Gómez y Mayorga
Director y autor reflexionan sobre el terror en 'La paz perpetua'
17 abril, 2008 02:00José Luis Gómez dirigiendo a Israel Elejalde y Julio Cortázar
El día 24 se estrena en el Centro Dramático Nacional de Madrid La paz perpetua, que ha unido al director de escena José Luis Gómez con el autor Juan Mayorga. El espectáculo lanza preguntas sobre ciertos debates morales que se suscitan en una sociedad amenazada por el terrorismo como la nuestra. Una obra que interroga sobre el lugar que ocupa la razón en nuestros días.
Advierte el escritor que él no ha escrito una obra de denuncia, ni éste es un espectáculo sobre un país concreto, ni sobre las negociaciones del Gobierno con ETA, ni nada que haya sido tratado en un periódico y ni mucho menos una tesis...: "Yo hablo del poder o de la impotencia de la razón en nuestros días; en realidad, la obra no habla tanto del terrorismo como de lo que sus enemigos podemos y lo que no podemos hacer para combatirlo".
Y para ello se inventa un juego simbólico, específicamente teatral, protagonizado por tres personajes que son todo un hallazgo: tres perros expertos en explosivos, cuya cualidad mitad humana mitad animal les permite tomar distancia del horror al que los hombres les van a convocar. A través de una serie de pruebas de selección para formar parte de un grupo antiterrorista de élite, se elegirá al mejor, al más útil en el combate contra la amenaza del terror. En total son cinco personajes, cinco seres humanos teatralizados que tienen alma y que, precisamente por ello, muchos espectadores se van a ver concernidos y, espera el autor, examinados. Cinco personajes que responden a cinco formas distintas de pensar y de actuar.
Los actores necesarios. La suerte de Juan Mayorga, y así lo reconoce el autor, es que para la obra ha contado con el mejor director posible: José Luis Gómez. El director lleva dos meses de ensayos. Previamente a estos ha organizado dos talleres con actores que le han servido para elegir el elenco de la obra: Israel Elejalde, José Luis Alcobendas, Julio Cortázar, Fernando Sansegundo y Susi Sánchez. "Sin estos actores", explica el director, "no hubiera dirigido esta obra". Son actores curtidos en La Abadía de Madrid, el teatro que fundó y dirige; actores que él ha formado y que conocen su método de trabajo y con los que no tiene que empezar desde cero porque hablan su mismo vocabulario.
Resuelto el asunto del elenco, Gómez explica que aceptó dirigir La paz perpetua "primero, por la resonancia social que tiene; segundo, porque es una gran obra y, por último, porque a partir de la anécdota central, se expande sobre otros temas de la vida como son la amistad, el sacrificio, el amor... Y también Dios."
Sí, el tema de Dios es importante en esta obra. "Y a mi me afecta mucho pese a que no resiste el examen de la razón", explica Gómez. Es de la mano del personaje que defiende el discurso racionalista, el perro Emmanuel, el que desde su agonosticismo transmite el anhelo de un Dios que compense el dolor de este mundo y traiga felicidad, le transporte a un mundo hermoso. "En realidad, es el reconocimiento de que este mundo es horrible pero también de que la razón poco puede en el terreno de la fe", explica Mayorga, quién no niega que sea un trasunto de Emmanuel.
Buscador de emociones. Es probable que Gómez construya una gran obra; presenciar un ensayo suyo ya es de por sí todo un espectáculo. Ver cómo vivifica el texto de La paz perpetua es una gran lección de teatro, en la que destripa las leyes que lo gobiernan.
Más que a un director de escena, su labor se asemeja a un director de orquesta que, al interpretar una partitura, debe poner de acuerdo a todos los instrumentos que intervienen. Durante el ensayo al que asistí empleó dos horas para dos escenas. Faltaban dos semanas para el estreno, y ya instalados en el Teatro María Guerrero con la escenografía montada, decidía a la vez la iluminación, los efectos sonoros y las posiciones y gestos de los actores al tiempo que redundaba en los más levísimos detalles de sus interpretaciones.
-¿Llegará al día del estreno?, le pregunté viendo la lenta marcha del ensayo.
-Por supuesto, pero ahora ajusto luz, efectos, música e interpretación a la vez.
