Dieciocho pasos exactos, un teléfono móvil y la soledad de cincuenta días sirvieron a Javier Ruibal (Puerto de Santa María, 1955) para componer su nuevo disco cuando “nos confinó un terrible aviso del planeta”. Es uno de los versos que componen 'Baile de máscaras', una de las canciones contenidas en Ruibal, el álbum en formato disco-libro que comenzó a escribir durante el estado de alarma y hoy se presenta en Madrid con un espectáculo en el que lo acompañan sus dos hijos: Javi Ruibal, percusionista y productor de los últimos proyectos del cantautor, y Lucía Ruibal, bailarina. Salvo 'Intemperie', la canción que le valió el Goya a la Mejor canción original poco antes de la pandemia, el resto de canciones nacieron mientras el artista caminaba por su casa madrileña durante el encierro. 

Cada uno de los trece cortes de este singularísimo trabajo van acompañados por una acuarela, obra de la artista Sonia Alonso, y un relato, responsabilidad del propio autor. Entre el oficio y el arte, el que fuera galardonado con el Premio Nacional de las músicas actuales en 2017 se considera más artesano que artista, pues sucede que “las musas ya no son trasnochadoras, sino madrugadoras”, y confiesa que “nunca había hecho todo el trabajo en tan poco tiempo”. Mientras algunos autores se encontraban tan consternados e inhabituados a la nueva situación que incluso les costaba emprender una lectura, Javier Ruibal, que no se pliega ante las adversidades, se sacaba este disco de la manga.

Pregunta. ¿En qué momento decide ponerle al mal tiempo, buena cara? 

Respuesta. Al comienzo a mí también me costaba leer, pensar, estar en equilibrio. Me veía venir tres meses solo en casa. Pero las canciones 'Astronomía' y 'Yo soy africano' estaban bocetadas y cuando me puse a trabajar, se me ocurrió 'Soy ese que te cantaba' como canción reclamo para cuando saliéramos. No fue una tortura para mí porque estaba muy centrado en lo que estaba haciendo. Trataba de estar informado, pero procuré de apartarme de la bilis que desprendía el panorama político.

P. Además decide sacarlo en un disco-libro, una edición de lujo que coincide con una tendencia a la desaparición del cedé físico. ¿Es usted un nostálgico?

R. Pues sí, la mejor manera me parecía la vieja usanza. Ir sacando una canción detrás de otra en vídeos de YouTube no me parecía el proceso más adecuado para mí. Uno pretende que esas canciones no se sostengan en un tiempito, sino que perduren. Preferí envolverlo en un objeto para que el público tenga el placer de agarrar el disco, leer un relato, contemplar una acuarela, volver a escuchar la canción… y darle al disco ese valor sentimental que tenía.

P. ¿Por qué este producto tenía que ser tan multidisciplinar? 

R. Porque soy un gran disfrutador de todas las artes. Se trata de que nunca deje de ser un juego para mí, y que nunca deje de proporcionarles un momento lúdico a los que curioseen en lo que uno hace.

P. En este disco también está 'Intemperie', merecedora del último Goya a la mejor canción original por la película homónima que dirigió Benito Zambrano. Pero en esta ocasión la canta usted y se presenta con una producción a su manera.

R. En una comida con Benito Zambrano, me dijo que era un tema que yo podría tratar muy bien, me pasó un pasaje de la película y le envié la canción con la idea de cantarla yo mismo, a la manera que Morente habría cantado un poema lorquiano, como suena en este disco. Pero la productora prefirió que lo hiciera Silvia Pérez Cruz, que la convirtió en una especie de nana que también emociona.

"Me gustaba concebir una música que pudiera ser de un país que no existe, respetando las músicas de cada lugar pero buscando la confluencia"

P. 'Astronomía' o 'Física Cuántica' son dos títulos de canciones que remiten a estímulos no demasiado reconocibles en su obra.

R. Eran dos ideas que yo no suelo manejar. Parecen temáticas más propias de Jorge Drexler, amigo y compañero. La intención era hacer un disco positivo, a pesar de 'Baile de máscaras' y 'Amor en la red', que hablan de la presión tremenda que hemos vivido.

