Música

Grigory Sokolov

“No puedo defraudarme a mí mismo”

18 mayo, 2006 02:00

Grigory Sokolov. Foto: Miguel ángel Fernández

El ruso Grigory Sokolov, una de las más grandes e indiscutibles figuras del piano actual, ha celebrado el vigésimo aniversario de su primera visita a nuestro país con una aplaudida gira que le ha llevado a visitar los escenarios de Pamplona, Barcelona, Valencia, Tenerife, Las Palmas y La Coruña. En ésta última ciudad, donde ha inaugurado el Festival Mozart, ha concedido una entrevista exclusiva con El Cultural en la que desvela las claves de su inequívoco arte. La próxima temporada volverá, por novena ocasión, al ciclo de Grandes Intérpretes de Scherzo.

Asistir a uno de sus recitales tiene algo de sagrado. Cuando uno le ve aparecer se da cuenta enseguida de que está ante una raza de artistas ya extinguida, para quienes "la música no es una profesión, sino simplemente la vida". Entra al escenario con misterioso sigilo, con una discreción casi cómica, absorto, directo al piano. Ni sonríe, ni saluda. Durante las siguientes más de dos horas, como con el legendario Richter, la sala permanece en una oscuridad sepulcral. Sólo él y la música. Y es que Grigory Sokolov (San Petersburgo, 1950) lleva cuatro décadas -desde que a los 16 años ganara el Premio Chaikovski de Moscú-, ejerciendo esta especial fascinación sobre el público de la mano de Bach, Mozart, Beethoven, Chopin, Schubert o Brahms, alguno de sus caballos de batalla. Paradigma de artista solitario, mantiene una relación muy especial con el instrumento, al que exige el máximo de sus posibilidades. Sabe sobre un Steinway más que muchos técnicos y antes de tocar, esté donde esté, pasa horas reconociendo el instrumento. Su timidez y aparente distancia personal sobre el escenario contrastan con su extrema amabilidad fuera de él. En los últimos años se ha hecho tan reacio a las entrevistas como a los estudios de grabación, donde lleva mucho sin entrar. Con idéntico rigor y compromiso que demuestra hacia su arte, va desgranando, con suma parsimonia, las respuestas.

-Bach, Beethoven y Schumann centran sus recitales en España, ¿Qué tipo de relación establece?
-Me someto a una única regla a la hora de elaborar un programa: sólo toco la música que amo, esas obras que me impulsan en este momento la necesidad de tocar. Un amor que nace de forma automática y que desconozco de dónde procede. Sí que debe existir una relación interna entre las obras, pero también es posible encontrar conexiones dentro de los contrastes. Hay que comprender que los contrastes pueden de igual forma establecer lazos de unión.

-¿Cómo sabe lo que va a querer tocar de aquí a dos o tres años?
-Eso no ocurre conmigo, los organizadores se tienen que conformar con "programa por determinar". No planifico a largo plazo. No tengo ni idea de lo que tocaré de aquí a un año porque cambio el contenido de mis recitales cada tres o cuatro meses.

Sonido apropiado
-¿Cómo encuentra el sonido apropiado a cada compositor?
-La interpretación es un proceso que sólo se da durante el concierto o el recital. Es algo muy cambiante y está en continua evolución. Varía después de cada concierto. Cada día cambio y evoluciono como artista, y así también mi forma de interpretar las obras. Respecto a la intuición, creo que ésta se sitúa en un nivel superior si atendemos a cómo funciona nuestro cerebro. La esencia de la interpretación es el amor profundo que depositamos en una obra, adecuado a la libertad interior del intérprete.

-¿Hacia qué compositores muestra una especial afinidad?
-Sin duda, Bach, Beethoven, Mozart, Schubert, Chopin, Debussy, Ravel, Schoenberg y Puccini.

-¿Y alguno que no quiera tocar?
-Liszt y Wagner. Por razones humanas y musicales.

