"Tienes mas moral que el Alcoyano", dice el refranero español. El Alcoyano es un equipo de Alicante y por lo visto el sigo pasado se labraron la reputación de ser inasequibles al desaliento. La figura del tipo torpe y sin talento, pero que destaca por su devoción a la materia con la que pretende brillar, es un clásico del cine.
Son personajes que despiertan nuestra ternura, como ese cineasta catastrófico que refleja Tim Burton en la magnífica Ed Wood (1994) o la cantante de ópera que no afina una nota de Meryl Streep en Florence Foster Jenkins (Stephen Frears, 2016). Los sajones llaman "underdog" a esos tipos que consiguen sobresalir sin que nadie espere nada de ellos, un personaje que forma parte de hecho de la propia iconografía estadounidense, ese país fundado por bandidos en fuga y personas que no se sentían integradas.
Con un tono más british, aunque el director reconozca la influencia americana, El Gran Maurice nos presenta al simpar Maurice Filtcrot, el "fantasma del British Open", un operador de grúa que a los 47 años se presentó al famoso campeonato de golf británico. La gracia del asunto es que Filtcroft tenía más moral que el Alcoyano porque apenas había jugado al golf en toda su vida. Suyo es el "mérito" de haber obtenido la peor puntuación de la historia. Un fracaso para cualquiera, pero él lo celebraba como un gran éxito porque "a veces el resultado no refleja la calidad del juego".
Cuenta el director, Craig Roberts (Newport, GB, 1991): "Lo que me pareció interesante de El gran Maurice es que en este tipo de historias sobre 'underdogs' como Happy Gilmore (Dennis Dugan, 1996) u Ocho millas (Curtis Hanson, 2003) el personaje acaba ganando y aquí no ocurría, al menos en el sentido habitual de la palabra. Porque al final todo depende de cuál sea tu definición del éxito. ¿Consiste en ser el mejor? ¿O consiste en hacerlo y formar parte? Para mí él éxito no es la grandeza sino hacerlo. Que fuera muy bueno jugando al golf no es tan importante como que se lo pasaba bien y a la gente le encantaba. ¿Qué hay más importante que eso?".
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El operador de grúa
Maurice Filtcroft era operador de grúa en unos astilleros que iban a ser nacionalizados para evitar su quiebra en plena crisis del petróleo de los 70. Son tiempos de reconversión del capitalismo, representado por su propio hijo adoptivo, alto cargo en su misma empresa y ejecutor de una política de recortes salariales y despidos masivos. Al borde del paro, Filtcroft ve un futuro para sí mismo como jugador profesional de golf. Y eso que nunca ha tocado un palo ni sabe lo que es un "drive", un "birdie" o un "bogey".
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Dice Roberts: "Es un soñador y todos somos soñadores, pero no todos somos "hacedores" y eso es lo que distingue a Filtcroft. Él se levanta y lo hace en un mundo muy atemorizante que te desanima a que te aventures con lo desconocido". Filtcroft no solo se aventura en un deporte en el que es lego, también en un mundo elitista como el golf en el que los obreros como él no abundan. "Tiene la imaginación de un niño. Era un tipo de la clase trabajadora, no queríamos que eso estuviera demasiado presente y tirárselo a la cara de la gente, pero es una historia de clases. Con los sueños queríamos revelar su ambición y su optimismo, ese deseo de escapar de una vida dura".
Aunque El gran Maurice ofrece una visión llena de simpatía por la clase trabajadora, estamos en un terreno que no es la fábula hollywoodiense en la que el rapero de los suburbios de Detroit conquista el mundo, pero tampoco en el universo de grandes maestros ingleses como Ken Loach o Mike Leigh.
Dice el director: "Me gusta el cine social británico, forma parte de nuestro ADN, pero ya hay demasiado. Mi país está obsesionado con la clase social, o bien tienes Ken Loach o Downtown Abbey, parece que no hay nada en medio. El cine de Estados Unidos está mucho menos fijado en eso. Yo busco ese camino de en medio. A mí también me gusta el escapismo y por eso aunque haya ese componente social yo veo esta película como una fábula, es un cuento de hadas. El espíritu de Filtcroft es puro y la película tiene su optimismo".
Roberts, la joven proeza
Craig Roberts triunfó siendo un adolescente como actor en aquella sensacional Submarine (Richard Ayoade, 2010), retrato generacional de la juventud británica de la época con banda sonora de Alex Turner. Desde entonces, ha sido un rostro habitual de la televisión y el cine de su país. Si Filtcroft, siendo generosos, fue un talento tardío, Roberts es todo lo contrario. A los 24 años dirigió y escribió su primera película, el drama adolescente Just Jim (2015) y luego Belleza eterna (2019) sobre una mujer con esquizofrenia.
Explica el aun joven artista: "No creo que empezara demasiado pronto aunque comencé a actuar a los nueve años en películas. En esa época lo que me enamoró fue el escapismo que representa el cine. Crecí en un set de rodaje y para mí siempre ha sido natural relacionarme con los trabajadores del cine. Eso me dio confianza y me enseñó a comportarme en este ambiente. Como actor también entendí que para crear necesitas un espacio y seguridad". Concluye: "Ya llevo veintidós años dedicándome a esta industria. Me gusta actuar y volveré a hacerlo, pero en este momento estoy obsesionado con dirigir".