Tras estrenar en HBO su esperado montaje de La liga de la justicia, película que tuvo que abandonar tras el suicidio de su hija y que el ínclito Josh Whedon convirtió en una broma de mal gusto, Zack Snyder estrena este fin de semana en cines y el 21 de mayo en Netflix Ejército de los muertos, película en la que regresa al mundo de los zombis que ya abordó en su primer filme, Amanecer de los muertos.
Si su debut en el cine se puede considerar un filme sobre no muertos canónico, bastante efectivo desde el punto de vista del entretenimiento y con un gozoso sentido del humor, ahora el director apuesta por la acción pura y dura, dándole una vuelta de tuerca a la tradición del género.
Los zombis han ido evolucionando con el paso de los años y si Danny Boyle los convirtió en gacelas rabiosas de las que era difícil escapar en 28 días después, aquí el director de 300 opta por ir un paso más allá al crear una especie de linaje superior con inteligencia y sentimientos, dominado por una especie de rey muerto, que convive con los zombis de toda la vida, los renqueantes, esos que se mueven a la velocidad con la que Marcelo hace un repliegue defensivo en el Real Madrid.
Hay más ingredientes en esta coctelera. En realidad, Ejército de los muertos es casi más una heist movie que cualquier otra cosa, ya que de lo que se trata es de que una pandilla de mercenarios y perdedores de toda clase se interne en Las Vegas, ciudad que ha sido confinada y declarada zona de cuarentena tras una infección zombie, para robar el botín de un Casino antes de que el gobierno lance una bomba nuclear sobre el lugar.
Por su puesto, antes de que arranque la acción, el director empleaba buena parte de los excesivos 148 minutos de metraje para mostrarnos cómo el protagonista que interpreta Dave Bautista recluta a su tropa para dar el golpe por petición de un millonario japonés al que se le ven de lejos las intenciones ocultas. Entre ellos, un hipster alemán bastante inútil en el cuerpo a cuerpo encargado de abrir la caja fuerte y que sirve de contrapunto cómico. También busca la carcajada la aparición de un tigre zombi que da lugar a alguna broma metacinematográfica.
Gore y acción
La película es más disfrutable cuando se lanza al gore y a la acción que cuando se centra en los personajes, todos ellos desarrollados con brocha gorda. Especialmente molesto es todo lo relacionado con la relación rota del protagonista y su hija (Ella Purnell), una chica bastante insufrible cuyas decisiones carecen de cualquier tipo de lógica o prudencia. No hubiera sido mala idea recortar por ahí, a pesar de que sea obvio que Snyder está intentando lidiar con su propia tragedia familiar en esta línea argumental.
Más efectiva es la puesta en escena de los rituales del nuevo linaje zombi y algo torpe los fragmentos en los que el filme parece querer hablar de nuestra realidad actual con ese campo de refugiados, con los muros que separan la zona de cuarentena del mundo y hasta buscando similitudes entre el coronavirus y el virus zombi. En realidad, la película no dice nada sobre estos temas.
Lo mejor del filme, en cualquier caso, son los momentos iniciales. Tanto el prólogo como la espectacular secuencia de créditos, de lo mejor que ha rodado Snyder, funcionan como un tiro y elevan las expectativas, que lamentablemente se hunden con el paso de los minutos. De hecho, en términos generales, se podría considerar el trabajo más impersonal del director, ya que a su férrea apuesta por la grandilocuencia acaba sepultada en buena parte del filme por un acabado visual que parece sacado de cualquier producto ramplón de Netflix. El cine de entretenimiento de Hollywood cada día sorprende menos.