-Su repertorio para piano solo es mucho más amplio que el concertante. De hecho, ha descartado tocar el de Grieg, Schumann y algunos de los de Beethoven o Mozart.
-No los he descartado por no considerarlos redondos, sino porque no son los que me apetece tocar de verdad, de la misma manera que no hago todas las Sonatas de Beethoven o de Mozart. Siempre hay que elegir: la música es un océano sin límites.

-Su individualismo se extiende incluso a la música de cámara, ¿tan complicado le ha sido encontrar buenos compañeros?
-Hay música de cámara muy bella. Pero es tan grande el número de obras escritas para piano que tenemos que elegir, porque sólo vamos a poder hacer un número reducido de ellas. Además, me es muy difícil encontrar artistas que entiendan las obras de la misma manera que yo, que tengamos algo en común. Requiere mucho esfuerzo y tiempo, porque luego hay que practicar. Cuando se juntan dos músicos nace un compromiso donde hay que ceder. Y cuando cedes, tanto de un lado como de otro, eliminas la esencia de la interpretación. Prefiero tocar solo en lugar de buscar al colega adecuado.

-¿Y con los directores?
-No es lo mismo que si hiciera música de cámara aunque deben reunir ciertos requisitos. Normalmente sólo tenemos dos ensayos y el concierto. Por eso me gusta trabajar con maestros como Víctor Pablo, que es quien me acompaña siempre en España. No sólo es un gran músico sino que tiene la rara capacidad de otorgar a los ensayos la importancia que se merecen. Nunca le importa el tiempo que lleven. Es bueno que el director tenga sus propias ideas sobre la interpretación de una obra, pero si éstas difieren de las del solista, deben primar siempre las de éste. En un concierto para piano, la labor de la orquesta es acompañar al solista. Es éste quien marca la interpretación, el camino que la orquesta debe seguir, de la misma manera que en el caso de una sinfonía es el director quien lo marca.

-¿La globalización impone que muchas orquestas suenen igual?
-No sé muy bien lo que la gente entiende por globalización. En las orquestas siempre ha habido músicos de muchas nacionalidades. En la interpretación lo que se manifiesta es el mundo interior del músico, la propia personalidad, da igual que éste lo haga en Australia o Suramérica. Hay dos cosas muy interesantes en la música como parte del arte universal y es que no se ve afectada ni por el tiempo ni por el espacio. Podemos tocar a Mozart esta tarde y sonar muy moderno. Da igual que estemos en Galicia o en Australia.

-¿Cómo compagina su libertad personal como intérprete con el respeto a la naturaleza de la obra?
-Intervienen dos aspectos. Por un lado el objetivo, la obra en sí, la partitura, y por otro el subjetivo, que es la interpretación del artista. Para definir la obra es esta última la que vale.

-¿Le ha tentado la interpretación con instrumentos antiguos?
-Nunca. El clave y el piano son dos instrumentos completamente distintos, cada uno requiere una vida entera. Yo he preferido dedicar la mía al piano, son tan grandes sus posibilidades... Sí que he tocado el clave alguna vez, pero no para recrear ese sonido "original", ya que no existen instrumentos originales, lo que se toca ahora son instrumentos modernos, réplicas, reconstrucciones, que nunca sonarán como entonces, no es el mismo instrumento. Además, hay que entender cómo los compositores veían la cuestión. Cada compositor tiene su propio mundo sonoro y su atmósfera propia, independientemente al instrumento que se emplee para su interpretación.

-¿Desconfía de la interpretación historicista?
-La interpretación sólo puede ser moderna, no existe la historicista, porque somos artistas modernos. Lo que se escucha hoy es el resultado de gente moderna tocando instrumentos modernos. Importa si es o no un buen músico. La interpretación no tiene nada que ver con el instrumento o las modas, sólo la materialización del mundo interior del artista.

Cultura interior
-¿Se ha resentido en su país la vida musical tras la desaparición del régimen comunista?
-No en el campo pedagógico, pero sí en la organización de las estructuras musicales, orquestas, conservatorios... Pero la cultura se desarrolla en el mundo interior, en la personalidad de cada individuo. Es capaz de florecer en cualquier lugar. Recuerde que hay sociedades con una libertad inmensa pero de una vida cultural muy pobre.

