'Aquiles en Esciros': sentir que 278 años no es nada
La obra narra el dilema de Aquiles, que debe elegir entre vivir en una 'jaula de oro' o enfrentarse a su destino en la guerra de Troya.
La infanta María Teresa Rafaela de España, hija del primer rey Borbón español, Felipe V y su segunda mujer, Isabel de Farnesio, celebró su boda por poderes hace ahora 278 años, el 23 de febrero de 1745 con el Delfín de Francia, Luis Fernando de Borbón, hijo de Luis XV y heredero del trono francés -que nunca llegó a ocupar-. Apenas año y medio después, la ya Delfina moría en Versalles por complicaciones de su primer parto, a la edad de 20 años.
Para las ceremonias nupciales en Madrid, el profesor de música de la infanta y futuro maestro de Capilla del Palacio Real, Alessandro Corselli, compuso y estrenó en el Coliseo del Buen Retiro una ópera, Aquiles en Esciros. Por el lado francés, la boda se celebró en Versalles con el estreno del Platée, de Rameau, que ha tenido mejor suerte que la partitura española, que tras su estreno nunca volvió a verse hasta 2018 en Dallas con una producción de Gustavo Tambascio y que finalmente recala en el coliseo madrileño, donde estuvo a punto de estrenarse en la primavera de 2020, días antes de aprobarse el confinamiento por la pandemia de la Covid.
Desde aquel marzo de 2020 hasta que el Teatro Real reabrió sus puertas en julio, esta producción de Aquiles quedó íntegramente montada, muda, sobre el escenario del Teatro Real, sin llegar a estrenarse. Pero todo llega, incluso el exitoso y brillante estreno de esta barroca ópera tan representativa de la moda del XVIII con todos sus líos de travestismo y deseos sexuales confusos.
La partitura respira, en música y texto, el ambiente lírico del XVIII, mucho más libre, loco y fluido incluso que hoy día. El texto es de Mestatasio, escrito en 1736 para otra boda, de otra María Teresa también pero en este caso la hija de Carlos VI de Hasburgo, que el escritor envió a su gran amigo (caro gemello como lo llamaba), Farinelli, el gran castrato que ya era en la época del estreno director de los teatros de ópera reales. Y fue base de un buen número de óperas de variopintos personajes.
La obra narra el dilema de Aquiles, que debe elegir entre vivir en la jaula de oro donde le ha confinado su madre para que sobreviva seguro y feliz, o enfrentarse a su destino, esto es, participar en la guerra de Troya donde su decisiva participación traerá la victoria a los griegos aunque Aquiles perderá la vida, ganando la gloria.
Sobre esta decisión, Metastasio y Corselli construyen una ópera que arranca frívola y divertida y que en las siguientes tres horas va desvelando la evolución de Aquiles y cómo finalmente asume su encuentro con la historia. A ratos muy inspirada, a ratos más insípida, el talento de Corselli se manifiesta en algunas arias preciosas que se interpretan da capo, esto es, repetidas con diferentes lecturas por parte del intérprete. No es una obra maestra ni una ópera imprescindible, si quiera es una gran partitura ni cuenta con arias inolvidables pero sí muy bellas. Suenan un poco a todo lo que se compuso en la época: líneas de Vivaldi, algo de Handel, trazas compositivas de compositores barrocos alemanes...
No es a la sazón un título que deba incluirse en el canon operístico, pero sí es muy encomiable la recuperación del patrimonio musical español con tanta calidad y respeto. Musicalmente sobresale la labor de Ivon Bolton al frente de la Orquesta Barroca de Sevilla, que hace un primoroso trabajo de lucimiento musical al que nos tiene tan acostumbrados. Las cualidades del inglés, que tan bien conocemos en Madrid, se ponen al servicio de esta pequeña joya: detallista, cuidadoso, meticuloso en los colores, incisivo en los pasajes, luminoso y ameno. Los músicos en el foso saben pillar al vuelo los gestos tan característicos de Bolton y la interpretación musical es de una alta envergadura.
Aunque estaba previsto que debutase en el rol de Aquiles, el contratenor de moda Franco Fagioli, una enfermedad imprevista se lo impidió y ha sido sustituido por Gabriel Díaz, que realiza una labor correcta, a pesar de no ser este rol el más indicado para su tesitura de contratenor. Lástima el fario que parece tener Fagioni con Aquiles. Ojalá haya alguna función en la que pueda finalmente debutar este rol.
Extraordinaria la Deidamia de la calabresa Francesca Aspromonte. Gran voz, armónica y con una excelente zona alta. Igualmente sobresaliente Sabina Puértolas, que hace una Teagene exquisita con una voz bien manejada, con unos apretados agudos y una emisión, tan suya, no siempre limpia pero que en ese príncipe Teagene resuelve tan magistralmente y sale salir airosa del reto.
La producción a cargo de la francesa Mariame Clément es correcta. Frente a tantas producciones barrocas que todos los personajes salen de chaqueta y corbata, Clément apuesta por un original escenario que, de arranque, sorprende, en el que los personajes de mueven dentro de una gruta -al fin y al cabo la historia transcurre en una isla, un espacio igualmente limitado y cerrado- a la que se le van añadiendo elementos a lo largo de la función: unas cuantas estatuas de gran formato -que encajan en la descripción gráfica que Ulises hace de ellas- y un barco en el que se supone que acaba marchándose Aquiles para encontrarse con su destino.
Junto a los personajes que figuran en la partitura, Clément decide enriquecer la escena con protagonistas del día del estreno: la propia infanta María Teresa, sus padres Felipe V e Isabel de Farnesio y su futuro marido, el malogrado Delfín Luis Fernando de Borbón. El mayor pecado de Clément es apostar únicamente a un único escenario las más de tres horas de función. Lo que al inicio funciona, ese ir y venir de los personajes por las escaleras de esta gruta, llega un momento que acaba siendo plano y desabrido.
La dirección teatral tampoco consigue insuflar en la interpretación los momentos tan divertidos, esa confusión fluida y tantos momentos que generan el equívoco y que permitirían mucho más vis escénica se quedan sin resolver y acaba generando cierta apatía a lo largo de la representación.
La labor de Clément no incomoda, cierto, pero no deslumbra: ni limpia ni ensucia. Es digna y se deja ver. Pero lo más relevante de esta producción es, en sí misma, que haya por fin llegado a buen puerto tras tres años muda y especialmente que ojalá sea el inicio de una apuesta decidida por parte del Teatro Real de recuperar obras de nuestro legado musical. Como este Aquiles en Esciros, ¡que vengan muchas más!