El cine es un arte de fantasmas, espejos y simulacros. Quizá en este orden podría, de hecho, trazarse su biografía. Frente a una película como El agua, el debut de la alicantina Elena López Riera que se pasea victorioso por festivales de todo el mundo desde su estreno en Cannes, parece inevitable recuperar ciertas ideas alrededor de la propia naturaleza de las imágenes.
Más allá de su alcance emocional, la ambición intelectual del filme es manifiesta a partir de la combinación de formatos, intenciones y hasta tonos, bien sean de un naturalismo feroz, de imaginarios estéticos, de convenciones dramáticas, de realidades inventadas o procedentes de archivos documentales.
Todo ello está presente, en convivencia a veces difícil pero siempre fructífera, en una película que investiga su fondo (una suerte de pesquisa interior que se intuye autobiográfica) en las formas. Con la historia de Ana (interpretada por la debutante Luna Pamies, uno de los grandes descubrimientos en una película de descubrimientos) y su primer amor con José (Alberto Olmo), la directora nos transporta a un cierto recorrido por las edades del cine.
En una suerte de “cuento de verano” que no oculta su valor social, casi antropológico, encontramos un hilo común recorriendo todas esas edades, el del cine como un incesante médium para convocar lo invisible: fantasmas, espejos y simulacros.
A partir de leyendas atávicas y creencias populares sobre la gota fría y sus devastadoras riadas en el sur de Alicante, y de cómo el agua se lleva siempre a una novia de la que se enamora, surge una crónica juvenil de la contemporaneidad que se vincula con la tradición a través de una familia de mujeres solteras (también la madre y la abuela de Ana, interpretadas por Bárbara Lennie y Nieve de Medina) que cargan con un estigma.
El sustrato mítico de un relato de iniciación llevado con pulso corre el riesgo de no despegar y de caer en la redundancia, pues no es El agua una película sin fisuras. En todo caso, la sensibilidad de López Riera para hablar de sí misma sin hacerlo directamente, partiendo de lo local para construir un relato universal, y diluyendo la tensión entre el costumbrismo y la leyenda, moldea las imágenes con una poética y personalidad propias, sumando así al cine español una de sus miradas más prometedoras.