La “antigloria”. El documental de Fernando León de Aranoa sobre Joaquín Sabina es el negativo de su caricatura. Sintiéndolo mucho captura la versión frágil y, por tanto, constituye el mejor retrato hasta la fecha —mira que se han hecho muchos— del compositor. La película ganó este sábado el Premio Goya a la mejor canción original, compuesta por Leiva y el propio Sabina.
El director de películas tan célebres como Los lunes al sol (2002) o Princesas (2005) se ha colado en el traje y la piel de todos los hombres que es Sabina. Lo ha despojado del halo que alimentó el mito del canalla, el golfo, el noctámbulo, y todas esas atribuciones que el cantante se ha ido sacudiendo en los últimos años, para mostrar sin el menor pudor al Sabina “real”.
Una entrevista en su casa de Tirso de Molina, con el fondo barroco de su decoración, desencadena el tropel de secuencias filmadas por el cineasta a lo largo de 13 años. Pasajes que van y vienen del pasado al presente, desde el que es capaz de reconocer —ahora sí— que ya no podrá mejorar canciones como “Contigo”, “Y sin embargo” o “Yo me bajo en Atocha”. El sarcasmo, el buen humor y los exabruptos se filtran en un metraje con sabor a decadencia. Es una despedida, sin duda, de los focos, pero esta vez resulta entrañable —ojalá no parezca un calificativo condescendiente— el modo en que Sabina encara el reto.
[Joaquín Sabina y Pancho Varona: su separación, en un pódcast]
El flaco de Úbeda es más consciente que nadie, porque algunos nos negamos a asumirlo, de que se encuentra en el ocaso de su actividad artística. Sin embargo, hay nuevo disco a la vista del cantautor. Él mismo anunció en el Instituto Cervantes hace poco más de un año que volvería a los escenarios con su última gira. Hacia el final de 2022 supimos que ese tour se llamará Contra todo pronóstico y que Pancho Varona, su fiel escudero durante cuatro décadas, no participará en ella.
Una amistad etílica
No faltan, en el documental de Aranoa, las personas más cercanas a Sabina. Varona está, por supuesto, y también Antonio García de Diego. Con el majestuoso tándem ha compuesto más de un centenar de canciones, algunas inolvidables. Leiva y Benjamín Prado, cantante y poeta pero sobre todo amigos del artista, son los pilares sobre los que en los últimos años se apoyan sus canciones. Cómo iban a faltar. Son impagables, por cierto, los minutos en los que disfrutamos de un momento de composición. Nada de silencio; tampoco el menor atisbo de solemnidad. A bordo de un coche, en plena carretera, pugnan Sabina y Prado por un verso de Vinagre y rosas (2009).
Es especialmente conmovedora la escena que recoge la fase final del proceso de composición de este disco en Rota (Cádiz). Un Sabina embriagadísimo, a horcajadas entre amigos, cannabis y alcohol, canta sin voz apenas las melodías que interpretan Varona y García De Diego. La felicidad es indisimulable en sus ojos vidriosos, se abraza con pasión a Prado… Las imágenes son tan felizmente patéticas que resultan un prodigio.
Profeta en su tierra
No menos interesante es el regreso del autor en 2017 a su tierra natal, Úbeda, una etapa de su biografía no precisamente conocida. Sirve, por tanto, este viaje como pretexto para la reflexión acerca de la escritura sobre la infancia. Sabina es de esos pocos grandes autores que en su obra no regresa, como norma general, a su niñez porque “en esos años lo que pasaba es que no pasaba nada”, dice.
El acto de bienvenida al pueblo, en el que a la tarde se va a escenificar la entrega de la Medalla de Oro y Título de Hijo Predilecto de Úbeda, nos recuerda a una declaración del propio artista al inicio del documental: “En los camerinos no suele faltar el concejal”. El edil de turno tampoco se quiere perder este homenaje. Sabina se emociona al recordar un poema que su padre le dedicó con motivo de un concierto en Úbeda y le dedica unas afectuosas palabras, resaltando su dignidad, en una de las poquísimas veces que hemos intuido sus lágrimas.
Un amasijo de contradicciones
El autor de "El bulevar de los sueños rotos" ya declaró en alguna ocasión que “los antitaurinos tienen razón”, pero también que mientras los festejos sigan celebrándose y programen a sus toreros favoritos, él seguiría asistiendo. Así, el espectador es testigo de primera mano del desasosiego que le produce al artista la cogida de su amigo José Tomás en la plaza de toros de Aguascalientes (México) la misma tarde que él cantaba en la ciudad. Con la cámara encima del cantante, que horas antes había acudido a la corrida, León de Aranoa registra la zozobra de esos momentos previos al concierto en camerinos.
