En plena crisis del coronavirus, Icíar Bollaín (Madrid, 1967) nos propone una película luminosa y optimista sobre una mujer que decide quererse y escuchar sus más profundos deseos. La boda de Rosa, que inaugura el Festival de Málaga y se estrena este viernes en cines, tiene un poco de truco porque Rosa no se casa con nadie ya que lo hace consigo misma. El fenómeno de las “autobodas” surgió en Japón y se ha trasladado a todas partes del mundo como forma de celebrar la propia autoestima.
Ambientada en Valencia, cuenta la historia de Rosa (Candela Peña) una mujer que tiene “casi 45” y nunca ha dejado de desvivirse por los demás: su hija (expatriada en Gran Bretaña), su padre viudo con problemas de soledad, su hermano recién divorcidado con dos hijos pequeños o un trabajo en el que la explotan y se siente poco valorada. Cansada de tanto abuso, decide romper con todo —lo llama “apretar el botón nuclear”— e iniciar una nueva vida en Benicàssim como modista revitalizando el taller de su madre.
Nathalie Poza, brillando con su vis más cómica, y Sergi López, como maestro atribulado, interpretan a los hermanos de Rosa en esta película gozosa, inspirada en Berlanga y el cine clásico italiano, con la que la directora quiere realizar un canto a la vida en pleno Mediterráneo. Cuenta la cineasta, autora de películas tan exitosas como Te doy mis ojos (2013), También la lluvia (2010) o las recientes El olivo (2016) y Yuli (2018), que después de un duro confinamiento y en medio de esta crisis pandémica, el mensaje de asertividad y optimismo que transmite el filme es más necesario que nunca.
P. La idea de casarse con uno mismo tiene algo de estrambótico pero no es una comedia disparatada o un drama épico de autosuperación. ¿Quería tratar este tema con naturalidad?
R. Me parece una gran idea y queríamos reflejarlo con esa mezcla entre ingenuidad y determinación de la propia Rosa que transmite muy bien Candela Peña. Casarse consigo misma es un símbolo, no queríamos ponernos densos. La idea era hacer una película con humor y alegría, no una comedia estrambótica porque queríamos tratarlo dentro de una cierta normalidad. Eso lo conseguimos a través de unos personajes muy creíbles y viéndolo desde la ternura, la comprensión y el humor. No se trataba de ponernos muy dramáticos, aunque hay momentos muy emotivos.
P. ¿Somos todos víctimas potenciales de que abusen de nosotros?
R. Sobre todo cuando tienes un carácter generoso como el de Rosa te echas a las espaldas más de lo que deberías. A todos nos cuesta poner límites. Laboralmente está mal visto y en el ámbito familiar parece que el deber de los cuidados es ilimitado. Hay que aprender a poner límites y este problema lo sufren especialmente las mujeres porque se les exige que siempre estén disponibles para cuidar. Llega un punto en el que tú misma te autoexplotas. Dejar el trabajo tampoco es una cosa fácil, es el acto máximo de rebeldía.
P. ¿Se cumple aquello de que uno no puede querer a los demás si no se quiere primero a uno mismo?
R. Hay quien puede ver el acto de casarse con uno mismo como una muestra de egoísmo cuando es todo lo contrario. Cuando una está bien consigo misma, está mejor con los demás. Te vas desgastando con los años y hay que pararlo. Hay una cosa generacional, eso de “mamá ya renunció a hacer su propia ropa por nosotros y ahora me toca a mí”. Es como un ciclo que no se cierra porque ahora que Rosa quiere luchar por sus sueños tiene que volver a renunciar por sus nietos. Hay un punto en la vida en el que es muy fácil meterse en esa rueda de hámster y no te sales de allí.
P. ¿Es peor esa presión en el caso de las mujeres?
R. Hay una parte de los cuidados que nos cae a las mujeres. Creo que existen muchas Rosas en la vida, esas mujeres que son cuidadoras invisibles y que acaban siendo el corazón de todo sin que nadie se lo valore. Son gente que hace que las cosas funcionen y no se ve.
P. Sergi López, Nathalie Poza y Candela Peña forman un trío de hermanos muy creíble. ¿Cómo trabajó con ellos para que se creara esa fraternidad?
R. Es un trabajo de casting y luego ellos se volcaron. Con Nathalie, por ejemplo, estoy muy contenta porque tiene una faceta cómica fantástica y la vemos poco en ese registro. Los tres trabajaron mucho sus escenas juntos para sacar punta a sus frases y crear recuerdos comunes. Incluso creo que tenían un grupo de WhatsApp familiar. Es una familia que se quiere, un poco disfuncional, pero están todos allí cuando hay que arrimar el hombro. Todos se han ido acostumbrando a abusar de ella pero cuando da un golpe en la mesa, la apoyan.
