Van Morrison no juega a los dados: gélida comparecencia en Marbella
El León de Belfast dejó su indestructible esencia de rock y de blues sobre el escenario del Starlite pero volvió a ser genial de espaldas al público.
16 junio, 2024 13:35Damos por hecho que el Van Morrison del álbum Astral Weeks, de la canción Brown Eyed Girld, del directo The Last Waltz o del grupo Them ya no existe. Ni física ni espiritualmente. Su evolución le ha llevado por alturas inaccesibles para cualquier músico.
Van the Man ha conseguido llevar a terrenos de excelencia las músicas que nacieron del sufrimiento como el blues, el rock, el jazz o, recientemente, el skiffle. Más de 50 álbumes son testigo de ello. Y su voz sigue en pie: suave, firme, suplicante...
A medida que ha ido envejeciendo su proceso de introspección (y de mala leche, todo hay que decirlo) ha ido creando el perfil de un artista hermético, un personaje impenetrable. Quizá por eso en la noche del sábado salió al escenario del Starlite -único concierto en España- para volver a demostrar lo antipático que puede llegar a ser.
El atuendo de Morrison le blindaba ante cualquier elemento hostil, incluido el público y la suave y oxigenante brisa de Marbella
Salió encorvado minutos antes de las 21,00 (la hora pactada), más delgado y hasta más bajito con un traje azul, un sombrero con bordes de colores (ya entre su atuendo oficial), unas gafas de chulo de los setenta y un pañuelo plegado amarrado a su garganta. Un atuendo, en fin, blindado ante cualquier elemento hostil, incluido el público y la suave y oxigenante brisa de Marbella.
Dejado bien claro que aquí no se iban a hacer ni tonterías ni frivolidades (¡cómo recuerda a Dylan!) empezó la música. ¿A eso habíamos venido, no? Pronto empezaron sus solos de saxofón y su bendita armónica en temas como I Want a Roof Over My Head, The Shape I'm In, Flip Flop and Fly, In The Garden o Enlightenment. Disparaba grandeza en todas direcciones.
Muy celebrados temas como Days Like This por un público que le devolvió ciertas dosis de frialdad. La banda que le acompaña tocó el cielo. Hammond, bajo, guitarra y voces estuvieron a la altura y supieron fundir la aleación de música que Morrison exige. Es su particular Excalibur.
El León de Belfast poco a poco se fue haciendo grande. Incluso pudimos intuir a ráfagas que pudo llegar a encontrarse a gusto. Habla con el técnico, hace señales (no todas cariñosas) a la banda y, tras varios tiempos temáticos dedicados al blues y al rock, empiezan a entrarle las prisas. A partir de las 22,04 encadena los temas en un calculado medley hasta desembocar en la entrañas de Gloria, su tema fetiche datado en 1965 (cuando daba sus primeros pasos). Ya sabes: "Voy a gritarlo toda la noche, voy a gritarlo todos los días".
A las 22,22 cambia el micrófono de pie por uno inalámbrico e hizo un descarado mutis por el foro. ¿Alguien dijo algo? No, porque no podían sospechar que no fuese a aparecer más. Dejó en 'modo exhibición' a la banda, que no defraudó, y a las 22,31 se acabó el concierto. Creímos ver luz aún en algunas partes del cielo. Cuando se encendieron las luces, nos imaginamos ya a Morrison en el hotel diciendo: "Aquí paz y después Gloria".