Frank Ocean, los hombres solos también bailan
Frank Ocean durante una actuación
Tras cuatro años de silencio, el rapero estadounidense vuelve con un doble lanzamiento: Blonde y Endless. Un esperado regreso con el que el compositor muestra su lado más atormentado combinando pop, soul y r&b.
Surgido del colectivo de hip hop Odd Future de Los Angeles, punta de lanza de talentos como Tyler the Creator o Ear Sweatshirt, Frank Ocean no hacía exactamente hip hop aunque tampoco lo contrario. Channel Orange flirtea con el soul, el r&b o el pop para imprimir una impronta propia, la de un músico ultrasensible que convierte cada canción en un ejercicio de desarmante transparencia alcanzando cotas de un lirismo exacerbado. Todo ello combinado con un sonido propio, muy particular, una suerte de hip hop lo fi quebradizo en el que la melodía se convierte en el bálsamo de un mundo, interior y exterior, turbulento y agitado.
Han pasado cuatro años desde Channel Orange durante los cuales Ocean ha pasado de tener 25 a 29 años dominados por la enorme expectación sobre su nuevo trabajo. Es posible que ningún artista contemporáneo haya sido sometido a unas expectativas tan altas, jaleadas por sus propios anuncios de que el nuevo y esperado segundo disco llegaría "pronto". Por el camino, el artista copó todas las portadas cuando publicó un sentido escrito en el que confesaba su amor por un amigo de la adolescencia que lo convirtió para la prensa mainstream en el primer "rapero gay" aumentando aún más, si cabe, su leyenda de nueva estrella del firmamento negro. Si Kendrick Lamar ponía la protesta política, Ocean, el corazón. No es casualidad que Lamar colabore en este Blonde.
Cuatro largos años de anuncios y desmentidos después, Blonde por fin se ha publicado (en exclusiva para Itunes) convirtiéndose en el acontecimiento musical del año. "Gracias a todos los que me habéis recordado durante este tiempo que algún día tenía que acabar", escribe Ocean en Boys don't Cry, la revista que acompaña la edición limitada y lujosa del álbum, "que básicamente sois todos y cada uno de vosotros".
El disco se iba a llamar, precisamente, Boys don't Cry (los chicos no lloran) una evidente ironía porque si algo hace el artista en Blonde es llorar, llorar muchísimo en un disco que puede entenderse como una obra mayor sobre la soledad contemporánea. Un disco de soul vanguardista que hace de Ocean el heredero natural de Marvin Gaye o Stevie Wonder y se convierte tanto en el reflejo del desbarajuste posmoderno como de los anhelos espirituales de un alma sensible. Todo ello trufado por colaboraciones de alto copete como el guitarrista de Radiohead, Johnnie Greenwood, el músico electrónico británico Jamie XX o la mismísima Beyoncé haciendo coros.
No es Blonde el gran disco pop que algunos esperaban. Aunque para quienes estén ansiosos por jitazos como aquella Pyramids o baladas espectrales como Thinking Bout You, también las hay. Abre Blonde una canción espectacular como Nikes, en la que el Ocean poeta asoma con una letra enigmática y sofisticada en el que presenta un mundo dominado por el consumismo, las relaciones rápidas y la promiscuidad que servirá como contexto a los sentimientos de soledad y frustración que expondrá después.
Dirige el vídeo Tyron Lebon (el fotógrafo de la campaña de Justin Bieber para Calvin Klein) recreando, según él mismo, el "subconsciente de Ocean". Entramos en el terreno de lo lisérgico y posmoderno, una realidad fragmentada, plagada de apetitos y placeres, en la que reina la confusión y el vacío en un universo que recuerda al Los Angeles deliberadamente artificial del artista David LaChapelle.
Blonde no es un dramón gracias a la energía, la rabia y la vitalidad que también despliega en todo momento Ocean. En Ivy se refiere a la ruptura de una relación haciendo gala de un romanticismo desatado: "Pensaba que estaba soñando cuando me decías que me quería", con esa guitarra distorsianada electrónicamente que recuerda al banjo de Woody Guthrie y convierte a Ocean en una especie de trovador folk dispuesto a cantar sus penas y entretener a la parroquia. Con coros de Beyoncé, Pink and White, nos ofrece otra ración de desamor en una canción de elegante r&b para desembocar en la magnética Solo, donde construye su gran balada sobre la soledad, el gran tema del disco.
Ocean se deja influir por la música blanca. Hay algo del espíritu californiano que sobrevuela el último disco de Lana del Rey en Skyline To, junto a Lamar, con ese bajo sinuoso y ese aire playero o del indie en una canción como White Ferrari, que podrían haber firmado los Moldy Peaches o incluso del folk en una canción tan emocionante como Self Control, que recuerda a Tobias Jesso y termina con ese maravilloso estribillo que nos lleva al terreno del espiritual negro. Con su aire retro Seigfreid parece homenajear a Marvin Gaye con esa sensacional deconstrucción del soul. Justo después llega Godspeed, canción abisal en la que Ocean se inmiscuye de lleno en el terreno del góspel con ese emocionante órgano. La confusión regresa con la canción que cierra el disco, donde el artista recuerda a aquellas canciones de la Velvet Underground que se mueven entre el agitado retrato urbano, la experimentación y el lirismo.
Y si alguien no tiene suficiente con Blonde, como dice él mismo en Nikes "tengo dos versiones". La otra es Endless, una versión instrumental y experimental del disco planteada como audaz pieza de cine experimental. Son 45 minutos de música electrónica en los que durante 45 minutos vemos a un misterioso equipo de operarios lo que parece que será un escenario. Para los pacientes, termina con una canción de techno pop desenfrenado perfecta para la pista de baile. Los hombres solos también bailan.
@juansarda