La directora francesa Agnes Varda.



Agnès Varda, que tiene 84 años y que es un clásico vivo del cine, responde a una entrevista por mail y, tras contestar la última pregunta, se disculpa por no haberlo hecho en español. Es un detalle de la categoría de la decana del cine francés. Pocos colegas suyos lo harían. Es raro que un periodista que haya hablado con ella no destaque luego su dulzura. Antes de sus disculpas (innecesarias, por supuesto), y como conclusión al fondo del que dota a todas sus reflexiones, concede una última frase: "Déjame contar las olas, puesto que amo las orillas" y luego hace un juego de palabras y cambia "olas" (waves, en inglés), por "formas" (ways). Es una síntesis perfecta de su trayectoria artística, que se inició con la fotografía, creció en el cine y que hoy, en lo que ella llama su "tercera vida", combina ambas disciplinas para crear arte audiovisual.



Así que Varda, como ella se define, es una mujer sentada en la arena frente al mar, buscando la elipsis en el oleaje, la forma nueva con la que convertir su mirada en preguntas para otros contempladores. Su obra ha ido siempre a la caza de nuevas vías, como sucedió cuando en los primeros 60 hizo historia rompiendo la tradición con Cleo de cinco a siete, preciosa obra rodada a tiempo real y película parlante sobre el París de su tiempo. En torno a esta obsesión suya por hallar nuevas formas se construye la retrospectiva que le dedica el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, en la que bajo el título Las dos orillas de Agnès Varda se muestran piezas de la artista a fin de construir una imagen global de una obra que se basa, también, en el cruce de caminos entre disciplinas.



Está contenta la directora con el lugar donde se mostrarán sus obras. La sede del CAAC es un monasterio cartujano acotado por agua que casa bien con su arte. Junto a Juan Antonio Álvarez, elaboró Varda una selección de piezas entre las que se encuentra la gran instalación Las viudas de Noirmoutier, que ocupa un lugar prioritario en la muestra. "La selección es una colaboración entre el comisario y el artista. Es divertido imaginar una exposición. Victoire di Rosa, del Instituto Francés, compartió conmigo y con mi hija Rosalie la perfecta distribución para la muestra. A ver qué tal queda, yo espero que guste", comenta. Lo demás, fue coger de aquí y de allí hasta dar cuenta de sus tres etapas artísticas, a priori fáciles de distinguir pero luego mezcladas entre sí:



- He tenido tres vidas. La primera como fotógrafa, la segunda como cineasta y esta como artista audiovisual. Es fácil hacer está distinción aunque luego, en la vida real, lo cierto es que mi obra es un constante cruce de caminos. Hago películas, documentales o de ficción, cortos o largos. Tomo fotografías, vuelvo a hacerlo de nuevo. Escribí y escribo. Siempre busco nuevos caminos de proyección de filmes e imágenes y puedo cocinar perfectas mezclas insólitas. Pero lo que es nuevo en mi vida es ser invitada a galerías extranjeras, museos y otros lugares del arte cuando antes sólo me llamaban para festivales y proyecciones, por eso esta etapa es diferente.



Es cierto que sus obsesiones y la utilización de distintos soportes para explorarlas ha sido una constante en su trayectoria. Como, insiste, lo ha sido el mar, que también forma parte de la exposición del CAAC. Confirma ella que no le interesa como elemento para nadar o ir en barco ni para pescar o hacer surf. No, lo de Varda, y lo explica con una sencillez casi naif, es el mar desde la orilla, como verdad absoluta:



- Lo que me gusta es contemplarlo desde la tierra, desde la arena. Me interesa ese punto en el que eres capaz de ver los tres elementos a la vez: el cielo, que es el aire; el mar, que es el agua; y la arena, que es la tierra. Con ello siento que tengo ante mí la trilogía esencial.



También ligada al mar está la pieza Las viudas de Noirmoutier, que ocupa por deseo de la artista un lugar preponderante en la muestra y que recoge imágenes de las viudas de los marineros de esa isla. Ella, que también perdió a su marido, el cineasta Jacques Demy, se siente una de ellas:



- Empecé a ir a la isla de Noirmoutier junto a Jacques Demy a principios de los sesenta. En aquella época nos compramos un molino de viento y comenzamos a pasar temporadas allí. Nos gustaba mucho ese lugar... luego Jacques murió y yo seguí yendo con mis hijos y mis nietos. Ahora siento que soy parte de las viudas de la isla, aunque la mayoría los maridos de ellas eran marineros y pescadores. Construí la pieza The widows of Noirmoutier conociéndolas y filmándolas con una pequeña cámara. Está concebida como una gran fotografía y a la vez filmada profesionalmente. ¿Lo ve? Puedo mezclar cine, vídeo y foto con 14 sillas. Disfruto mucho combinando estas artes, del espacio de conexión entre ellas. Todas juntas hacen una instalación.



En realidad será el espectador el que busque el sentido a estas imágenes que exhibe a modo de trípticos y, así, con todas sus piezas: preguntas que buscan nuevas preguntas. ¿Pero cuáles son los interrogantes fundamentales de su trabajo? Varda niega que exista un leitmotiv:



- Es la persona situada frente a la imagen la que ha de encontrar las preguntas. Una pintura o una fotografía no existen fuera de la mirada del espectador. Creo arte porque me hago preguntas sobre la representación e intento llegar a la gente y compartir sorpresas, emociones y una mirada original. Pero no doy respuesta alguna, son sólo proposiciones.



Al margen de la exposición, no se puede dejar de preguntar a la "dama" de la Nouvelle Vague por su filmografía, a la que el Festival de Sevilla también dedica una retrospectiva. Su irrupción en la cinematografía de su país se produjo en un momento en el que Francia podía presumir de hacer las mejores películas del mundo. ¿En qué ha cambiado el cine francés y el cine en general desde la época dorada en la que ella empezó a rodar?



- Necesitaría escribir una novela para contestarte a estas cuestiones. Los directores franceses de los sesenta fuimos lo bastante afortunados como para que entonces no hubiera ningún otro país proponiendo un cine nuevo o una nueva manera de filmar. Hoy, en cambio, las películas interesantes vienen de 40 países diferentes por lo menos y cada mes aparece una nueva promesa en la dirección. La competencia es mucho más dura que entonces, nosotros pudimos disfrutar de un éxito pacífico.



A pesar de que reconoce la dificultad para hacer algo nuevo hoy, Varda no es apocalíptica ni se pierde en el bucle de la crisis del cine. Rotunda, afirma: "El fin del cine no sucederá pronto. Aunque las técnicas y la relación entre imágenes y audiencias están cambiando y cambiarán, no hay necesidad de jugar al mito de Cassandra". Es un juicio fiable el suyo, en los últimos 50 años Varda ha asistido a todos los cambios del séptimo arte, al menos del europeo, como testigo. Porque Varda es un clásico, ¿no? - Mi película Cleo de cinco a siete fue seleccionada en Cannes en 1962 y el mismo festival, 50 años después, tras su restauración, la incluyó en su sección Clásicos de Cannes. Supongo que eso significa que mi película es un clásico, pero yo me veo a mí misma como una buscadora, siempre atenta para encontrar nuevos caminos dentro del lenguaje cinematográfico.



Y un apunte más, vive Varda con la suerte de que su cine siga vivo y aún se proyecte en distintos ámbitos, muy jóvenes algunos. ¿Es esta la mayor suerte para una directora, que su cine le sobreviva? - Sí, lo es. Es lo más importante.