Alan Turing no creía en las casualidades. Pero Claudio Tolcachir asegura que sólo a esta se debe haber empalmado dos montajes sobre científicos. La temporada pasada nos regaló una absorbente reconstrucción del debate ético que, en mitad de la II Guerra Mundial, suscitó el potencial bélico de la fisión nuclear entre Niels Bohr y su alumno Werner Heisenberg. Ahora vuelve a la cartelera con otro icono de la investigación científica en La máquina de Turing, que estrena en el Canal el próximo jueves (22) y que, como en Copenhague, se adentra en las encrucijadas humanas de los protagonistas.

“Todo el equipo –explica a El Cultural– nos sentimos profundamente conmovidos por la injusticia con la que fue tratado. Cuando termina cada ensayo nos sentimos más cerca de él, de la misión de poner luz sobre una vida tan intensa, magnética y dolorosa. Llena, además, de humor e ironía”. Ese es el objetivo del espectáculo: iluminar zonas de sombra y llamar la atención sobre una inquietante paradoja, la expresada por una sociedad que se aprovecha de su genialidad (fue un precursor de la computación y descifró los códigos nazis) y a la vez le margina por su homosexualidad

Tolcachir sigue la dramaturgia elaborada por Benoit Solès, que se inspira en el libro Breaking the Code, de Hugh Whitemore, basado a su vez en la biografía Alan Turing: The Enigma, de Andrew Hodges. Sobre este último texto se edificó también el biopic Descifrando el enigma, con Benedict Cumberbatch en la piel del matemático inglés. En el Canal lo encarnará Daniel Grao, acompañado sobre el escenario por Carlos Serrano. La estructura se plantea como una evocación: Turing va recorriendo significativos hitos de su existencia. “Es un viaje por su mente: sus curiosidades, sus obsesiones, su amor, su soledad…”, enumera el director argentino.



La atmósfera (“poética y simple”) que ha creado procede de la literatura negra. De hecho, la obra arranca con un robo que sufre en Mánchester en 1952. Hay suspense. Y derivaciones oníricas. Turing repasa sus decisiones, las que terminaron definiendo su destino. La rememoración le aboca a sensaciones contradictorias. Afloran también las turbias circunstancias de su muerte por culpa de la famosa manzana envenenada con cianuro, la que le dio pie a Steve Jobs para el logo de Apple. ¿Suicidio, accidente, asesinato…? “Proponemos una posición al respecto pero nos gustaría que fuera el público quien completase ese misterio. La obra es pura humanidad, y las humanidades, ya se sabe, son subjetivas”, señala Tolcachir, con hábil ambigüedad con la que atraer la atención. “Tiene mucho sentido hablar de ese fin. Cualquier tipo de castigo que no comprendemos debe ser combatido. Y el teatro tiene una enorme función en ese sentido”.

Pero más allá del conflicto homosexual, Tolchachir reivindica la ejemplaridad universal de Alan Turing: “De los muchos rasgos peculiares de su conmovedora personalidad, creo que elijo su visión de futuro. Él veía un mundo que no podía compartir, que los demás no lograban comprender. Imaginaba lo que hoy en día es nuestra normalidad con décadas de antelación. Fue una Casandra matemática”.

@alberojeda77