"No soy una leyenda, estoy viva", explicaba Agnès Varda (Bruselas, 1928) en el acto con el que la Berlinale ha querido homenajear a la nonagenaria cineasta entregándole una de las Cámaras de Honor de su 69 edición. Pero acaso no hacía falta tal afirmación pues, como muestra de vitalidad, Varda ha acudido al festival con una película bajo el brazo que presenta nada menos que en la sección oficial, aunque fuera de concurso: Agnès par Varda. Eso sí, este documental, en el que la directora de Los espigadores y la espigadora (2000) explica desde el escenario de un teatro su concepto del cine y su método para abordar los rodajes, será el último de su excelsa filmografía.
Eso no quiere decir que Varda vaya a jubilarse pues asegura en la rueda de prensa de Berlín que continuará trabajando en instalaciones artísticas. Esta disciplina, que lleva años practicando, estaba en el corazón y en el desarrollo de su anterior filme, Caras y lugares (2017), por la que recibió una nominación al Óscar al mejor documental el mismo año que le entregaron el Óscar honorífico. Una película muy celebrada por la cinefilia que dirigió a cuatro manos con el artista JR.
En Agnès par Varda, la realizadora construye un relato sobre su propia cinematografía a partir de las charlas que ha impartido a lo largo y ancho del mundo en los dos últimos años, con extractos de películas como La pointe courte(1954) o Cleo de 5 a 7 (1962) y entrevistas a actores y cineastas con los que ha trabajado, como Sandrine Bonnaire. "La gente que me rodea me fascina", explicaba Varda en la rueda de prensa. "No importa dónde se encuentre. En las calles de mi barrio de Paris, en Nueva York, sean los protagonistas de mis historias o gente corriente que me surge por una esquina".
Figura trascendental de la Nouvelle Vague, Varda clausura así seis décadas dedicadas a un cine tan sencillo como elegante, tan ligero como profundo, que se ha sostenido en la experimentación, la mezcla del documental y la ficción, la aproximación autobiográfica a los temas que aborda, la subjetividad, la adecuación de fondo y forma, la preocupación por los marginados de la sociedad y la reivindicación del feminismo. "Nunca he hecho películas políticas, sencillamente me he mantenido en el lado de los trabajadores y de las mujeres", opina Varda.
En Agnès par Varda, vemos imágenes de películas como La felicidad (1965), Una canta, otra no (1977) o Sin techo ni ley (1985) -León de Oro del Festival de Venecia- o su documental sobre los Black Panthers de 1968. Pero también hay espacio para su trabajo puramente artístico: "Si se fijan, la película se divide en dos partes, la del siglo XX y la del XXI. En la primera soy más bien cineasta, en la segunda, artista", comenta Varda. Sea por una u otra faceta, y sobre todo por su manera profundamente humano de encarar su trabajo, Varda es ya una leyenda. Aunque ella sigue reivindicando su espacio en este mundo.