-¿Cómo afronta el estudio?
-Los días que tengo concierto, estudio entre cinco y seis horas por las mañanas. Luego descanso. Por la tarde vuelvo a tocar hasta cuarenta y cinco minutos antes de abrirse las puertas. Entre recitales también suelo estudiar, mañana y tarde.

-¿Escucha otras grabaciones?
- Claro, mis pianistas preferidos son Gould, Gilels, Sofronitzky, Schnabel, Solomon, Rachmaninov, Lipatti, Horowitz y... Anton Rubinstein, pese a que no grabara.

-Sus recitales tienen algo de "sagrado". Su actitud, la iluminación...
-Para mí en un recital se establece una relación entre el piano y yo, nada que ver con el público. Por eso ilumino muy tenuemente, no por cuestiones estéticas. Además, técnicamente, el resultado es mejor. Cuando hay un exceso de calor sobre el piano se resiente su sonoridad.

-¿Sufre el llamado "mal de giras", avión, hotel, ensayo...?
-Necesito tocar mucho. Soy un artista al que le gusta dar muchos conciertos. Es mi vida. Y para tocar mucho hay que viajar mucho. Yo lo veo como una aventura, tampoco me molesta demasiado, excepto por los retrasos en los aeropuertos.

-¿Resulta una presión el no poder defraudar al público?
-No, como he dicho, la música nace en el mundo interior del artista y se materializa en la interpretación. Es a mí mismo a quien no debo defraudar. Eso es lo que espero de mí.

Sokolov nunca permite publicar más de un puñado de los numerosos recitales que su discográfica, el sello Opus 111 de Naïve, graba en vivo a lo largo de sus más de 70 actuaciones anuales. A las insistentes peticiones que los directivos de la casa francesa le hacen para sacar al mercado más discos, él siempre contesta de la misma manera: "Cuando me muera podréis publicar lo que os dé la gana". Cree que el concierto es el lugar fundamental donde debe desarrollarse y valorar la vida de un artista. Todo lo demás es superficial. Pese a ser muy reacio a ser filmado, Sokolov aceptó registrar el recital que dió el 4 de noviembre de 2002 en el Teatro de los Campos Elíseos de París. Sus condiciones fueron precisas: sería en vivo, sin repetir tomas, y que nada, luces, micrófonos o cámaras, debía distraerle de su concentración. El resultado es sorprendente.


Infalible, preciso y austero
Poco a poco, el adusto, tímido y austero Sokolov ha ido haciéndose un sitio en nuestra filarmonía. En su primera visita a España con la Sinfónica de Moscú en 1986 pasó desapercibido. Luego ha venido mucho: hasta ocho veces en el ciclo de Grandes Intérpretes de Scherzo. Ilustres críticos, como Harold C. Schonberg y Piero Rattalino no lo han tenido precisamente en cuenta a la hora de analizar el arte de los mejores. Pero Sokolov es un espléndido pianista.

Lo primero que aplaudimos del teclista de San Petersburgo es la mecánica, la infalibilidad, el ataque preciso. Después, el manejo de las dinámicas, de una notable amplitud, el control de un pedal que le permite extraer insólitas luces y recrear múltiples colores, con un magnífico sentido de la articulación. La exposición, siempre bien ligada, es así fluida, iridiscente y minuciosa; sin que el discurso pierda un formidable ensimismamiento. Escuchar su dramático y bien medido Beeethoven, su refinado Chopin, quizá en exceso severo, pero no exento de un sabio rubato, su coloreado Schumann o su espiritual y abstracto Bach es siempre una experiencia enriquecedora. Libera tensiones en Chaikovski, sin recurrir a un pathos exagerado; lo canta con una extraña naturalidad. Resultados sorprendentes, fruto de un trabajo de ensayos stajanovista. Lo difícil es lograr que la interpretación parezca, ya en el concierto, espontánea. Sokolov lo consigue. ARTURO REVERTER