La inestabilidad sentimental y laboral como emblema de una generación que se siente engañada por el sistema. A partir de cuatro personajes muy representativos, Jacques Audiard realiza en París, Distrito 13 su gran fresco sobre los millennials. Por una parte, Émilie (Lucie Zhang), una desnortada y enamorada teleoperadora de una compañía telefónica. Su vida se tambalea cuando aparece en ella Camille (Makita Samba), otro treintañero, que quiere terminar las oposiciones y obtener una plaza fija en un instituto. Cuando acaba la sustitución con la que se gana la vida, toma las riendas de la agencia inmobiliaria en horas bajas de un amigo y contrata a Nora (Noémie Merlant), quien acaba de abandonar la universidad después de sufrir bullying.
En este retrato de la precariedad, el último vértice lo forma Amber Sweet (Jehnny Beth), la más vulnerable, que se gana el sustento con el porno online. La vida de Nora, precisamente, se había arruinado porque sus compañeros de la facultad de Derecho la habían confundido con ella. Los cuatro van a la deriva, se sienten insatisfechos con sus trabajos mal pagados, y además de rondar la misma franja de edad viven en Les Olympiades (el distrito 13 del título), un barrio feo de rascacielos-colmenas.
Con mucho en común con el éxito del noruego Joachim Trier La peor persona del mundo, Audiard entra de lleno en el terreno de los sentimientos. Director de grandes películas como De latir mi corazón se ha parado (2006), Un profeta (2009), la ganadora de la Palma de Oro en Cannes Dheepan (2015) o el wéstern Los hermanos Sisters (2018), su intención confesa es captar la incertidumbre que define lo contemporáneo. “Puede parecer un lugar común, pero antes se hablaba mucho y no se iba a la cama en la primera noche”, ha declarado el director a Le Figaro. “Hoy en día, primero se hace el amor y luego se habla. Aparece la cuestión de si es posible plantear un discurso amoroso en nuestro tiempo después del acto sexual. ¿Hasta cuándo se puede mantener la ambigüedad y es posible decir ‘te quiero’? El filme trata sobre la imposibilidad del compromiso”.
La sombra de Rohmer
Basada en tres historietas del novelista gráfico neoyorquino Adrian Tomine, considerado uno de los portavoces más certeros de la cultura millennial, la película está coescrita por la distinguida Céline Sciamma, directora de títulos como Retrato de una mujer en llamas (2018) y Petite Maman (2021). Según Audiard se inscribe “en un estilo muy francés como es el de las películas con diálogos”.
La sombra de Éric Rohmer, el maestro de los anhelos del corazón y de los filmes repletos de coloquios, planea sobre París, Distrito 13. Pero si en La coleccionista (1967) la protagonista se dedicaba a subvertir la moral burguesa acumulando amantes, y en la bellísima El rayo verde (1986) una mujer solitaria y ansiosa por encontrar pareja se enfrentaba a un promiscuo irredento, en París, Distrito 13 no hay normas que romper porque ya están todas rotas.
En otro clásico francés sobre las relaciones sentimentales, La regla del juego (1939), del gran Jean Renoir, el desdichado protagonista se enamora de una mujer rica casada y su error es no comprender que el matrimonio burgués basado en el dinero es indestructible. La nueva “regla del juego” es precisamente la ausencia de reglas. Si las de antes oprimían, la libertad de ahora aboca a la angustia y la inseguridad. Todavía hay lecciones que aprender, parece decirnos Audiard. En París, Distrito 13, Émilie, Nora, Amber y Camille viven en un mundo en el que todos sienten que deben esconder sus sentimientos y deseos más profundos.
Deshumanización y fragilidad
En los primeros minutos de París, Distrito 13, Émilie recita con voz melodiosa y un poco robótica de teleoperadora uno de los mensajes que repite decenas de veces a lo largo del día. Poco después, la despiden porque en una venta menciona a los hijos del cliente para explicarle las ventajas de un plan familiar. El absurdo de esos “trabajos de mierda”, como los llama el sociólogo David Graeber, en los que el trabajador sufre un proceso de deshumanización, queda reflejado en una escena magistral. De flor en flor y de curro en curro, nada es sólido para unos protagonistas que quieren disfrutar de las ventajas de su aparente libertad pero que padecen por su fragilidad.
Todo ello, en un París mestizo y diverso en el que esa convivencia racial no se desarrolla de manera traumática. A pesar de que la película está rodada en blanco y negro, lo cual parece sugerir cierto pesimismo existencial, surge al final una nota de esperanza. “Adrian Tomine es un moralista”, ha dicho Audiard, “y en esta película vemos cómo los personajes sufren una desilusión enorme, pero es por sí mismos. De esa desilusión es de donde lograrán salir más fuertes”.