Vuelve la zarzuela. La creación de zarzuelas, se entiende, porque la exhibición del repertorio en cada vez mejores condiciones lleva décadas en marcha gracias a una doble punta de lanza: la del teatro, digamos, titular del género, como productor e impulsor y la del ICCMU (Instituto Complutense de Ciencias Musicales) como motor del trabajo musicológico de recuperación.
Un artista de primer orden vinculado familiarmente al género, José María Sicilia Fernández-Shaw, ha puesto ya en escena dos títulos nuevos (Se vende, que ya comentamos aquí, y, más recientemente, Raja la alondra) en su Fundación El Instante, con tres compositores, Javier Arias Bal, David del Puerto y Jesús Rueda, trabajando al alimón; Lucas Vidal presentará próximamente en el Teatro de la Zarzuela Trato de favor; y acaba de estrenarse en el Teatro de la Zarzuela, tras varios años de retrasos causados por pandemias y otros imponderables, Policías y ladrones, con libreto de Álvaro del Amo y música de Tomás Marco.
Creo que no se trata de restaurar la zarzuela que fue, porque la España musical de hoy está a años luz en casi todo de la de entonces, pero estas incursiones actuales en un género de ayer nos ayudan a comprender lo que fuimos y lo que somos. No se puede resucitar la zarzuela, pero sí se la puede mirar desde hoy, que es lo que han hecho, con éxito, Marco y Del Amo.
['Policías y ladrones', una zarzuela "maldita" frente a Bárcenas y compañía]
Esta nueva zarzuela narra con claridad y, sobre todo, con gracia, que es lo propio, un episodio de una trama tipo Gürtel, con escenas que recuerdan a Todos a la cárcel de Berlanga envueltas en un aire sorna y denuncia. La música es la que caracteriza al Marco reciente: ecléctica en su vocabulario, desprejuiciada (suponiendo que haya estado sometida alguna vez a prejuicios) y eficaz, centrada en la labor expresiva propia de cada trabajo. En relación con anteriores empeños escénicos del autor, Policías y ladrones muestra un lenguaje más flexible y maduro, más capaz de caracterización de situaciones y personajes.
La línea vocal, que parece heredera lejana de la recitación del Trujamán de Falla, se pega como una lapa a las inflexiones de la lengua castellana, lo que, unido al uso preferente de los registros centrales de las voces, al cuidado vocalizador de los cantantes y a la labor equilibradora del maestro José Ramón Encinar, que obtuvo de la partitura de Marco el mejor resultado posible, dio lugar a una inteligibilidad casi completa del texto. En esta ocasión, no hubieran hecho falta los sobretítulos.
Destaca la música escrita para el coro, que está, por cierto, muchísimo tiempo en escena, casi siempre cantando, y me parece más lograda aún la de la Mujer del Presunto Implicado, alias la tía Gilita, que se gasta en el Caribe la fortuna mangada por su marido. En las agilidades castafiore de su parte (como en la rusificación o sinificación de la música, según la procedencia de los sucesivos amantes de Gilita), Marco recupera la vis cómica de los antiguos maestros zarzueleros. La soprano María Hinojosa clavó el papel, lo que le hizo llevarse la ovación de la noche.
El resto del reparto resultó muy eficaz, equilibrado y sin baches. En esta zarzuela clara y ordenada, los protagonistas se agrupan en dúos generacionales: el Presunto Implicado (el barítono César San Martín) y el Policía que lo detiene (el bajo Miguel Ángel Arias), más el hijo del uno (el tenor César Arrieta) y la hija del otro (la soprano Alba Chantar), que ligan y pasan de sus padres. Disfrutamos de las voces frescas de ambos hijos. Arrieta se mostró perfecto, además, por impostación e interpretación, en los hablados.
['Amantes', de Álvaro del Amo]
La puesta en escena de Carme Portacelli es certera en el espacio escénico (una gran puerta giratoria rodeada de una escalera espiral y de cadenas colgantes) y en la dirección de actores y contenida, sin perder eficacia, en el humor.
En 1974, con el estreno en el Teatro de la Zarzuela de Selene, de Tomás Marco, comenzó el renacer de la ópera escrita en español y en un lenguaje musical, digamos, de vanguardia. En la siguiente década, Luis de Pablo relanzó definitivamente el género. En 1983, con ocasión del estreno, en ese mismo teatro, de su ópera Kiu, le preguntaron a Luis si esperaba que la gente saliera del teatro silbando algún cantable. Era una pregunta trampa, naturalmente, pero el hecho es que, en ese mismo teatro, cuarenta años después, la gente ha salido de una zarzuela de estreno, Policías y ladrones, con un estribillo pegadizo en la cabeza, el del coro de próceres (se entiende que del PP) reunidos en cónclave para negarlo todo, reorganizarse y contratacar.
No es fácil explicar cómo, pero el texto del tal estribillo acaba siendo ¡de Aristóteles! "Ton zoón politikón": la definición del hombre como animal político (o ciudadano, o cívico, o incluso social, como traducía mi profesor del colegio, para evitarse líos). Que el público de la zarzuela se vaya a casa canturreando en griego antiguo la esencia de lo humano es una hazaña (y una broma) al alcance de pocos compositores.