América Latina
Son muchos los momentos que el cineasta filma a Sabina en Latinoamérica. A bordo de la furgoneta que le traslada a los conciertos, relata jugosas anécdotas: la del tipo que lo sorprende en un semáforo para contarle que su hijo se llama Joaquín y en el siguiente semáforo le confiesa que puso a su hija Sabina, por ejemplo. Cuando lee algunas cartas de fans que lo agasajan, suspira: “Si supieran que soy un miserable…”
José Alfredo Jiménez, las rancheras, Eduardo Galeano, García Márquez, Benedetti, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, los principios originales de la revolución cubana… Sabina no sería el artista que conocemos sin la influencia de América Latina, cuya historia le compete muy especialmente. En el pódcast donde Varona explica su versión sobre el mediático desencuentro, el guitarrista y productor dice: “Viajar a Latinoamérica para mí era una fiesta. Para Joaquín, era algo muy serio”. Por supuesto, el documental de León de Aranoa se hace eco de la trascendencia que su obra tiene al otro lado del charco.
“Yo me bajo” en la “ciudad invivible”: Madrid
Sabina fue a instalarse “donde el mar no se puede concebir”, tal y como anuncia el segundo verso de su extraordinaria “Pongamos que hablo de Madrid”. No es la única canción que dedica a esta “ciudad invivible, pero insustituible” donde reside desde hace décadas. Fue en Madrid donde arraigó su oficio, donde se enamoró, donde pasó la “nube negra” (la depresión) tras el ictus de 2001...
La dimensión de las Ventas sigue acongojándole, pero cambiaría muchos de sus bienes por los momentos que experimentó subido a su escenario. El trayecto en furgoneta que lo lleva a uno de sus conciertos en el coliseo madrileño anuncia una de las grandes ambiciones del documental: desnudar (con savoir faire) la intimidad de un icono que, en nuestro imaginario, se sigue manifestando como el canalla ingenioso, el triunfador, el bohemio descuidado al que parece no afectarle lo que de él se opine.
El lado más humano
Si quisiéramos rizar el rizo, diríamos que en Sintiéndolo mucho León de Aranoa ha perseguido una secuela de la canción “Lo niego todo” de Sabina, también título de su último disco. Este documental conserva la aspereza de aquella composición autobiográfica para terminar siendo lo contrario de una hagiografía. Sabina se nos presenta como un Dios caído —no en vano, su trastazo en el Wizink Center en febrero de 2020 sirve como impulso del metraje— en esta humanísima radiografía cuajada de momentos que huyen de la complacencia y nos muestran la cara menos reluciente.
Sabina se nos revela como una avalancha de talento con tantas rimas, metáforas y versos imposibles guardadas en el bombín como inseguridades y cornadas escondidas en el alma. Sintiéndolo mucho nos enseña, por debajo de la puerta, su lado menos glorioso y, por lo tanto, el más humano. Escuchamos los esputos sobrevenidos de su voluntad de aclarar la voz antes de interpretar una canción inolvidable, los vómitos en mitad de una crisis de ansiedad previa un concierto en las Ventas… Y siempre a su vera, Jimena, su mujer, que en esta película interpreta el papel ominisciente del "observador espectral", según el certero apunte de Javier López Rejas en la crítica publicada en esta revista.
En la secuencia final, presenciamos un escalofriante paso atrás que sería injusto revelarles. Solo diremos que, ante la exclusiva presencia de Leiva y Juan González, el técnico de sonido, al otro lado de la pecera, vemos al astro empequeñecido ante el insignificante desafío de grabar la voz de "Sintiéndolo mucho", que acaba de ganar el Goya a la mejor canción original y fue compuesta expresamente para el documental por Leiva y el propio Sabina. Afortunadamente, la nostalgia que se desprende de una personalidad tan luminosa, ahora también entrañable, acaba imponiéndose.
Los sabineros más apasionados nunca podrán agradecer lo suficiente a León de Aranoa que lo haya retratado ante sus ojos con semejante crudeza. Que nos permita, en fin, ser cómplices de la agrietada silueta sobreviviente y alejada de caricaturas, el Sabina sin aura, irresistible, que cada día agradece seguir vivo.