Así sube el telón el teatro Juan Palomo
Salta a las tablas una generación de talentos todoterreno capaz de asumir cualquier rol. Escriben, dirigen, actúan, incluso producen, sin rehuir el trabajo en equipo. Estas son sus credenciales
31 diciembre, 2020 09:14¿Han empujado los tiempos que vivimos a asumir todas las funciones teatrales? ¿Se controla mejor un espectáculo escribiéndolo, dirigiéndolo e interpretándolo (incluso produciéndolo)? ¿Supervivencia o expansión creativa? ¿Resulta inevitable la concentración de todas las facetas? Es muy probable que las presentaciones de Kantor, el sincretismo de Lescot, el compromiso de Larreynaga, los “incendios” escénicos de Mouawad, el timbre especial de Tolcachir, la vanguardia de Lepage, las transformaciones de Berkoff y, por supuesto, la portentosa elevación poética de Angélica Liddell no hubiese sido posible sin el absoluto control de cada una de las tablas que componen el puzle del escenario.
“Cuando se piensa desde la dirección, la escritura y la interpretación uno está abrazando el espectáculo, orbitando de forma armónica y constante en torno a lo que se crea y teniendo en cuenta todos los elementos y significados. Todo se abraza”. Así lo siente Pablo Rosal (Barcelona, 1983), una de las figuras visibles de la nueva generación de “teatreros orquesta” que asume prácticamente todos los roles escénicos. Recientemente ha estrenado en La Abadía Los que hablan (una de las mejores obras de 2020 según los críticos de El Cultural) y participó como actor en la celebrada Kingdom, de la también polifacética Agrupación Señor Serrano.
"La escritura me ubica en el mundo y en la dirección aprendo a través del otro". Carolina África
Nacidos en las décadas de los setenta y ochenta, la capacidad de estos creadores para abarcar el proceso teatral de principio a fin se ha convertido en un auténtico fenómeno. Y la calidad de la cartelera lo nota. Especialmente en esta época de reclusiones y aforos limitados. “La escritura me brinda un encuentro íntimo que necesito para ubicarme en el mundo, la dirección me hace aprender a través del otro y la interpretación me facilita salirme de mí misma para ser otra ante un público que me pone en riesgo y que me provoca un chute de adrenalina”. La energía que desprende la también productora Carolina África (Madrid, 1980) solo es comparable a obras como Vientos de levante, Verano en diciembre y Otoño en abril, algunos de sus textos más celebrados. “No tiene por qué ser el mejor camino. Dependiendo del proyecto puede resultar beneficioso limitarse a hacer solo una tarea”, añade África, que prepara para 2021 El cuaderno de Pitágoras.
En la misma dirección, aunque de forma más radical, se mueve Julián Fuentes Reta (Zaragoza, 1978), para quien tener un pie en cada palo puede tener puntos sólidos pero también profundas grietas: “Mi forma de trabajar es muy económica y eso me ha causado problemas con el resto de las áreas. Me encuentro más cómodo en la dirección porque en esencia es coordinar. En grupo hay que ser extremadamente generoso. Es clave. Sin embargo, en la faceta actoral no me veo. La he practicado desde la experimentación, para aprender, pero no la disfruto per se”. Para el director de Tribus, estrenada en el Valle-Inclán, y el actor de HL-Dopa, lo esencial en estos tiempos es armar equipos de manera “intensamente guerrillera” para reunir así la fuerza necesaria para superar la crisis que atravesamos.
A Marta Pazos (Pontevedra, 1976) ejercitar varias facetas la coloca directamente en "lo procesual", contemplando la obra desde muchos prismas y oxigenando la puesta en escena. La directora de Je suis narcissiste compone sus entregas desde la plástica: “Esta visión múltiple es crucial para tratar los distintos materiales escénicos. No tienes un punto de fuga único. La visión termina convirtiéndose en un caleidoscopio”. A Pazos la hemos visto triplicar sus funciones en Tokio 3, Super 8, Waltz y Hemos venido a darlo todo. “La capacidad de adaptación de los materiales es mayor si las decisiones dependen de ti”, sentencia mientras anuncia un Othello para el año que viene en La Abadía.
"Me gustan los actores que no quieren estar en escena más de lo necesario y los directores que lo engloban todo". Fuentes Reta
Cabe preguntarse también si ser todoterreno es algo muy femenino, como sugiere con cierta ironía Lola Blasco. Pero puede ser, porque otra de las 4x4 de la escena es Denise Despeyroux (Montevideo, 1974), que empezó escribiendo sus obras para interpretar alguno de los personajes, como Terapia y Amateurs (la obra con la que desembarcó en Madrid, en Lagrada, en 2007): “En ese momento en la capital eso era algo bastante novedoso y se miraba con cierto prejuicio, relacionándolo más con la precariedad que con el deseo y la capacidad. No ocurría lo mismo en Cataluña, donde la influencia del teatro argentino, que lo viene haciendo desde los noventa, se hizo notar primero”. Despeyroux, que recientemente ha protagonizado Ternura negra en el Fernán Gómez, no teclea nada que no pueda decir en voz alta: “Haber pasado por la experiencia de la actuación ayuda en la dirección de escena y también en la escritura”.
Siglo mío, bestia mía, Marie (en enero en La Abadía) y Música y mal son los próximos proyectos en cartera de Blasco (Alicante, 1983), cuyos estudios de interpretación le han servido para entender cada parte del proceso creativo. “Todo esto me lleva a mirar mi trabajo desde fuera. Sin embargo, en otras ocasiones, puedes ayudar mucho al equipo que está, por ejemplo, trabajando una obra tuya porque ya desde la escritura pensabas en una forma de interpretarla, en un tono concreto. La colaboración, las diferentes miradas y los apoyos son en estos tiempos de pandemia más importantes que nunca”.
Saber valorar un silencio o un gesto medido como intérprete, el efecto que tendrán esos mecanismos de actuación como director y las propuestas de intercalarlos en la faceta de autor es el juego que propone Félix Estaire (Madrid, 1976), que ha firmado montajes como El tiempo todo lo cura, La lengua pegada al hielo y Los hortelanos son unos perros, éste último participando de sus tres facetas. “Fue muy duro pero a la vez resultó divertido”, señala Estaire, que reconoce que la pandemia le ha roto el ritmo de trabajo y la forma de escribir: “Soy una persona que necesita de los otros para tener una referencia de lo que soy y lo que hago. Echo de menos más contacto con los demás”.
Shakespeare, Molière o Pinter se expusieron también al escrutinio del público. ¿Es algo consustancial al creador reunir las tres facetas? Para Despeyroux la profesión de director de escena como algo separado de la autoría y de la actuación es un “invento” bastante reciente: “La especialización, que es una necesidad en muchas disciplinas científicas, es por lo menos cuestionable en el terreno de las artes”. Quizá por eso Pablo Rosal propone “hacer arte irrenunciablemente para refundar la realidad con coraje”. Una apuesta que sube Fuentes Reta para huir del one man show. “Admiro a la gente que, dirigiendo, escribiendo y actuando no se regodea en ningún área. Es el camino por el filo de la navaja. Me gustan los escritores que no reverencian las palabras, los actores que no quieren estar en escena más de lo necesario y los directores y directoras que son la cubierta que lo engloba todo. Al sentido neoliberal de lo vital le viene fenomenal que haya gente dispuesta a decir ‘lo hago todo yo que te cuesto menos’. Pues no. Seguridad, responsabilidad y equipo. A pelear”. Así sube el telón el teatro Juan Palomo.