En el último tercio de Unicornios, Mikel (Pablo Molinero), CEO de una agencia de comunicación orientada a la actividad en redes sociales, explota en una fiesta contra sus empleados, todos ellos veinteañeros adosados a un móvil. “Os creéis únicos y sois manadas de borregos clonados”, les espeta. Seguidamente se explaya contra la protagonista, imitándola de manera ridícula e hiriente: “Hola, soy Isa, artista, activista, voy de pansexual, ¿te gusta mi Insta?”.

El posicionamiento de Àlex Lora en su primer filme de ficción se podría asimilar desde un punto de vista superficial al de este personaje, que al fin y al cabo es el que está más cerca de su propia edad. La inquisitiva mirada del director revela a una juventud con ínfulas pero sin constancia ni talento, capaces de vender su alma al diablo por un puñado de seguidores en Instagram, al final, lo único importante.

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Isa, además, siente celos del éxito ajeno, es egoísta y egocéntrica, se pone a la defensiva en cuanto cuestionan el feminismo y es alérgica al compromiso. Y, claro, después está el sexo, siempre por delante de los sentimientos, hasta convertirse en moneda de cambio.

Pero si Lora consigue superar el mero alegato anti Generación Z, es gracias a su interés por abrir el foco al indagar en los cuestionamientos familiares y de clase (Isa, que lo ha tenido todo en la vida, es hija de una estricta escritora que ningunea sus tanteos artísticos y de un padre ausente con el que no se puede contar) y al filmar con minimalista esteticismo las fiestas y el sexo, tratando de capturar esa belleza inherente a la juventud.

El filme puede pecar de cierto sensacionalismo y, sin duda, se encuentra en las antípodas del realismo sensible de Pilar Palomero, que ejerce aquí de guionista, pero Lora consigue atrapar con una mirada con empaque las limitaciones de los jóvenes urbanitas en esta realidad inagotable.