet cambia demasiado de opinión”.