Yorgos Lanthimos, el terrible burlón que pone patas arriba los dogmas y jerarquías de nuestro mundo
El director griego vuelve a sus pulsiones existenciales con 'Pobres criaturas', León de Oro en Venecia, Globo de Oro y nominada a 11 premios Oscar.
26 enero, 2024 02:00En el corpus fílmico de Yorgos Lanthimos (Atenas, 1973) nada es lo que parece. Los adultos se comportan como niños, lo antiguo aparece bañado de modernidad, la gente que parece viva en realidad está muerta, los que se desean se tratan como desconocidos y los que se desprecian simulan estar enamorados.
¿Cómo puede funcionar este universo abocado al caos? La clave debe buscarse más allá de la razón y radica en la agudeza con la que el autor griego, uno de los grandes satíricos del cine contemporáneo, gusta de poner patas arriba los dogmas y jerarquías que sustentan nuestro mundo.
En una entrevista para la revista británica Sight & Sound sobre su primera película hablada en inglés, Langosta (2015), Lanthimos señalaba su interés por subvertir “las reglas que seguimos y que nadie cuestiona, aquello que se nos da como establecido y que sentimos que debemos acatar”.
El empeño del realizador griego por destapar las estructuras de poder que atenazan a las sociedades modernas afloraba ya en su enigmático debut en la dirección en solitario, Kinetta (2005), en la que un policía, un fotógrafo y la joven encargada de la limpieza de un hotel recreaban toscamente una serie de brutales agresiones. Con esta suerte de remake de Crash (1996), de David Cronenberg, pasado por el cedazo del distanciamiento brechtiano, Lanthimos ahondaba en una serie de pulsiones masoquistas que alumbraban altas dosis de vacío existencial y violencia social.
Una hostilidad que se vestía de ensañamiento en Canino (2009), el filme que propulsó a Lanthimos a la escena internacional gracias a su exitosa presentación en el Festival de Cannes. Aplicando una gruesa capa de humor negro a la frialdad quirúrgica del cine de Michael Haneke, Canino se presentaba como una grotesca tragicomedia familiar en la que el autoritarismo patriarcal se cebaba con los hijos del clan, unos jóvenes condenados a un infierno de ignorancia y sometimiento.
Lanthimos ha confesado en más de una ocasión que sus directores de cabecera son John Cassavetes y Robert Bresson, de quien el griego tomó prestado el hieratismo de sus actores. Aunque cabe apuntar que los intérpretes de Lanthimos suelen rehuir del quietismo bressoniano en favor de unas inclinaciones performáticas que colindan con lo atlético.
El ateniense, que se inició en el ámbito audiovisual facturando videos para el prestigioso bailarín y coreógrafo griego Dimitris Papaioannou, ha hecho de los números musicales un leitmotiv de su obra, coronada por la recreación de los bailes de Jennifer Beals en Flashdance (1983) y Madonna en el videoclip de Vogue (1990) en los filmes Canino y La favorita (2018), respectivamente.
Atrapados en realidades asfixiantes y desprovistos de toda educación sentimental, los personajes de Lanthimos persiguen algún tipo de emancipación a través de la liberación del gesto. Así ha tomado forma un conjunto de ácidas y surrealistas parábolas sobre la indefensión del individuo a manos de un sistema deshumanizador.
Distanciamiento y artificio
En Alps (2011), una mujer especializada en hacerse pasar por personas fallecidas, para aliviar el dolor de sus allegados, acababa atrapada en un bucle de salvajes autolesiones. En Langosta, un hombre apocado (notable Collin Farrell) debía hallar pareja en un mundo distópico en el que la soltería estaba penalizada con la transmutación animal.
Y así llegamos hasta El sacrificio de un ciervo sagrado (2017), que figura como una obra bisagra en la carrera de Lanthimos, en cuanto que acogía el más tremebundo teatro de la crueldad imaginado por el griego –una tragedia en la que los miembros de un clan competían para no ser ejecutados por el patriarca (Farrell, de nuevo)–, al tiempo que incorporaba el halo kubrickiano que marcaría a nivel estético su obra posterior.
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Por el momento, la trayectoria de Lanthimos se cierra con el díptico oficioso que conforman La favorita y Pobres criaturas, dos películas todavía apegadas al distanciamiento y al artificio, pero en las que el autor griego ha abrazado un tratamiento más empático del drama, con el consecuente enriquecimiento del trasfondo psicológico de sus personajes. No parece casual que ambas películas estén escritas por el director y dramaturgo australiano Tony McNamara, aunque la presencia que ha dotado al cine de Lanthimos de una profundidad y complejidad inéditas en su obra previa es, sin duda, la de Emma Stone.
Aunque fue Olivia Colman quien acaparó los reconocimientos por su bufonesca encarnación de una Ana Estuardo caprichosa y colérica en La favorita, era en el personaje de la sirvienta interpretada por Stone –quien luchaba por el favor de la reina alentada por el pavor a la pobreza– donde afloraba el nuevo interés de Lanthimos por ahondar en las circunstancias, necesidades y motivaciones de sus criaturas.
Un camino de apertura a la dimensión sensible de sus creaciones que culmina ahora con el advenimiento de Bella Baxter, la sublevada y libidinosa protagonista de Pobres criaturas, que en manos de Stone deviene un torbellino de transgresiones sexuales y agudas reivindicaciones igualitaristas. Lanthimos sigue siendo un enfant terrible, un temible burlón, pero en su mirada nunca hubo tanta esperanza.