Decía hace poco Tom Hanks, en la promoción de su última película, que las estrellas de Hollywood ya no importan tanto. Que ya no vende entradas el carisma, sino el espectáculo, y que la fama, en cualquier caso, es más efímera que nunca. Hoy resulta difícil imaginar una mujer tan famosa como lo fue Raquel Welch en los años 60, cuando su aparición en bikini en la película Hace un millón de años (Don Chaffey, 1966) le dio para la posteridad el sobrenombre de “El Cuerpo”.
Su estampa subió varios grados la temperatura del mundo certificando la “revolución del bikini” que había empezado Ursula Andress poco antes en James Bond contra el Doctor No (1962). Los estudiantes de París hicieron la revolucion de mayo del 68 y los hippies Woodstock, pero fueron tambien mujeres como Welch, cubierta por un simple trapo de piel porque aquella película, muy graciosa, estaba ambientada en la prehistoria, quienes certificaron al revolución de las mujeres y de las líbidos, clausurando en todo Occidente siglos de puritanismo y represión sexual.
Con Welch comenzó también una era de obsesión por la carne que vendía tickets de cine y revistas a destajo en un mundo más ingenuo y, desde luego, ávido por quitarse los prejuicios. En España, poco después, se llamó destape y dio lugar a toda un subgénero cinematográfico y casi a una cultura.
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Raquel Welch nació en Chicago en 1940 con el nombre de Jo Raquel Tejada, hija de madre estadounidense y padre boliviano. Cuando la familia se traslada a California, comienza a salir por televisión como presentadora, trabaja de modelo y debuta como figurante en una película de Elvis Presley.
En los años 60 la industria de Hollywood comienza a cambiar, géneros como la ciencia ficción o poco después el terror, durante años considerados coto privado de la serie B, obtienen presupuestos abultados porque las majors se interesan por ellas. Viaje alucinante de Richard Fleischer, de 1966, se convierte en un enorme éxito mundial.
Se trata de uno de los primeros grandes alardes de unos incipientes efectos especiales y preludio del actual blockbuster. En la película, un submarino miniaturizado se introduce en el cuerpo de un científico para practicarle una difícil operación. Entre vísceras y células, el publico se enamora de Welch, intrépida científica de la expedición que debe enfrentarse al machismo de sus superiores.
Con Hace un millón de años, rodada solo un año después en Canarias, llega la apoteosis. Producida por la Hammer, era una especie de Parque Jurásico ambientado en el paleolítico con dinosaurios diseñados por Ray Harryhausen y mucha carne en el asador. Welch no solo se pasea con un bikini troglodita, también reparte leña e impone un nuevo modelo de heroína que no es sumisa. Claro que luego la actriz no lo tendría tan fácil para que se la tomara en serio como artista.
Un nuevo ídolo
Raquel Welch fue el icono de la etiqueta “sex symbol” y se configuraba como nuevo ídolo de una sociedad que descubre la libertad sexual. La imagen de Welch se vuelve omnipresente en revistas, carteles de cine, calendarios de gasolinera y postales que se intercambian como si fueran dinamita. El propio póster de Hace un millón de años se convierte en un fenómeno social.
Welch, con su belleza en bruto, sus piernas perfectas y su cabellera al viento, aportaba carisma, rotundo, a sus apariciones cinematográficas. Encantada de haberse conocido y desinhibida, su sonrisa radiante y su optimismo “americano” brillaban como espejo en el que se quería mirar una sociedad que dejaba atrás la represión pero también los horrores de la II Guerra Mundial y asiste atónita a fenómenos como el top less en las playas o la minifalda, un invento de Mary Quant de 1965.
A partir de Hace un millón de años, encadena un éxito detrás de otro. Ese mismo año rueda Dispara fuerte, más fuerte... no lo entiendo (1966) con Marcello Mastroianni, y en 1968 el thriller La mujer de cemento con Frank Sinatra. También se hace popular con dos westerns: Bandolero, con James Stewart, y 100 rifles (1968), con Burt Reynolds.
Encasillada por la industria
Convertida en icono erótico y figura pop, Welch trató de significarse como actriz y no encasillarse en el papel de bomba sexual, cosa que la industria, conservadora como es sabido, no le dio mucho margen. En los 70 se esfuerza por dar un giro a su carrera, dando vida a una transexual en Myra Breckinridge (1970), con John Huston y Mae West, pero la película fue un fracaso. Más suerte tuvo con Los tres mosqueteros y Los cuatro mosqueteros, de Richard Lester, adaptación del clásico de Alejandro Dumas que le dio un Globo de Oro.
Poco a poco, la actriz comenzó a retirarse de las pantallas y aunque tuvo una madurez espléndida, a partir de los 80 desapareció veinte años. En este siglo, reapareció en Tortilla Soup (2001) y en Una rubia muy legal, con Reese Witherspoon. En 1985 rodó un anuncio de Freixenet en nuestro país.