P. En cambio, regresa a la identidad y los orígenes en 'Yo soy africano'. Eso sí es una constante en su cancionero.

R. Muchas veces ha sido un acercamiento más musical que lírico. Esta canción es un manifiesto en décimas que reivindica nuestra descendencia africana, así como la gracia de los negros para la danza, la percusión y esa capacidad de vivir con un entusiasmo impropio de personas que viven en países tan deteriorados y expoliados.

El artista inquieto por excelencia aspira a que sus composiciones no se parezcan a lo que ya se ha hecho. Por sus incursiones en el jazz, la música africana, india, sefardí o caribeña, y por su condición de creador independiente, alejado de multinacionales discográficas, Javier Ruibal es considerado un músico de culto. Su público no es masivo pero es fiel, y su figura genera un respeto extraordinario entre sus colegas. Habiendo registrado tal multitud de influencias a lo largo de su carrera, cómo se consigue una voz propia es el enigma que nunca desvelará. Pero su obra, como su carácter, está anclada en su identidad y jala de ese temperamento genuinamente gaditano que prodiga la gracia, la inteligencia. Así, el flamenco es el estilo más reconocible en sus repertorios.

P. La suya es una obra muy enraizada a Cádiz, que por su emplazamiento geográfico —nexo con África, el Mediterráneo y América— ha sido cuna de un crisol de culturas. No obstante, ha sabido huir por otros caminos. Háblenos del “viaje” en sus canciones.

R. La funda de la guitarra tiene un asa que recuerda a una maleta. Yo desde el principio me dije que esta maletita me iba a amigar con mucha gente y me iba a llevar a mil lugares que no vería si no tuviera este oficio. Tengo dos cosas claras: hay que saber quién es uno, a qué tiempo pertenece. Una vez que conoces el colorido, los aromas y las luces del sitio donde te crías, ya tienes tu identidad más o menos conformada. Pero a mí lo que me interesaba era el resto del planeta. Me gustaba concebir una música que pudiera ser de un país que no existe, respetando las músicas de cada lugar pero buscando la confluencia. Esa vía de escape me hizo poner mucho más en valor mi identidad gaditana. Cádiz tiene un poderío tremendo fundamentalmente por cuestiones creativas, pero no debemos mirarnos siempre el ombligo.

P. ¿El chovinismo no es una contradicción para una tierra que ha acogido tantas culturas?

R. A veces se da un énfasis excesivo sobre el orgullo de identidad. El que lo siente de manera desproporcionada realmente no es consciente de la medida que tiene. El gaditano acogedor es el que se siente seguro de sí mismo desde la serenidad de no tener que decir cuánto bueno es esto, porque ya lo es.

P. Se adivina una intención lúdica a lo largo de sus composiciones. La ironía, el humor, los trabalenguas y los juegos de palabras, propios del carnaval de su tierra, son recurrentes en su trabajo, aunque eso empezó a ocurrir con su carrera ya lanzada.

R. Lo peor para un adolescente es querer aparentar que uno es riguroso, serio, formal. En aquel momento hice unas canciones excesivamente trascendentales: una declaración de militancias, mi vinculación con los derechos humanos o la identidad con la tierra. Luego me dije que había que relajarse y me dejé contagiar por la chispa, el humor, la ironía o la frescura, que no tiene por qué ser insustancial. En Cádiz se dicen las cosas de una forma muy jocosa, pero en el fondo hay mucha retranca.

P. Siguiendo con las expresiones populares, le interesan las escalas del folclore para su música. ¿No le parece que se está regresando a esta corriente desde artistas como María Rodés, Rozalén o Silvia Pérez Cruz? 

