Domingo por la mañana, tras una noche corta y bajo un sol radiante. ¿A quién le apetecería encerrarse en una sala para ver un melodrama? Penélope Cruz, cabeza de cartel en L’immensità, era motivo suficiente para justificar el madrugón. Ahí nos tenías, prensa española reunida para hacer de claque “penelopista”.
Su película hizo dupla con la de Rebecca Zlotowski (Una chica fácil), un drama sobre la maternidad con ecos de la relación que mantuvo con el cineasta Jacques Audiard (autor de la magnífica París, Distrito 13).
Pero el plato principal de la jornada ha sido el regreso de Brendan Fraser (La momia) a la primera línea cinéfila: protagoniza The Whale, del divisivo Darren Aronofsky (madre!). Según el actor, “el mayor reto de mi carrera”. La alfombra roja vuelve a vibrar de expectación.
Penélope Cruz, madre pletórica en L’immensità
Penélope Cruz no necesitaba de sus hinchas. Ganadora el año pasado de la Copa Volpi por su papel en las Madres paralelas de Pedro Almodóvar, la actriz ha vuelto al Lido para encabezar una de las películas que cada año rellenan la cuota italiana de la Selección Oficial.
L’immensità es un melodrama dirigido por Emanuele Crialese (un cineasta esporádico e inédito en nuestro país) y cofinanciado entre Warner y las televisiones italiana y francesa. La película nos devuelve a la Roma de los años 70, una ciudad encallada en un tradicionalismo capador que impide que Clara (Cruz) y su marido (Vincenzo Amato) se separen, aunque ya no puedan ni verse.
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Clara tratará de salir de su jaula social ejerciendo con soltura su papel como madre de tres. Para favorecerla, la película de Crialese se desligará del melodrama excesivo, tratando de construir espacios de libertad condicional para Clara y su progenie. Hay buena ración de escenas de baile y gags grupales, momentos de puro disfrute que se nutren del puro carisma 'de la Pe' en su versión bailarina de programa de variedades.
Ahí se consigue una veracidad que sobrepasa la pantalla pero que se resiente de una historia algo dispersa y demasiado guionizada. Ni la reconstrucción de la Roma de la época se sale de los patrones de un cine europeo acomodado en los filtros ocres. Nos quedamos con lo bien que parece pasárselo Penélope Cruz, hablando italiano fluido y siempre rodeada de criaturas.
Virginie Efira explora las antesalas de la maternidad
Escondida entre grandes nombres internacionales, Les enfants des autres podrá sorprendernos con algún premio en el palmarés. Rebecca Zlotowski es una voz aún poco conocida, pero viene detrás del mejor joven cine de autor francófono actual: ha trabajado con Yann Gonzalez y Philippe Grandrieux, y hoy está escribiendo la nueva película de Audrey Diwan (ganadora del anterior León de Oro por El acontecimiento), con Léa Seydoux por protagonista.
Les enfants des autres sigue los pasos de Rachel (Virginie Efira, la monja sáfica de Benedetta), una mujer de cuarenta que empieza una relación romántica con un encantador padre divorciado (Roschdy Zem, que viene de estrenar Un escándalo de Estado).
La crisis existencial de Rachel llega antes de lo esperado, lista para ponerlo todo patas arriba. Su nuevo novio perfecto tiene una hija de cuatro años, una niña que le descubre la dulce miel de la maternidad, aunque para degustarla antes deba aceptar la letra pequeña de ser una recién llegada a la familia, como “madre de segunda”.
Desde la ternura, Zlotowski acompaña los conflictos y soluciones de una Efira empática y desenvuelta, alguien a quien queremos que todo salga bien. Por su honestidad, la película lo tiene todo para hacernos de espejo… A veces, es lo único que le pedimos al cine.
Brendan Fraser carga peso (de conciencia) en The Whale
El actor Brendan Fraser vuelve a acaparar focos tras años estando en la retaguardia (el mismo Aronofsky ha reconocido que pensó en él tras verlo actuar en una película brasileña de serie B, suponemos que Journey to the End of the Night (2006).
Hoy se viste la piel de un profesor de Inglés con una obesidad mórbida, a niveles peligrosos para su salud. Lo encarna de forma bastante literal, pues Fraser tuvo que meterse en una prótesis enorme para llegar a la envergadura corporal requerida (270 kilos).
La película, basada en una obra de teatro de Samuel D. Hunter, dibuja el retrato de un hombre que antaño se echó a comer sin parar, empachándose a niveles vistos solo en La gran comilona (1973) de Marco Ferreri. Vendrán a visitarlo al piso donde se ha confinado su hija (Sadie Sink, Max en Stranger Things), una amiga enfermera (Hong Chau) y un adolescente ultrarreligioso (Ty Simpkins), tres personajes que no van a aligerar el aire alrededor del enorme ser humano.
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Su cuerpo mórbido, filmado sin distancia ni pudor, impregna todas las imágenes de una película que clama las virtudes de la honestidad mientras nos obliga a contemplar un espectáculo enloquecido y en espiral. Dudo de si esta es la película que necesitamos para poder mirar de frente a quien sufre. De Darren Aronofsky no esperamos más que excéntricos fregados.