'El inocente': los enredos familiares de Louis Garrel
El nuevo filme del realizador francés retrata la relación entre una madre impetuosa y un hijo marcado por una tragedia matrimonial
5 abril, 2023 02:50El inocente, la nueva película como director del actor Louis Garrel, parece el fruto cinematográfico de una intensa sesión de psicoanálisis. El filme, que retrata la afectuosa y disfuncional relación entre una madre impetuosa (Anouk Grinberg) y un hijo marcado por una tragedia matrimonial (el propio Garrel), se inspira en las vivencias de juventud del intérprete y cineasta. Cuando Garrel tenía 12 o 13 años, su madre, la actriz y directora Brigitte Sy, quien combinaba su labor en el Teatro Nacional de Chaillot con la realización de talleres para presidiarios, decidió casarse con un exconvicto.
“Experimenté la preocupación de un hijo que observa a una madre poco convencional, que flirtea con los límites”, explicaba Garrel en Le Figaro a propósito de la dimensión autoficcional de El inocente. Y es que, en el filme, la madre interpretada por Grinberg se precipita por un camino de luces amorosas y sombras delictivas cuando contrae matrimonio con un hombre (Roschdy Zem) que cumple una condena de cinco años por su participación en un atraco.
Pero la vinculación de El inocente con la herencia familiar de Garrel no acaba en la inspiración autobiográfica y materna de la película. Si se atiende al lado paterno, resulta imposible no hallar conexiones entre el filme y la obra del padre del director, el también cineasta Philippe Garrel, cuyo modus operandi creativo se asienta sobre el hermanamiento entre el cine y la vida.
De hecho, cabe recordar que Louis Garrel encarnó a alter egos tanto de su padre como de su abuelo (el también actor Maurice Garrel) en las películas Les Amants réguliers (2005) y La jalousie (2013), ambas dirigidas por Philippe. Así, El inocente debe contemplarse como la fusión de las vivencias e imaginarios de los progenitores de un director plenamente consciente de su lugar en la historia del cine francés.
Godard en el recuerdo
La gravedad de los abismos emocionales se dan la mano en El inocente con una convicción que invoca el recuerdo de la obra primeriza de Jean-Luc Godard. El hijo al que da vida Louis Garrel aparece sumido en un pozo de melancolía y autocompasión. El Garrel director concibe El inocente como un gozoso juego de hibridaciones genéricas y artificios formales. Una escena que comienza como un drama familiar costumbrista, con el hijo cuestionando el noviazgo carcelario de la madre, vira hacia la comedia más absurda cuando arranca una imposible persecución motorizada, con la mujer intentando dar caza a un furgón policial que traslada a su futuro esposo.
Garrel se divierte condimentando la puesta en escena y el montaje del filme con 'zooms', pantallas partidas, largos fundidos encadenados, cambios de escenario, cámaras lentas...
Mientras, Garrel se divierte condimentando la puesta en escena y el montaje del filme con zooms, pantallas partidas, largos fundidos encadenados, cambios de escenario, cámaras lentas… El inocente afianza su proceder imprevisible gracias a la magnífica labor de sus cuatro actores protagonistas. Pese a ser la que goza de menos tiempo en pantalla, Noémi Merlant, la estrella de Retrato de una mujer en llamas (2019), regala un momento para el recuerdo cuando, en un prolongado primer plano, pasa de estar al borde de las lágrimas, por el recuerdo de una amiga fallecida, a esbozar una amplia sonrisa por una “cita de Tinder”.
La conquista de la joie de vivre se erige como un tema central de El inocente, cuyos personajes batallan contra la congoja bailando salsa, cantando en karaokes o inmiscuyéndose en una delirante trama delictiva. Un giro paródico hacia el suspense con el que Garrel propone homenajes a Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock, y a Misterioso asesinato en Manhattan (1993), de Woody Allen (Garrel ya demostró su devoción por el cineasta al protagonizar Rifkin’s Festival en 2020, cuando el cine americano renegaba en pleno de la figura de Allen).
Así, con un pie en la cinefilia de la vieja escuela –es decir, muy anglófila– y el otro en el empuje autoficcional de una cierta modernidad europea, Garrel compone una agridulce oda a la búsqueda de la felicidad.