Viyuela desempolva a Edgar Neville
Pepe Viyuela y Carles Moreu, protagonistas de El baile, de Edgar Neville.
El Teatro Fernán Gómez le da una nueva oportunidad a Edgar Neville. El baile, obra que arrolló en los 50, regresa a las tablas remozada por el actor Pepe Viyuela, que también la produce, y por el director Luis Olmos.
Un presente en el que Neville no existe. "Está completamente olvidado. Otros miembros de su generación, como Mihura y Jardiel Poncela, han corrido mejor suerte. Aunque hay que decir que se representan con cuentagotas", lamenta Luis Olmos, director del montaje y máximo responsable del Teatro de la Zarzuela entre 2004 y 2011. Haber trabajado bajo el franquismo sin ser represaliados por ello les estigmatizó. Pero a estas alturas no se entiende que esa circunstancia, por si sola, sea la causa de su invisibilidad. "Espero que este estreno sirva para reivindicarle y genere nuevo interés por su extenso trabajo, porque Neville tiene una cosecha de decenas de buenas obras y películas".
Si algo así sucede, la mayor cuota de mérito habría que otorgársela a Pepe Viyuela. Un actor sobre todo conocido por sus incursiones estelares en televisión (Un dos tres, Aída), pero que lleva años volcado en el teatro, como actor y productor. Desde esas dos facetas ha impulsado este rescate. Leyó el texto y le atrapó el enredo triangular que sostienen los entomólogos Julián (Viyuela) y Pedro (Carles Moreu), ambos enamorados de Adela (Susana Hernández). Le confesó su entusiasmo a Bernardo Sánchez, guionista y firmante de adaptaciones teatrales de películas como El pisito -con Viyuela también al frente del reparto- y El verdugo -con Luis Olmos repitiendo en la dirección-. Sánchez lepropuso algunos cambios para que El baile conectase mejor con el público actual.
El principal es una traslación de los tiempos de la trama. La historia del trío se prolonga desde sus años juveniles hasta la senectud. En la obra de Neville ese periplo se repartía en tres actos: el primero situado en 1900, el segundo en 1920 y el tercero en 1950. Sánchez, en cambio, empieza donde terminó Neville. Su versión avanza desde los 50 hasta hoy. Una idea que ha contado con la complicidad de Olmos, que ha dotado a cada acto de un sello estilístico diferente: "Todo empieza como una sitcom, luego pasamos al melodrama y terminamos en el teatro del absurdo, con Beckett de fondo". Es un trabajo que obliga a los actores a desplegar un amplio repertorio de recursos expresivos. No en vano, es un vida la que completan en apenas una hora y mieda. "Algunos se van sorprender con la solvencia con la que Viyuela se mueve en registros más oscuros. En este papel me recuerda mucho al Woody Allen neurótico empecinad con amores imposibles".
Olmos asegura que los cambios no traicionan el espíritu de la obra, básicamente un parábola sobre el inapelable paso del tiempo, proceso en el que los seres queridos se revelan como la única tabla de salvación. Los ve, por el contrario, como una intervención necesaria para reforzar su vigencia. Quizá en esta cirugía respetuosa esté la clave para devolver a Neville (y a otros tantos) a la palestra contemporánea.