La llaga ‘infecta’ de la Guerra
El Teatro María Guerrero y el Español llevan la Guerra Civil a sus escenarios
8 diciembre, 2005 01:00Los niños perdidos, de Laila Ripoll. Foto: Laila Ripoll
Al boom editorial sobre la Guerra Civil se suma ahora el teatro. Dos escenarios públicos madrileños coinciden en programar obras ambientadas en la inmediata posguerra. El María Guerrero presenta Los niños perdidos, de Laila Ripoll, inspirada en los cómics de Carlos Giménez Paracuellos y Auxilio Social. El Teatro Español estrena Armengol, de Miguel Murillo, la tragedia de un individuo condenado injustamente y abandonado a su suerte.
Las tres producciones tienen en común la intención de rescatar del baúl "unos hechos de los que se ha hablado bastante poco", según Laila Ripoll, autora y directora de Los niños perdidos. A pesar de que en los últimos años el teatro se ha acercado a la Guerra Civil con algunas obras, "la realidad es que la guerra y, sobre todo, la posguerra siguen siendo unas desconocidas desde el punto de vista artístico". En opinión de Ripoll, los motivos de este silencio son muchos, pero destaca "el miedo existente todavía entre las personas mayores que convierte lo que vivieron en una cosa de la que no se habla". Pero eso no significa que esté olvidado, sólo "hay que rascar un poco para comprobar lo mal cerrada que está la herida". Para Ripoll es "una llaga abierta y sucia, infectada, que hay que limpiar". Para hacerlo, lo mejor es hablar del asunto, dejar que "salga todo lo acumulado durante años" y que se conozcan unos hechos acaecidos en España antes de que sus últimos protagonistas mueran.
La guerra de nuestros padres
Que los descendientes de los testigos de la guerra conozcan sus testimonios es algo crucial para Ripoll. La autora piensa que la llegada de las nuevas generaciones de artistas ha sido muy importante en el cambio que se ha operado. "Somos los nietos o los hijos nacidos veinte años después de acabada la Guerra los que podemos acercarnos mejor a este tema porque no lo hemos conocido y queremos saber lo que fue de verdad", al igual que sucedió en Alemania, que no empezó a enfrentarse realmente a su pasado nazi hasta que, a finales de los sesenta, los entonces veintañeros preguntaron a sus padres qué había pasado y qué hicieron ellos.
El campo escogido por la autora para adentrarse en la represión posterior a la guerra ha sido el de los niños. Ripoll se ha centrado en "la sordidez y crueldad de los albergues y asilos del Auxilio Social", un mundo que empezó a ser conocido gracias a los cómics de ángel Giménez hace unos 20 años.
Pero Los niños perdidos no es una mera recopilación de lo que ya salió publicado en las sucesivas entregas de Paracuellos. La autora también ha buceado en una decena de publicaciones de la época, caso de la famosa Enciclopedia álvarez, o en las nuevas aportaciones sucedidas en otros terrenos, como en el documental de la televisión catalana Los niños perdidos del franquismo, que incluyen "muertes en cárceles, adopciones ilegales como en Argentina y Chile" para mostrar cómo a los hijos de los vencidos "había que machacarles para que aborrecieran todo lo que pensaban sus padres".
El resultado es una obra dura -intepretada por por Mariano Llorente, Juan Ripoll, Marcos León y Mariano Agredano, los actores de la compañía Micomicón- que levanta comentarios entre el público. "En determinadas escenas te llega un murmullo y un ‘¡uy, lo que ha dicho!’" que te impresiona". Pero aún más cuando al finalizar la función se acercan ancianos y dicen emocionados: ‘Eso lo he vivido yo’. Te das cuenta de lo necesario que es hablar de esto".
Ficción y realidad
Situaciones parecidas también las ha vivido Miguel Murillo a lo largo de su carrera teatral; el autor extremeño -galardonado con el Premio Lope de Vega de 2002 por Armengol y director del Teatro Lope de Ayala y del Festival de Teatro Contemporáneo, ambos de Badajoz- tiene varias obras inspiradas en hechos reales acaecidos durante la Guerra Civil. Incluido el presente texto, del que tras una lectura un espectador se le acercó y le dijo que era uno de los muchachos del grupo de Armengol.
