La bailarina Tamara Rojo durante una actuación

La bailarina Tamara Rojo durante una actuación

Danza

Dos décadas y media coloreando el ballet: una carrera hacia la diversidad y la inclusión

Hasta hace pocos años, la falta de diversidad racial era uno de los temas más debatidos en el mundo de la danza. Hoy todo ha cambiado aunque todavía queda camino por recorrer.

29 diciembre, 2023 02:34

Muy cercanos al estreno del siglo XXI, en La Habana la comidilla entre balletómanos y críticos era la conversión en “blanco” del llamado cisne negro del Ballet Nacional de Cuba. La bailarina Ecaterine Zuaznábar, negra ella, finalmente encarnaría el doble rol Odette/Odile de El lago de los cisnes.

En un país que llevaba más de 30 años autoproclamándose como el paraíso de la igualdad era noticia que una bailarina definida no blanca llevara a la escena el blanquísimo e inmortal cisne blanco de Petipa y Chaikovski. Algo que, a pesar del respeto y admiración que se profería a Zuaznábar, motivó todo tipo de chiste callejero, incluyendo el cálculo preciso de la cantidad de talco que se emplearía para suavizar el tono oscuro de la excelente intérprete.

Ecaterine Zuaznábar debutó con éxito en su cisne. Pero, Ecaterine devino, poco tiempo después, Catherine Zuaznábar en el ballet de Maurice Béjart. Allí y no en una compañía exclusivamente clásica encontró un estilo más apropiado a toda ella. 

La realidad es que la danza, y en particular el ballet clásico, ha sido un terreno donde los tonos elevados de la piel no siempre han sido bienvenidos. Un tema que se acusaba, aún más, en ellas. ¿Una Giselle negra? ¿Una Fille mal gardée mulata?

Hasta hace pocos años, la falta de diversidad racial en el ballet era uno de los temas más debatidos en el mundo de la danza. Entre las principales compañías internacionales, pocas contaban con bailarines de ascendencia no europea. En Estados Unidos, la atención se centró en la ausencia de afroamericanas y otras mujeres de color en las compañías de ballet relevantes del país.

El ballet clásico ha sido un terreno donde los tonos elevados de la piel no siempre han sido bienvenidos

Este arte, cuyos orígenes se remontan a la danza cortesana europea, sigue siendo en el siglo XXI un entretenimiento para la clase digamos que más acomodada. Los elevados precios de las entradas limitan el acceso a públicos económicamente desfavorecidos, muchos de los cuales pertenecen a minorías raciales.

Esa misma desigualdad puede disuadir a niños de diversos orígenes de estudiar ballet. Además, no es un secreto que las compañías y escuelas respaldan valores estéticos retrógrados. En palabras directas, los bailarines no blancos parten con desventajas a la hora de ser contratados, acudir a castings y ser ascendidos.

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En otra cuerda, las coreografías clásicas descansan sobre los hombros de los miembros femeninos del cuerpo de baile. Ergo, ellas deben cumplir con una homogeneidad que no sólo incluye el tipo de cuerpo -esculpido con el más férreo régimen de entrenamiento y control de la alimentación-, sino también con cánones de belleza que suelen premiar el ideal eurocéntrico y no la diversidad racial.

Increíblemente no ha dejado de ser noticia. Por ejemplo: el 24 de junio de 2015, la bailarina del American Ballet Theatre, el ABT, Misty Copeland hechizó al público del Metropolitan Opera House de Nueva York con su actuación en El lago de los cisnes en el doble papel de Odette/Odile. Esa noche se convirtió en la primera afroamericana en protagonizar ese ballet en la emblemática compañía de danza. Pocos días después rompía otro techo de cristal al ser la primera afrodescendiente ascendida a bailarina principal en el ABT.

Misty Copeland en 'El lago de los cisnes'. Foto: QPAC

Misty Copeland en 'El lago de los cisnes'. Foto: QPAC

Aunque el apodo de "ballet blanco" denota la tonalidad de los tutús que se llevan en El lago de los cisnes y La Bayadère, el término podría describir la aparente composición racial de muchos conjuntos que interpretan esas obras.

A los bailarines de otro color que no sea el blanco rara vez se les da la oportunidad de aparecer en ese repertorio. En cambio, se les encasilla en piezas que requieren un atletismo extremo en contraposición a las líneas clásicas. Esto ocurría en el Ballet Nacional de Cuba con Catherine Zuaznábar y Caridad Martínez. Esta última, a pesar de haber ganado medallas en concursos internacionales de relevancia, nunca fue Odette ni Giselle en el escenario.

Misty Copeland se convirtió en la primera afroamericana en protagonizar 'El lago de los cisnes'

De hecho, es la llamada danza contemporánea en la que más diversidad siempre hemos visto. A diferencia del ballet clásico, no está sujeta a un conjunto de reglas estéticas y técnicas estrictas. Esto ha permitido a los bailarines explorar nuevas formas de expresión y movimiento, dando lugar a una mayor diversidad.

Pero algo ha ido cambiando. En los últimos 25 años, muchas compañías internacionales han contratado a bailarines hispanos, afrodescendientes, asiáticos, sobre todo hombres. Hoy el American Ballet Theatre, el New City Ballet, el Royal Ballet, la Ópera de París entre otros buques insignias de la danza cuentan con un gran número de bailarines hispanos, afrodescendientes y asiáticos

¿Qué pasa en España?

Nuestro país es un gran exportador de talento artístico. Actualmente, el Ballet de San Francisco, el Ballet de Filadelfia y el Ballet de Ópera de París están dirigidos por los bailarines españoles Tamara Rojo, Ángel Corella y Juan Carlos Martínez, respectivamente. A ninguno de ellos se le puede identificar como personas fuertemente racializadas, pero no dejan de ser hispanos.

Si nos focalizamos en la más internacional de nuestras agrupaciones danzarias, la Compañía Nacional de Danza (CND), su trayectoria ha sido un ejemplo de integración y diversidad.

En los tiempos de Nacho Duato, el estilo kyliniano imperante exigía todo tipo de color en escena. Esa impronta quedó grabada a fuego y los siguientes directores artísticos de la CND, José Carlos Martínez y Joaquín de Luz, lejos de eliminarla la han fomentado a pesar de imprimir un giro hacia el clásico a la compañía.

Afortunadamente, sobre los escenarios de hoy vemos todo tipo de tono de piel, ojos rasgados y cabellos rizados. Una pléyade diversa de bailarines avalados por el talento, cuya selección no parece haber estado condicionada por su ascendencia étnica, ha llegado para hacerse un hueco sobre las tablas. Un ejemplo que ojalá se establezca como norma global en este arte, aún demasiado elitista.

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