La escenografía, también diseñada por Gómez, es de gran sencillez, reproduce un espacio carcelario con apenas un lavabo y tres puertas. Dos pelotas por el suelo como todo elemento de atrezzo. En realidad, se podría haber prescindido de la escenografía, pero dice Gómez "que quería vestir el texto de Juan".
Supongo que para un actor es muy sacrificado un director tan perfeccionista como José Luis Gómez, pero a la vez es un privilegio estar cerca de alguien tan sabio. Controla al milímetro la potencia de la voz de los intérpretes y la musicalidad de las frases ("No dejes que se te vaya la trompeta, el tenor...", le apunta a uno de llos) y la posición de sus cuerpos y de sus gestos, indica sobre los pequeños tics "que el espectador ahora no va a ver, pero que más tarde recordará"... Y, sobre todo, Gómez sabe dónde buscar los momentos más emocionantes de una escena: "Investiga por aquí, éste puede ser un momento muy bonito, puede haber emoción".
Así, la obra adquiere una carnalidad que enriquece el contenido semántico del texto y crece de la mano de estos extraordinarios actores con una vitalidad real y verdadera. El trabajo más laborioso en el teatro, explica el director, "es el del actor, que no puede hacerlo solo porque necesita obligatoriamente la mirada externa. Está también el trabajo de centrar el texto, que consiste en implicar el sentido semántico de la obra en las circunstancias de los personajes". él, con lo que realmente disfruta, confesará después, es con la dirección.
Mayorga está entusiasmado con el trabajo que ha visto de Gómez: "Es de una teatralidad muy poderosa, creo que ha explotado el texto magníficamente y me ha descubierto lecturas nuevas", dice el escritor. De hecho, el director ha introducido pequeños cambios que el autor ha aceptado sin problemas. Por ejemplo, el final que no puedo desvelar y del que Gómez adelanta que "es una invocación musical, una plegaria por tanto dolor" .
Canes bípedos. Con lo que está especialmente feliz el autor es con la visión de los personajes-perros. "Me costó tiempo acertar con su imagen. No quería hacer una imitación de un perro, hasta que al final di con esta idea de lo que llamo canes bípedos", apunta Gómez, quien ya tuvo ocasión de encarnar un personaje de características parecidas como el simio kafkiano de Informe para una academia.
Los canes bípedo, cada uno con su específica personalidad, son bestias humanas que Mayorga emplea en busca de esa teatralidad que le aleje de la actualidad de los periódicos. "Me costó tiempo abordar este tema hasta que se me ocurrió la idea de los perros. Al estilo de las fábulas de Esopo, los animales nos permiten tomar distancia de los hechos, construir metáforas. El perro, en este caso, me resultaba por un lado un animal que podía moverse en un mundo violento, pero al mismo tiempo le distanciaba de la violencia que es específicamente humana".
Este espectáculo tiene todos lo mimbres para despertar controversia; y así lo espera su autor. Su director, mientras tanto, continúa enfrascado con esta "construcción del horror latente", como la define.
Kant para Mayorga
Dice Mayorga que lo que ha intentado en esta obra es imaginar qué pensaría Kant si viviera en la sociedad actual y tuviera que posicionarse sobre cómo combatir el terrorismo. Algo parecido hizo el filósofo André Glusksman en su ensayo Kant en Bagdad, pero sus reflexiones difieren de las que Mayorga pone en boca del personaje más kantiano de La paz perpetua, el perro Emmanuel. Glusksman propone un Kant alejado del que los académicos nos han transmitido, que nada tiene que ver con el de los utopistas ingenuos cuyo punto de partida era la natural bondad del hombre torcida por la libertad y la propiedad ("El hombre, -dice Kant-, desea la concordia pero la naturaleza sabe mejor que él lo que le conviene a su especie: ella quiere la discordia"). Mayorga hace hablar a Emmanuel así: "Si hacemos daño a ese hombre, será nuestro enemigo para siempre. Nos ganaremos su odio, el de sus hermanos, el de sus amigos. Nuestros enemigos se multiplicarán y la violencia se extenderá, nos encerrará en un círculo infernal que acabará en la aniquilación de todos. Tenemos que demostrar a ese hombre que somos distintos. Tenemos que ofrecerle amistad, no odio... Si sólo les damos miedo, no descansarán hasta matarnos. Hobbes dice: "No hay nada más peligroso que un hombre que se sienta amenazado"... No se trata solo de ese hombre. Se trata de nosotros. De lo que somos y queremos ser."