El renovado escenario del Teatro Albéniz de Madrid, rehabilitado por Universal Music, quedó inaugurado el pasado jueves con el musical Company, protagonizado por Antonio Banderas. Fue una noche para el recuerdo de la historia del teatro madrileño, donde el musical puso la emoción y elevó el espíritu de los asistentes, entre los que figuraban autoridades, notables y celebridades del mundo empresarial y cultural.
Al terminar la representación Banderas invitó a parte de su enorme equipo a subir al escenario y se dirigió al público para decirnos que difícilmente se le puede discutir que no estén los mejores en Company. Y, efectivamente, todo lo que hay encima del escenario tienen una factura impecable. Empezando por el elenco, formidables y entrenados actores-cantantes-bailarines que dan cuenta del salto gigantesco que ha dado la interpretación de comedia musical en nuestro país en los últimos veinte años.
Trece intérpretes arropan a Banderas en este delicioso musical de Stephen Sondheim que, a pesar de tener más de 50 años, ha envejecido estupendamente. Supongo que se debe a su exquisita partitura, en la que brillan los coros (femeninos, masculinos, mixtos) alternándose con canciones que son una gozada oír con las voces de este elenco. La música suena sencilla y a la vez compleja, con deliciosas y frescas melodías.
En total una docena de temas, traducidos por Roser Batalla (que la representó en Barcelona en catalán), entre los que destacan por populares Side by side by side (traducido aquí por Uno junto a ti), Being Alive (Sentirse vivo) y la maravillosa The Ladies Who Lunch (Las damas que almuerzan). Habrá siempre un público que preferirá oírlas en su idioma original, pero este es otro debate.
La música de Company tiene un swing adictivo, un ritmo cautivador, muy acorde con el ambiente mundano de una ciudad como Nueva York, que es donde sucede la obra. El solterón Robert, que interpreta Banderas, recuerda a sus amigos en el día de su cumpleaños a partir de oír las felicitaciones que le han dejado en el contestador automático. Todos están casados, emparejados o divorciados excepto él. ¿Por qué él no se ha comprometido nunca?
['Elogio de la estupidez' o el complejo de parecer un gilipollas pasado de moda]
Ese es el conflicto de un musical que no sigue un relato dramático progresivo, sino que funciona como viñetas donde Robert va rememorando escenas de sus amigos, en las que se ponen en evidencia las discusiones matrimoniales de Jenny y David, cómo el divorcio ha vuelto a unir a Susan y Peter o el ataque de pánico que sufre Amy justo el día de su boda. A pesar de los problemas, todos siguen juntos… menos él, que se divierte con amigas, pero no se atreve a ir más allá.
De esta manera, Sondheim, que encargó el libreto a George Furth, nos retrata la presión o importancia que la sociedad daba al matrimonio, institución que hoy por el contrario goza de menos crédito. En la última producción que se vio en Londres en 2018, la directora Marianne Elliot decidió que el protagonista fuera una mujer e incluso introdujo una pareja gay, con el fin de acercarlo más sociológicamente a nuestros días. Pero este musical no pretende ser un tratado sociológico, sino que el tema que plantea, -hasta dónde estamos dispuestos a comprometernos con los demás (y para ello no hace falta estar casado)-, sigue estando tan vigente como en 1970, y sirve lo mismo para parejas hetero como homosexuales.
Banderas despliega un extraordinario poder de imantación en escena que el público le agradeció con encendidos aplausos
Ignacio García May firma la traducción del texto de Furth, que se respeta literalmente. Sin embargo, Banderas sí se ha permitido ciertas licencias en la puesta en escena con el fin de adaptar a su físico más maduro el del personaje Robert, que en el original tiene 35 años. En la primera escena vemos a Robert-Banderas en el centro del escenario mientras detrás de él hay un telón neblinoso que deja pasar etéreas figuras de sus amigos; esta escena actúa como si fuera un flashback, un recuerdo del pasado. Robert-Banderas se pasea en ocasiones como si fuera un fantasma, revisitando escenas que ya tuvieron lugar y en las que sus amigos no le ven, solo él puede verlos; en otras ocasiones se dirige al público directamente.
Son guiños que hacen que la idea funcione y le dé un toque misterioso que eleva la pieza del naturalismo original. El charme de Banderas para el personaje es indiscutible, su Robert es tierno, desubicado, travieso como observamos en pequeños gestos pícaros que desliza cuando interpreta canciones como Barcelona. Banderas hace un gran esfuerzo canoro en la despedida con Sentirse vivo y, sobre todo, despliega un extraordinario poder de imantación en escena que el público le agradeció con encendidos aplausos y puesto en pie al final del espectáculo.
En este musical los actores hablan mucho, tienen bastante texto, algo inusual en la comedia musical tradicional. Y eso les permite lucirse y mostrar que además de virtuosos del canto y del baile son también buenos intérpretes. Y aunque destacan algunas escenas por chistosas como la de Abril (María Adamuz) y Robert o la de Amy (Laura Enrech) con Paul (Robert González), otras se dilatan en extremo, alargando el espectáculo.
Afortunadamente, sabemos que culminan en hermosas canciones que son la argamasa de estas viñetas, y que esperamos con placer. Y es obligado destacar de los doce números musicales el de Marta Ribera, el gran temazo Ladies Who Lunch (Las damas que almuerzan), que suele ser interpretado siempre por actrices carismáticas del género (Elaine Stritch, Patti LuPone) y que Ribera hace suyo al estilo Broadway dando vida a una esposa bien cargadita de dry martinis.
['Matilda', un estimulante musical para menudos y mayores]
La producción, como ya se ha dicho, reúne otro porrón de grandes profesionales. La orquesta, de 26 músicos, aloja en los laterales del escenario los vientos y en el foso las cuerdas y percusión. Sonó fantástica, dirigida por Arturo Díez Boscovich, así como los cantantes, y permitió probar la acústica del nuevo teatro.
La escenografía de Alejandro Andújar mantiene el escenario vacío con un gran decorado en el foro que reproduce un espectacular skyline de rascacielos de Nueva York y trae hasta los laterales exteriores de la embocadura los edificios tan característicos de la ciudad. El cielo del skyline va cambiando de color informándonos de las fases horarias y creando juegos pictóricos coloristas, un efecto sofisticado gracias a la iluminación de Juan Gómez Cornejo y Carlos Torrijo y al uso del vídeo. El figurinismo de Antonio Belart es una sinfonía de colores, especialmente en el vestuario de las mujeres, con trajes setenteros bien armonizados según el arquetipo de cada personaje. Solo Robert viste de negro. Sería larguísimo señalar el enorme equipo que ampara esta producción. Vayan, porque en Company se ha conjugado mucho talento.
Unas últimas palabras para el nuevo Teatro Albéniz. Luce sencillo y nuevo, con olor todavía a madera, cómodas butacas, decoración minimalista. Importante: un buen sonido que los artistas y el público agradeceremos. Lo gestiona Universal Music y pretende ofrecer una programación no solo escénica. Piensan crear una biblioteca de vinilos y la sala-restaurante se presta para encuentros y actividades culturales. Como el edificio aloja también un hotel con más de 150 habitaciones se llama U Music Hotel-Teatro Albéniz.