El domingo supimos que el drama estaba servido cuando Florence Pugh anunció que no asistiría a la rueda de prensa de su gran película en Venecia, Fuera de Competición. Este lunes la moderadora del encuentro con la prensa ha omitido cualquier pregunta comprometida acerca de los rumores de favoritismo, brecha salarial y malos tratos (algunos probados) que han envuelto el rodaje de Don't Worry Darling. Como si eso pudiera acallar la curiosidad de una prensa que lleva semanas anticipando el estreno internacional de la segunda película de Olivia Wilde.
Finalmente, "Miss Flo", como apodaba despectivamente Wilde a su actriz, ha paseado por una alfombra roja que vibraba ante la presencia Harry Styles y de Chris Pine (los gritos llegaban hasta la muy lejana sala de prensa). No sabemos qué ha ocurrido después, entre bastidores, aunque seguramente ha sido más jugoso que la película que han proyectado esta tarde en el Lido.
Mucho ruido, pocas nueces
Olivia Wilde ha crecido, y ya mira lejos de la genética brillante y graciosa de Súper empollonas. Don't Worry Darling se mueve en el registro del thriller psicológico dedicado a mostrar las fisuras de la América soñada. Subgénero manido, de estética y narrativas ya muy concurridas, haría falta un auténtico milagro para proponer una película verdaderamente rompedora a su alrededor. No es el caso: Wilde mezcla los desajustes existencialistas de El show de Truman (Peter Weir, 1998) con el uso de siniestras imágenes alucinadas para lograr una suerte de réplica empobrecida del estilo Jordan Peele.
En su centro, se yergue Alice (Pugh), una ama de casa que verá todo su mundo tambalearse, incluida su pletórica relación con su marido (Styles), cuando una serie de visiones inquietantes inunden su vida. Conseguir descifrar los secretos de una realidad "demasiado buena para ser cierta", gobernada por un Chris Pine de sonrisa perfecta y escrúpulos nulos, será la misión de una Pugh convertida en heroína para la emancipación feminista. Sonaría intrigante, si un ejército de alienígenas hubiera caído del cielo para hacernos olvidar las formas y los tropos de un dispositivo que se ha vuelto ya un lugar común.
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Martin McDonagh saca músculo
Martin McDonagh tocó el cielo con las estatuillas a Mejor actor y Actriz que Tres anuncios en las afueras consiguió en la pasada gala de los Premios Óscar. En The Banshees of Inisherin (algo así como "las oráculo de Inisherin"), McDonagh vuelve a regar el terreno para la temporada de premios, esta vez con una tragicomedia acerca de la depresión, los objetivos en la vida y, por encima de todo, la amistad. El cineasta arma una historia sencillísima que arranca cuando, en un pequeño pueblo de la costa de Irlanda, un hombre (Brendan Gleeson) decide dejar de ser amigo de su colega de toda la vida, sin que este, el simpático Pádraic (Colin Farrell), le haya ofendido de ninguna forma.
La falta absoluta de explicación para este movimiento terminal desencadenará una serie de intentonas por parte de Pádraic de restaurar su cercanía. Los acercamientos llegan plagados de frases tan idiotas como ocurrentes, tiroteadas por una dupla de actores en estado de gracia: Gleeson ha aprendido a congelar su semblante en el punto justo entre la indignación y el aburrimiento, mientras que Farrell ejecuta maravillosas piruetas faciales entre la idiotez y una niñez pegajosa.
Siguiendo el placer inconmensurable que McDonagh muestra por la amplificación y el "efecto bola de nieve", comprenderemos enseguida que su tesón no puede acabar más que con una desgracia de violencia absurda y desmesurada en un mundo de niños.
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'Love Life': aprender de las pérdidas
Koji Fukada, inédito en nuestras carteleras, llegaba a la Competición Oficial veneciana con discreción japonesa entre tanto litigio. Su película, Love Life, ha sido acusada por la prensa internacional de plagiar las formas y los temas de Ryûsuke Hamaguchi (ganador al Oscar a Mejor película de habla no inglesa por Drive My Car). Ciertamente hay parte de casualidad, de perdón y de milagro en la de Fukada, que también incorpora un personaje sordo y un proceso de duelo. Love Life explica cómo una madre (Fumino Kimura) puede llegar a perdonarse tras un incidente irreparable.
A pesar de su cercanía a la corriente naturalista del nuevo melodrama japonés, el cineasta dirige con suficiente inteligencia para aportar a un relato doloroso imágenes que se apartan de los lugares que ya hemos agotado como lugar común. La historia de la madre, y de su marido celoso e inseguro (Nagayama Kento) y de su amante, un hombre inmigrante, alcohólico reformado (Atom Sunada), se entrecruzarán con los registros que cada cual requiera.
En este sentido, Fukada muestra la valentía de incorporar la contemplación trascendentalista del cine de Yasujiro Ozu, el humor negrísimo de las películas de Roy Andersson o incluso la emotividad desbordada del culebrón. Tanto varían nuestras vidas, cómo las sentimos y contamos.