"Se sigue entendiendo que el artista es un tipo feliz que eligió seguir siendo un niño y no se enteró de nada. Y es al contrario"

R. Es algo cíclico, como se vuelve a los atuendos. En el regreso de la experimentación, se vuelven a retomar las tonalidades de la tradición. Cuanto más lees y más pendiente estás de tu cultura, antes te das cuenta de que la cultura española es muy potente y al mismo tiempo muy menospreciada por los responsables institucionales. Es muy fácil adornarse con Cervantes, Lorca o Delibes, pero luego hay que demostrar una voluntad por que los poetas tengan su repercusión y tengan su lugar. Se sigue entendiendo que el artista es un tipo feliz que eligió seguir siendo un niño y no se enteró de nada. Y es al contrario: nosotros estamos mucho más pendientes de la realidad que la gente que la gestiona, pero desde la gestión nunca hay una mirada de justicia. Se ha visto en este encierro, del que hemos salido prácticamente indefensos. Es una falta de respeto.

P. ¿Qué pasa con las restricciones? ¿Por qué los medios de transporte pueden ir llenos de gente y a los espectáculos no puede acceder casi nadie?

R. No se enteran. Los ministros no están dispuestos a darnos la consideración de que la cultura es segura. Voy a tocar a Vigo en un avión lleno y luego en el concierto separan a la gente con una distancia más que excesiva. Los contagios se producen por irresponsabilidad, pero la gente que va a un concierto se siente precisamente implicada con el acto, no van a un desmadre. No están siendo justos ni razonables.

P. ¿Hay que reivindicarlo en las canciones? En la película sobre su paisano Juan Carlos Aragón, Palabra de Capitán, donde usted mismo participa, se produce un conflicto a propósito de una de sus coplas, en la que interpela a los iconos de la música andaluza para que se mojen en las cuestiones de calado político y social. La cantante Vanesa Martín se opone a esta reprensión. ¿La generación de cantautores que ha sucedido a la suya debería ser más exigente? 

R. Hubo un tiempo en el que la canción de autor era primordialmente reivindicativa. A mí no me gustaba ese exceso, si no venía justificado por un contexto poético y hermoso. Lo que Juan Carlos recuerda a los artistas que habían llegado a una cierta confortabilidad es que no deben perder la referencia de dónde vienen y que el arte nunca salió de las manos ni de la boca de los ricos, sino de la gente del pueblo. Cada uno que haga lo que quiera cuando lo sienta, sin dejarse llevar por un entorno que se lo pida. Particularmente creo que en la mayoría de casos la denuncia va entre líneas, casi siempre está más relacionada con las maldades que nos hacemos entre todos y no terminan de resolver una convivencia en condiciones, mientras que el sistema se aprovecha de nosotros. 

P. Siempre ha manifestado una profunda admiración por sus compañeros. Sus últimos trabajos están repletos de colaboraciones, aunque a veces no coincidan con sus afinidades artísticas.

R. Es que desde el principio yo aposté por la diferencia. Estaban Carlos Cano, el rock andaluz, los cantautores como Paco Ibáñez, Pablo Guerrero o Luis Pastor, pero yo no quise seguir exactamente aquellas estelas. Los compañeros me vieron como un tipo diferente que no venía a remolque de ninguno, aunque los he escuchado con una predilección absoluta. Empecé a grabar un poco más tarde y eso me dio la ventaja de elegir bien cuál sería mi propuesta, que tenía que ver con el flamenco pero también con la música del Caribe, El Magreb, la India, los Balcanes… Eso llamó mucho la atención. 

P. Además, en un momento en el que la confluencia de estilos no estaba de moda. Entre los autores de canciones, fue uno de los primeros que apostó por la fusión como esgrima para encarar una carrera musical.

R. En España solamente Maria del Mar Bonet lo había practicado de forma similar, aunque desde una óptica muy diferente. Cuando llegué a Barcelona en 1976, sus discos me gustaron mucho, aunque a mí me impactaron fundamentalmente las canciones donde Los Beatles juntan el pop con la música hindú. Me resultó muy interesante esa visión tan cosmopolita de mezclar lo nuevo con lo tradicional, lo sinfónico… Es que los cabrones lo dejaron todo hecho. Después a nadie se le ha ocurrido nada que no estuviera hecho ahí. Salvo la música electrónica, y es por la profusión de las maquinitas, que han llegado a sofisticarse de esta manera. De aquellos despertares, busqué mis maneras hasta llegar al primer disco, que destilaba sonoridades muy flamencas.

