Son las 13.30 del mediodía en Santander. Palacio de Festivales. En un sofá de uno de los halls del imponente edificio de Saénz de Oiza asomado a la bahía de la ciudad cántabra, Péter Csaba se deja caer. O, más bien, se derrumba.
-¿Estás cansado?
-Bueno, ese es mi estado natural, no puede ser de otra manera. Estoy cansado pero a la vez satisfecho e ilusionado.
Ha estado toda la mañana ensayando El retablo de Maese Pedro, de Manuel de Falla, que será la pieza que corone los Encuentros de Música y Academia de la Fundación Albéniz. Csaba la ha elegido con toda intención. Este año se conmemora el centenario de su estreno en el palacio parisino de la princesa de Polignac, una mecenas -su dinero provenía de famosa empresa de máquinas de coser Singer- formidable para los compositores de la época, entre los que, aparte de nuestro Falla, estaban Erik Satie, Gabriel Fauré, Maurice Ravel… El director francés -lleva 40 años en Lyon- y rumano de origen húngaro quiere cumplimentar el aniversario como es debido con sus jóvenes músicos de la Orquesta de Cámara Freixenet del Encuentro. Y eso requiere mucha dedicación, claro.
Aparte, sobre la cabeza de Csaba pesa ya la organización de un evento que se prolonga durante un mes y que ofrece casi una cincuentena de conciertos diseminados por diversos pueblos (Comillas, Arnuero…) de la región y el Palacio de Festivales, epicentro de la actividad. Impulsado por Paloma O’Shea en 2001, él lleva configurando programas y clases desde la segunda edición, cuando O’Shea le convenció de que se pusiera al frente del proyecto. “La verdad es que no había hueco en mi agenda. Entonces llevaba varios festivales y orquestas pero era una bella iniciativa: en los jóvenes está el futuro de la clásica, la esperanza de que no acabe como una pieza de museo”.
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Finalmente, relegó alguna de sus obligaciones para apuntalar los Encuentros, que hoy acogen a 60 jóvenes músicos, en una suerte de provechoso campamento veraniego donde reciben clases de un claustro docente de campanillas en su mayoría compuesto por profesores de la Escuela Reina Sofía de Madrid: Zakhar Bron (violín), Stanislav Ioudenitch (piano)… Él mismo se encarga de seleccionarlos durante el invierno. Peregrina por las escuelas más prestigiosas de Europa (Berlín, París, Londres…) y los emplaza para el verano en tierras cántabras.
“Me fijo -explica- sobre todo en que tenga potencial, que puedan desarrollarse. También que sean resistentes y flexibles, para estar dando conciertos a diestro y siniestro durante un mes, a solo, con ensembles camerísticos y con orquestas. Y también que sean personas con buena disposición, no ególatras celosos ni cosas así. Me baso sobre todo en mi intuición porque yo les escucho un rato tocar y luego charlo informalmente con ellos cinco minutos”. Antoine Préat, por ejemplo, estaba en la Royal Academy of Music de Londres cuando hizo la audición. Vino a Santander por primera vez en 2021, en una edición muy marcada por los condicionantes pandémicos. Este año ha sido de nuevo convocado, lo cual le hace muy feliz. “Esto es como un oasis. Tenemos un mes entero para trabajar, lo cual permite adentrarnos en los detalles y trabajar grandes piezas”, afirma.
Asegura que lo normal en otras citas similares es tener una semana. Aunque esa holgura de tiempo es engañosa. Los alevines acogidos en Santander afrontan una especie de pista americana musical, ya que a lo largo de esas cuatro semanas deben acometer actuaciones muy diversas, en lo que respecta al repertorio, a los espacios y a los formatos. “Esto puede ser agotador pero a la vez les curte para lo que se van a encontrar en su carrera”, señala Csaba. Es, pues, un entrenamiento utilísimo.