La obra cuenta las consecuencias de la represión franquista en la ciudad extremeña a partir de la detención y ejecución de un hombre, el que da nombre al texto, cuyo único delito fue "querer protagonizar un sueño con unos jóvenes", según el autor, a los que instruía en el entonces concepto extraño de "mens sana in corpore sano".
El Armengol de la obra, como el real, era un hombre que montó "un gimnasio social" en el Badajoz anterior a la sublevación franquista para educar a los chicos en "el cultivo del cuerpo como filosofía de superación personal". Para ello les ofrecía instrucción deportiva y, años después, la posibilidad de conseguir "el oro olímpico" en la competición alternativa que iba a organizar Barcelona como contrapartida a las Olimpiadas del Berlín nazi de 1936. Su iniciativa obtiene positivos resultados entre los muchachos, "los chicos pasan de no tener nada que hacer a tener algo que les mejora su autoestima y les permite destacar en una ciudad provinciana y soñar", explica Murillo. Y eso, "proporcionar el punto de apoyo que todas las personas necesitan para vivir", le convierte en reo de delito cuando regresa de la aventura barcelonesa sin haber competido en la Olimpiada paralela por la suspensión provocada por el inicio de la guerra; y encima, con unos muchachos a los que tuvo que liberar de un pelotón de la FAI que los prendió por llevar corbata, un símbolo burgués.
Condenado por pederasta
En el Badajoz de la represión franquista, por el contrario, el detenido es él. Más tarde es condenado a muerte por corruptor de menores -el Armengol real lo fue por, entre otros motivos, "pederasta, acusado de llevar a jóvenes al río para bañarse"- y, como no encontró avales de otras personas, ejecutado. A Murillo este hecho es el que más le interesa de la situación, que no circunscribe sólo a la contienda española, sino "a todas las guerras, por muy lejanas que parezcan. El miedo causado por la represión hace que nadie, excepto su casera, casada para más señas, le respalde", continúa el autor. "Nadie, ni siquiera los padres de los chavales, paralizados por el miedo, salen en su defensa. Ahí está la tragedia", que continuó durante años con el ocultamiento de los hechos hasta hace poco, como si hablar de ello fuera delito.
Algo que conoce bien Murillo, pues sus anteriores obras sobre la Guerra han contribuido a levantar el velo, una circunstancia que no sienta bien en determinados ambientes. "¿Si he hablado de las guerras de la antigöedad, por qué no puedo hacerlo de la española?", dice Murillo mientras espera el estreno de su obra en el Español. Un estreno que recupera la tradición de representar en el teatro madrileño los títulos del Lope de Vega, galardón que concede el Ayuntamiento de Madrid. El montaje cuenta con dirección de Esteve Ferrer y un reparto encabezado por Pepe Viyuela, Rosa Renom, Nacho Aldeguer y José Vicente Moirón, un actor extremeño que vuelve a Madrid tras su presentación la temporada pasada en El búfalo americano (la obra más conocida de otro autor extremeño, Martínez Mediero).
El conflicto civil en las tablas
De entre las producciones que han tocado el tema de la Guerra se encuentran algunas de las mejores obras del teatro español del último siglo, como Las bicicletas son para el verano (1978) y Ay Carmela (1986), de Fernán Gómez y Sanchis Sinisterra, respectivamente. De este último también es Terror y miseria en el primer franquismo (Premio Nacional de Literatura Dramática de 2004). Otros textos son Noche de guerra en el Museo del Prado (1956), de Alberti, y En las esquinas, banderas (1963), sobre los primeros meses de la contienda, y última batalla en El Pardo (1976), que enfrenta dialécticamente a un general vencedor (Franco) y uno vencido (supuestamente el general Rojo), ambas de Rodríguez Méndez. éste junto con Buero Vallejo, quién también tocó el asunto en su última obra, Misión al pueblo desierto, tienen un planteamiento "superador" de la guerra. La visión franquista del conflicto casi no existe en el teatro. Abuelo y nieto (1941), en la que Benavente justifica su postura y, tangencialmente, el gran éxito de Joaquín Calvo Sotelo, La muralla (1954).