"La poesía es áspera muchas veces, porque miras dentro de tus sombras, tus dolores y tus gozos" 

P. Sin embargo, nunca se ha declarado como flamenco.

R. Me parecía pretencioso, pero los flamencos más notables me han acogido como un compañero más, aun siendo yo un cantautor. Me conmovían los guiños de Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar o Enrique Morente, amores que uno siente muy privadamente.

P. ¿Cómo espera al público madrileño ante esta nueva situación? Es su primer concierto en la capital tras el confinamiento. 

R. La gente que viene a verme me ha elegido de una manera muy sincera. Es un encuentro festivo, una muestra de amistad y afecto que está más allá del propio concierto. Y en Madrid, que desde el principio ha sido donde más público he tenido, incluso más que en Andalucía, me hace especial ilusión.

P. Al menos estará arropado por su familia. En este disco la participación de sus hijos es más determinante que nunca. ¿Cómo sustituye el sello disco discográfico por la empresa familiar?

R. Cuando me hice independiente y creé mi propio sello y mi editorial para no tener que depender de nadie más, cada disco ha ido financiando el siguiente. La idea es que somos autosuficientes. Ya hicimos el espectáculo Casa Ruibal y hemos vuelto a los vínculos de amor, de cariño y de sangre. Ahora que podemos regresar a los escenarios, ¿por qué no vamos a ir juntos? Es un momento muy trascendente de mi carrera. Me recuerda a la película El viaje a ninguna parte, un ejemplo perfecto del amor por el oficio de todos los que se dedican a las artes.

Si fuera poco oficio, Ruibal no solo saca un disco en plena pandemia, sino también un poemario, Coraza de barro (Aguilar), aunque este ya estaba escrito y su publicación quedó en suspenso por el confinamiento. Cualquiera podría pensar que este libro se parecería a Lorca, Alberti, Quiñones o Caballero Bonald, sus “grandes divinidades”, como él mismo les considera. También a su paisano Carlos Edmundo de Ory, cuyos aerolitos recuerdan a algún poema del libro de Ruibal, que bien podría pasar por aforismo: “Entre la necedad / y la necesidad / hay un sí de diferencia. / Tú decides”. Sin embargo, “en mis poemas no están ninguno de los poetas que me han inspirado” porque “he intentado escribir en una declaración de independencia conmigo mismo, lo mismo que cuando hice canciones traté de soltarme de la mano de quienes fueron mis guías”.

P. Intuimos que aquella coraza que colocó entre usted y la poesía no era lo suficientemente sólida. 

R. Claro, porque voy muy indefenso entre mis precauciones, mis respetos, mis indecisiones. Es tan frágil que ni siquiera tengo esa otra coraza que tengo en el escenario con la guitarra, el micrófono, etc. Aquí vas desnudo. La poesía y las canciones son hermanas, pero no gemelas. En la poesía yo he mirado mucho más hacia adentro y en la canción busco un lugar de encuentro con los que están en frente. La poesía es áspera muchas veces, porque miras dentro de tus sombras, tus dolores y tus gozos. 

P. Sus canciones son la historia de la música en constante ida y vuelta. ¿Cuándo va a cerrar el círculo? No hay constancia de que haya dejado de reinventarse. 

R. Nunca llegaré a cerrar el círculo porque nada en la vida termina en una culminación. Todo es tránsito y cúmulo de experiencias. Ni siquiera llegaré a componer la canción “que sea la buena”. Sigo buscándola, pero sé que no va a existir. Lo que sí habrá es pequeños momentos de satisfacción: “Mira, esta ha salido buenecita”. Y siempre con la sensación de que te caen de algún sitio.

P. ¿La obra de Ruibal aún soporta dinámicas disruptivas? ¿Es que le falta algún terreno por explorar? 

R. Todo. Estoy experimentando.

@JaimeCedilloMar