Luego está el factor humano. No menos importante. Préat, de hecho, confiesa que su objetivo primordial era conocer otros músicos con los que establecer alianzas para el futuro. “Y se ha cumplido con creces. Aquí compartes mucho tiempo con tus compañeros en el campus, la sala de ensayos, los autobuses… Se van creando complicidades de manera natural. Yo ya tengo previsto algún concierto más para los próximos meses junto a alguno de ellos, porque mi idea es combinar mi carrera como solista con la camerística”.
Es un propósito que también tiene Julia Schuller, violinista suiza formada en la Hochschule fur Musik de Múnich y también a la vera de Julia Fischer. “Yo creo que la música en estos tiempos va por ahí. Por supuesto, que seguirá habiendo solistas 'muy solistas' pero lo habitual es moverte en distintos registros, por eso el diseño de los Encuentros es idóneo para afrontar los próximos años de nuestras trayectorias”. La violinista suiza, que ha participado con la Orquesta de Cámara Freixenet en la apertura (Strauss, Ravel…) y en el cierre cervantino, dice que también ha hecho aquí amigos “para toda la vida”, y que con ellos le gustaría seguir teniendo contacto en los escenarios en los años venideros.
Schuller es un ejemplo del tirón que tienen los Encuentros hoy día entre las nuevas hornadas de instrumentistas. En los primeros años, Csaba tenía que dar muchas explicaciones en torno a las características del cónclave santanderino. Pero la voz se corrió y hoy día su llamada supone en general una tremenda alegría para los seleccionados, que aparte de la inmersión musicológica tienen a mano un entorno pródigo en preciosas playas y, como apunta Schuller, bajando a las inclinaciones tangibles, “la fascinante comida española”, por la que tiene debilidad. Préat, por añadidura, valora la apertura mental de Csaba, en cuyo cerebro germinan infinitas aleaciones de músicos, teatros y compositores. El pianista francés venía con la ilusión de hacer el Cuarteto con piano en mi bemol mayor op 47 de Schumann, lo comentó y su ‘capricho’ se hizo realidad. “Aquí todo está muy organizado pero también hay que estar abierto a la improvisación y, por supuesto, yo les pregunto mucho qué quieren tocar”, explica Csaba.
En los Encuentros también se echa mano de viejos alumnos de la Escuela Reina Sofía. Es el caso de César Arrieta, que estuvo siete años en esta institución señera de la enseñanza musical en el viejo continente (hace tiempo que su hegemonía traspasó fronteras y se codea con los más prestigiosos centros europeos y mundiales). El tenor, al que hemos visto en el Teatro de la Zarzuela en Policías y ladrones de Tomás Marco y Tabaré de Tomás Bretón, se ha personado en Santander para encarnar al Maese Pedro, empresario escénico atribulado por las embestidas enajenadas de Don Quijote, que en la pequeña ópera de Falla, basada en uno de los múltiples relatos de la gran novela de Cervantes, termina desmontándole su teatrillo de títeres.
“El retablo”, razona Arrieta, “es una obra clave en Falla. Un punto de inflexión que le sacó del nacionalismo más folclórico y de raíz andaluza y le llevó a una música más conectada con las corrientes internacionales del momento, a una modernidad, eso sí, al margen de lo atonal”. Un tránsito que también documentó de viva voz el crítico Álvaro Guibert en la introducción que hizo sobre el escenario del Palacio de Festivales: “Pasó de un mayor colorido a un nacionalismo más austero pero con mucha sustancia”. Para Arrieta, de cuyo sólido canto disfrutaremos también esta temporada en la Zarzuela (Juan José y El caballero de Olmedo), el gran desafío vocal de su personaje es moverse siempre en un territorio ambiguo, “entre el canto y el habla”, algo que, por cierto, ejecutó a la perfección.
Csaba, acompañado de los títeres de la compañía Bambalina, cuajó a su vez un Retablo pulcramente matizado y con mucha personalidad, que sirvió, de paso, para que los músicos foráneos entrasen de lleno en el orillado repertorio español, que de tan escasa cancha dispone más allá de nuestras fronteras. Otro mérito pues de estos fructíferos Encuentros santanderinos, que dejan a todo el mundo extenuado (Csaba, al acabar la entrevista, se comerá un bocadillo rápido) pero con el deseo de volver un verano más.