P. Rosa aprieta el “botón nuclear” a los “casi 45”. ¿Nunca es tarde para perseguir aquello por lo que soñamos?
R. Pasas una cima a partir de los 40, que se acentúa a medida que llegan los 50, en la que te preguntas por lo que queda por delante, dónde estás y dónde quieres estar. En el caso de Rosa, es posible que si el padre no se hubiera metido en su casa no se hubiera hecho esta pregunta. De todos modos, ese “botón nuclear” tampoco es una locura, no entra y roba un banco. Está en ese momento en el que su hija ya es mayor, no tiene cargas, y quiere un cambio de vida en un sitio más pequeño intentando hacer lo que le gusta. Creo que es algo con lo que todos nos podemos sentir identificados. Sus hermanos tampoco están mucho mejor. El personaje de Nathalie bebe para anestesiarse y el de Sergi López va corriendo siempre sin llegar a ninguna parte. Me gusta que se llame “Armando” porque siempre está armando cosas. Es un hombre que no para de trabajar y de planificar hasta que su propia mujer le dice “basta”. De repente, Rosa piensa que es su momento.
P. ¿La crisis del coronavirus nos ha obligado a todos a hacernos esta pregunta?
R. Ha habido un frenazo, mucho dolor, muerte, miedo, incertidumbre… Estamos en un escenario muy distópico que algún día tendrá que acabar porque no puedes paralizar la actividad en la vida, hay que seguir. Jamás se te ocurre que se va a acabar todo y es una situación muy bestia con las ciudades a medio gas y la crisis económica que se avecina.
P. Como Rosa de su crisis personal, ¿saldremos mejores de esta?
R. No lo sé. Con la distancia vemos que se han puesto en valor cosas que ya sabíamos que lo tenían pero quizá no éramos tan conscientes, como la sanidad pública y la labor de los sanitarios. Hemos visto también cómo los profesores se han puesto las pilas para estar conectados por Internet con sus alumnos y no dejarlos desatendidos. Hemos visto muchos gestos de solidaridad y de otros tipos que hacen que valoremos la sanidad y la educación, cosas que no son posibles si no vivimos en comunidad. Luego vemos otras cosas más terribles, como que no es verdad que el virus afecta a todos, porque ha habido mucho más en los barrios pobres que en los ricos. Vemos también la peor cara de la precariedad. En el Reino Unido, donde vivo, después del Brexit no van a dejar volver a entrar a muchos enfermeros, repartidores o cajeros de supermercado que estuvieron en primera línea durante lo peor de la pandemia porque no ganan lo suficiente. Por desgracia, el virus también revela verdades como ésta.
P. Volvamos a La boda de Rosa. Después de El Olivo, regresa a Valencia. ¿Por qué le gusta tanto?
R. Cuando escribes una historia el lugar te aporta muchas cosas. Valencia me permite rodar en el Mediterráneo, soltar petardos y tener una boda con una banda. Dentro del tono positivo que le queríamos dar a la historia, tenemos ese tono berlanguiano, con un punto italiano con esa música como de Nino Rota. Me gusta ese cine dicharachero de la tradición latina. Esa escena de inicio, por ejemplo, en la que Rosa corre y corre y no puede parar mientras se le aparece todo el mundo que conoce es muy berlanguiana. Es como lo de que mezclen el catalán y el castellano, le da sabor a las cosas, enraiza la historia.
P. El personaje de la hija veintañera de Rosa, madre de dos niños, que vive en Manchester, es un clásico suyo, ya rodó un documental (En tierra extraña, 2014) sobre la experiencia de los jóvenes españoles que se tuvieron que marchar durante la última crisis. Como expatriada en Reino Unido, ¿es un personaje con el que se siente identificada?
R. Me da ternura esa hija de Rosa, veo mucha presión de los propios padres en estos emigrantes, quizá con la mejor intención, pero estos jóvenes llevan esa carga sobre las espaldas. Me gusta ese momento en el que la hija le dice eso de “no soy emprendedora…” porque no tiene por qué serlo. Existe esa presión de que si no encuentras trabajo es porque no quieres.
P. Hay un trabajo de fotografía muy cuidado, por ejemplo, en el taller que había pertenecido a la madre. ¿Quería retratarlo como un lugar mágico?
R. El taller es un personaje de la película. No queríamos que se viera como un lugar abandonado sino como un sitio al que volver. Rosa va a encontrarse con ella misma. Queríamos darle mucha personalidad y que fuera ese lugar que la lleva a la infancia.