Àlex Rigola: "El teatro es efímero y su causa es el público"
Àlex Rigola
A pocos meses de encarar la dirección de los Teatros del Canal, el director catalán estrena en el Teatre Lliure Ivanov, una versión libre del texto de Chéjov en la que Rigola destila su peculiar visión dramática.
"Para encarar a Chéjov precisaba de un cierto bagaje de vida, de las cicatrices que dejan las experiencias en tu camino", asegura el director. Dentro de la obra del autor ruso, se ha decantado por Ivanov, su primera obra teatral larga, por identificación, "por sentirme un poco descolocado con lo que he hecho hasta hace poco escénicamente. Y creo que esto le sucede a más o menos todo el mundo alguna vez, ya sea a nivel profesional, artístico, vital, familiar, amoroso, ético, moral... Me identifico con el protagonista de Chéjov, no sé si reaccionaría igual que él, pero tristemente me reconozco, y eso me ha hecho evolucionar como persona", comparte Rigola.
"Ivanov es la historia de un hombre que se siente desencantado de la vida, que renuncia a ella. Pero esto no entra dentro de la lógica de la sociedad que lo rodea", explica el director. "La voluntad de vida schopenhauariana es intrínseca al existir. Por eso se hace muy comprensible que no se entienda el querer acabar con tú vida". Esa lucha entre el individuo y la sociedad, entre voluntades, deseos y ética; la incomprensión del protagonista y, como telón de fondo, una crisis de una sociedad perdida, desestabilizada y con los valores muy maltrechos son las claves de una obra que según Rigola podría haber sido escrita en la actualidad. "Este desencuentro que es el núcleo de la obra no perece a pesar de ser un texto escrito en el XIX. No necesita una reinterpretación actual. Podría haberse escrito hoy, y eso es algo que exijo a con todos los textos que ponemos en escena. Si no hay un equivalente contemporáneo para mí no tiene sentido. El teatro es efímero y su causa es el público, que vive en presente".
¿Actor o personaje?
Para trasladar a escena la pieza, Rigola recurre a un proceso creativo que borra la línea entre el actor y el personaje y rompe las barreras de la ficción. "Los actores vienen vestidos de casa y se llaman entre ellos por sus propios nombres, en lugar de adoptar los de los personajes. Queremos jugar a no saber dónde acaba el actor y dónde empieza el personaje", explica el director. Los actores deben desprenderse de toda una serie de convenciones y tradiciones teatrales y buscar la esencia, hasta el punto que lo que queda es algo puro. "Todos los ensayos han servido para empezar a crear un dogma sobre el acting. Olvidamos enseñanzas actorales de cuando estudiábamos y que precisamos mantener en cada una de las replicas que aparecen en el texto. Aplicamos máximas como por ejemplo esta, que cada vez que voy al teatro me duele su ausencia: El personaje no puede ser menos inteligente que el actor que lo defiende". A través de recursos como la música contemporánea, un escenario limpio y sin ningún tipo de ambientación, y de escenas como la que abre la obra, donde se ve a los actores jugando fútbol; Rigola intenta adaptar el amplio costumbrismo presente en la pieza de Chéjov a un costumbrismo del siglo XXI.Un momento de la representación de Ivanov
Con esta adaptación de Chéjov, el director busca plantear al público, a través de las dudas del protagonista, una serie de preguntas que no tienen respuesta: "¿Te conoces a ti mismo? ¿No dudas nunca? ¿Te entiendes o no te entiendes?". Rigola señala que se trata de una pieza compleja, pues "la filosofía de Schopenhauer está muy presente en la obra y nos dice que si nacemos esperando una vida llena de felicidad no dejaremos de desilusionarnos. En cambio, si aceptamos que la vida acaba en la muerte saborearemos más los momentos de placer de la vida". Sin embargo, rechaza que una posible moraleja de la obra sería que debemos aceptar la vida tal y como es. "No. Eso sería quedarnos con lo que nos rodea. ¿De verdad queremos este mundo para nuestros hijos? Creo que uno de los sentidos de la vida es intentar dejar un mundo mejor que el que encontramos".En este sentido, el director asegura que esta obra es un intento de reconciliarse con el teatro, porque se considera "una persona muy insatisfecha escénicamente. Me pasa que voy al teatro y encuentro historias infantilizadas. Yo no veo el teatro como un profesional que se gana la vida con esto. Me gusta más la palabra Artes Escénicas que Teatro. Me gusta crear de forma tribal un pieza de arte para la escena. Y no llegar nunca a un mínimo de perfección es muy frustrante". Sobre el teatro que se está haciendo en la actualidad, el director asegura que "como espectador estoy mucho más cercano al que crea que al que reproduce".
Legados efímeros
Este será el último espectáculo que Rigola estrene antes de hacerse cargo de los Teatros del Canal en la próxima temporada, donde ha sido nombrado director, junto a Natalia Álvarez Simó, tras la marcha de su paisano Albert Boadella. Sin querer desvelar pistas de su futura gestión, "esa pregunta todavía no toca hoy", sí que valora los frutos del trabajo realizado por su predecesor en el cargo. "Boadella deja un legado no visible (como siempre sucede en las artes escénicas) que nos acompañará a muchos profesionales toda nuestra vida".Un legado que deja buen sabor de boca y mucho construido, como ocurre con el trabajo realizado por él en la Bienal de Venecia de Teatro, que arranca de nuevo en tres meses. Aunque su visión es mucho más pesimista. "Sucede como dicen en Blade Runner. "Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia, es hora de morir". El teatro es efímero. Albert o yo dejamos un pequeño rastro que se mezclará con el de nuestros compañeros. No sabremos donde empezó uno y donde termina otro. No pasa nada. Es el placer de dejar algo intangible para la comunidad".