Existe todo un subgénero de películas que tienen a un tipo digamos “normal” y un discapacitado. Por regla, el “normal” está estresado y ha perdido el gusto por vivir y gracias a ese contacto recupera la ilusión o la capacidad de valorar lo importante en la vida. En los últimos años, el superéxito de Intocable (Olivier Nakache, Eric Toledano, 2012) ha demostrado que la fórmula, aunque no sea demasiado original y se preste al ternurismo, suele gozar del favor del público cuando se hace con buen gusto y no se aprietan demasiado las tuercas.
En Mentes maravillosas, dirigida e interpretada por Alexandre Jollien y Bernard Campan, el primero interpreta a un discapacitado físico con una mente prodigiosa para la filosofía y el segundo al dueño de una funeraria. Jollien es en realidad un respetado filósofo suizo y el asunto de la película es cómo tendemos a pensar que esas personas son también menos inteligentes porque, como en el caso de Jollien, además de tener problemas motores no vocaliza del todo bien.
La paradoja del asunto es que Jollien es bastante más listo que la mayoría y eso también le permite una cierta distancia para juzgar el mundo con lucidez desde el lugar de los más desfavorecidos.
Sensible pero no sensiblera
Planteada como una road movie en la que el enterrador viaja con un coche fúnebre con un ataúd acompañado del filósofo, Mentes maravillosas no busca la sofisticación cinematográfica sino contar bien su historia, cosa que logra, gracias a una sensible pero no sensiblera aproximación al encuentro entre estos dos hombres solitarios. Canto a la amistad, a la diferencia, a no dejarse llevar por los prejuicios, con algunos violines pero sin pasarse, Mentes maravillosas no es la película más original del mundo pero hace llegar su “mensaje” gracias a la evidente honestidad con la que ha sido rodada.