Más allá de formaciones académicas y teorías interpretativas, lo que acaba definiendo a una gran actriz o a un gran actor es su magnetismo. Es decir, que los ojos de los espectadores se vayan a ellos y ellas en cuanto salen en una pantalla o a un escenario, que se conviertan inmediatamente en foco de atención por encima de cuantos los rodean. Como pasaba con los grandes mitos del cine clásico o intérpretes del profundo tirón de Audrey Hepburn, Mastroianni, Gassman, Welles… Pues así sucede también con Meryl Streep, una actriz magnética por excelencia.
Pocas secuencias tan trágicas en la historia del cine como la de la desgarrada madre que interpretaba en La decisión de Sophie (1982) teniendo que elegir a cuál de sus dos hijos salvaba y a cuál entregaba para ser exterminado por los nazis. Pero también pocas tan auténticamente románticas como las del fotógrafo incorporado por Clint Eastwood y el ama de casa que Streep encarnaba, envueltos en el amor imposible de Los puentes de Madison (1995). Romanticismo que, con un aura idealista, volvería a emanar de su Karen Blixen de Memorias de África (1985), junto a Robert Redford. Que incluso con matices un tanto misteriosos e indefinidos había ya surgido en La mujer del teniente francés. Alguien que se muestra capaz de dominar personajes tan potentes, tan inolvidables, es que se trata de una actriz fuera de serie.
Meryl Streep nunca se ha endiosado. Siempre ha colaborado con sus directores y nunca ha cesado en su búsqueda de la perfección
Igual que lo fue, en sus comienzos, la imagen que dio de una mujer joven con problemas de divorcio y custodia de niño en Kramer contra Kramer, con la que consiguió el primero de sus tres Oscars, en 1979. El segundo sería, tres años más tarde, por la citada La decisión de Sophie, cuando asombró también por su facilidad para incorporar acentos muy distintos al inglés, en este caso el polaco. Mientras que el tercero valoró su magnífica personificación de Margaret Thatcher en La dama de hierro, de 2011. Piénsese que entre estas estatuillas hay una distancia de más de tres décadas, lo que denota el amplio reinado de esta Gran Dama, subrayado por sus 21 nominaciones al galardón, por encima de cualquier otra actriz.
Señala con indudable acierto el Jurado de los Premios Princesa de Asturias que se le otorga “por dignificar el arte de la interpretación y conseguir que la ética y la coherencia trasciendan a través de su trabajo”. Una labor que también se ha extendido al teatro y la televisión, y que todos cuantos han coincidido con ella sobre un plató o un escenario elogian sin límites, lo mismo que cualquier espectador. Bueno, cualquiera no, porque ya Donald Trump dijo de Meryl Streep, convencida demócrata, que era “una actriz sobrevalorada”. Comentarios así, proviniendo de quien provienen, suponen sin duda el mejor elogio.
Claro que, como cualquier intérprete, incluso como cualquier profesional, ha hecho películas flojas que no han estado a su nivel. Pero lo sorprendente de ella es que incluso en esos títulos, siempre hallábamos unas briznas del talento que emergía de sus ojos y de su sonrisa o su llanto. Y hasta un musical en principio convencional como Mamma Mia! (2008), apoyándose en las canciones de Abba, lo convertía en un espectáculo pleno de dinamismo, frescura y energía.
Porque Meryl Streep se dio a conocer como una actriz básicamente dramática, pero con el paso de los años se ha ido decantando con frecuencia por la comedia, lo que no quita para que incorporase el fuerte carácter de Katherine Graham, la editora del Wahington Post, para el que Steven Spielberg la eligiera en Los archivos del Pentágono (2017). O la impresionante Clarissa Vaughan de aquella Las horas que nos trajera aromas de Virginia Woolf. Y tantas, tantas otras…
[Meryl Streep, Premio Princesa de las Artes]
Una actriz capaz de todos los registros, que también ha ido evolucionando en lo personal. Así, Meryl Streep cada vez ha estado más comprometida con actitudes feministas, en defensa, entre otras, de unas compañeras que se veían postergadas en cuanto cumplían una determinada edad. Nunca se ha endiosado; siempre ha colaborado con sus directores, con unos más que con otros lógicamente; nunca ha cesado en su búsqueda de perfección para su trabajo. Lo es ya hoy, pero también en el futuro Meryl Streep será una obligada referencia entre lo mejor del cine mundial.