Heidegger
Arturo Leyte
8 diciembre, 2005 01:00Arturo Leyte. Foto: Archivo
Heidegger sigue dando bastante que hablar y no sólo a la literatura filosófica especializada. Muchos de los contextos de debate más vibrantes de la cultura contemporánea, de la ecología a la arquitectura, de la sociología a la teoría de la ciencia, sucumben al embrujo del "mago de Messkirch".
Prueba evidente del interés que sigue suscitando en nuestro país la obra de Heidegger es la reciente traducción de tres de sus cursos universitarios. La idea de la filosofía y el problema de la concepción del mundo recoge las lecciones del primer curso impartido en la Universidad de Friburgo, en 1919. Introducción a la fenomenología de la religión (1920-1) es un trabajo cercano tanto en las fechas como en la orientación de fondo, tamizada por la influencia de Husserl, aunque el innovador enfoque del tratamiento heideggeriano de la temporalidad se deja sentir en su interpretación de la vivencia religiosa de las primeras comunidades cristianas. Parménides (1942-3) es un curso de madurez, dominado ya enteramente por la controversia con la tradición metafísica occidental y la indagación sobre sus inicios.
A intentar el sentido profundo de la obra de Heidegger se aplica la labor de los especialistas. En España contamos con excelentes conocedores de la obra de Heidegger. Félix Duque, Felipe Martínez Marzoa, Ramón Rodríguez son algunos de esos nombres de primera fila, a los que hay que sumar, con todo merecimiento, el de Arturo Leyte. Traductor, junto a Helena Cortés, de títulos tan esenciales como Hitos, Caminos de bosque o Identidad y diferencia, Arturo Leyte nos ofrece ahora una magnífica exposición del trayecto filosófico de Heidegger, penetrante, iluminador, que en ningún momento cede a la tentación de simplificar la complejidad de las cuestiones que aborda.
No estamos, pues, ante una introducción que pretenda ahorrarnos la lectura directa de los textos de Heidegger. Se trata de disponernos para afrontar la perplejidad que suscita un itinerario intelectual que no cabe resumir en una serie de tesis positivas, puesto que se realiza en diálogo incesante con los grandes pensadores del pasado a fin de desmontar y evidenciar el núcleo impensado de la metafísica, ése que hoy se cumple como técnica, es decir, como reducción del mundo a un conjunto de objetos perfectamente intercambiables y disponibles para su uso y consumo. La técnica no nombra entonces, para Martin Heidegger, el mero proceso físico de producción de objetos; sino el modo mismo de pensar la cosa como susceptible de ser desvelada por completo y así programada para su producción. Es la figura consumada de la metafísica y éste el hilo conductor a partir del cual enhebra Leyte los diferentes pasajes del pensar heideggeriano (articulados aquí en tres partes: "Ser y Tiempo", "La metafísica", "La finitud"), deshaciendo los malentendidos que impiden reconocer la profunda originalidad de esta obra.
Si en la cosa pensada como mero útil no comparece esa otra dimensión que también se da en el ser y que es su "ocultamiento", su resistencia a toda manipulación técnica, ¿dónde podría mostrarse? En el arte, responde Heidegger, lugar paradójico donde aflora la verdad de que no todo es desvelable, de que hay un resto indisponible, justamente aquél que el artista pone en obra.
Los ensayos reunidos en el volumen Heidegger y el arte de verdad, fruto de un curso realizado en 2003 por la Cátedra Jorge Oteiza, bajo la dirección de Félix Duque, inciden en este motivo esencial, intentando despejarlo bien desde el horizonte de la muerte (Arturo Leyte), como tierra (Christopher Fynsk), como vacío escanciado en obras plásticas cual las esculturas de Oteiza (Félix Duque), en la perspectiva de un arte anterior al abstracto (Vincenzo Vitiello) o en paralelo al de Mondrian (Beat Wyss). Incursiones decisivas para seguir formulando al arte las preguntas que Martin Heidegger requirió de él: ¿Sabemos hoy qué significa, para nosotros, ser? ¿Qué supone habitar la tierra más allá de tenerla dispuesta y planificada tecnológicamente?
Martin Heidegger nació en Alemania en 1889. Cuando estudiaba secundaria en Constanza un párroco le regaló la obra que marcaría su andadura filosófica: Sobre los diversos sentidos del ente en Aristóteles de Brentano. Nombrado rector de la Universidad de Friburgo cuando Hitler alcanzó el poder en 1933, renunció al año siguiente, pero la sombra de su presunto nazismo le persiguió toda su vida. Murió en 1976.