Alexandra Borbély protagoniza En cuerpo y alma, de Ildikó Enyedi
Ganadora del último Festival de Berlín, la película húngara En cuerpo y alma es la más insólita de las comedias románticas. Cuenta la historia de amor entre dos seres que parecen destinados a odiarse más que a amarse. Por una parte, el maduro y carismático dueño de un matadero (Morcsányi Géza). Por la otra, la minuciosa inspectora de calidad (Alexandra Borbély) que tiene amargado al empresario con su precisión y exigencias. Un romance, además, que se produce en un entorno a priori tan poco romántico como un matadero, donde con frecuencia la directora, Ildikó Enyedi, nos muestra imágenes de los cuerpos de los animales desollados y de vísceras sangrantes, una estampa que sin duda nos remite a esa idea de lo corporal expresada en el propio título que contrasta con los anhelos espirituales de los protagonistas.Esos anhelos espirituales se expresan mediante los sueños. Durante todo el filme vemos escenas de bucólicos ciervos pastando en un bosque. En un momento determinado, descubrimos que esas imágenes pertenecen al inconsciente de la pareja protagonista porque son una plasmación de sus sueños. No solo eso, también descubrimos, con ellos, que ambos sueñan exactamente lo mismo todas las noches, lo cual viene a dar un significado nuevo al concepto de "alma gemela". Ante tan tremenda casualidad, los antiguos rivales no tienen más remedio que enamorarse aunque lo suyo, claro, es un amor que surge de un lugar extraño. Y ya lo dice el propio título, somos cuerpo pero también alma, o al revés, y no siempre es fácil que ambas dimensiones se pongan de acuerdo.
No deja de ser curioso cómo, quizá es casualidad, tras una larga sequía en el desierto parece que el viejo psicoanálisis de Freud y sus discípulos regresa con más fuerza que nunca. Aún en cartelera, La cordillera, de Santiago Mitre, nos propone un viaje al subconsciente de la protagonista a través de la hipnosis. Hace poco, François Ozon nos proponía más de lo mismo en El amante doble, donde todo el filme podía entenderse como una exploración del "ello" de la turbulenta protagonista. El pasado viernes, con el estreno de Mi vida en la Borgoña, el director, Cédric Klapisch, comentaba que en su aproximación al eterno conflicto generacional le habían influido las enseñanzas de su madre psicoanalista. A finales de agosto llegaba a nuestras pantallas la rumana Ana, mon amour, de Calin Peter Netzer, planteada como una larga sesión de psicoanálisis del protagonista.
Como sabemos, el filósofo Slavoj Zizek es el gran valedor del psicoanálisis para analizar el cine y a ello le ha dedicado dos películas. Nos contaba Ozon con motivo del estreno de El amante doble que las teorías de Freud llevan décadas de desprestigio y que nada hacía pensar que fuera a cambiar. El mundo de los sueños, sin embargo, ha sido una rica fuente de inspiración para los cineastas de todas las épocas y sin irnos muy lejos en los últimos años hemos visto películas que se acercan a este universo tan estimulantes como Origen (2010) de Christopher Nolan, en la que la tecnología de Hollywood se pone al servicio de lo onírico, o la sensacional Mullholand Drive (2001), de David Lynch, el director que mejor ha sabido plasmar cinematográficamente el mundo del subconsciente.
Dice el director tailandés Apichatpong Weerasethakul que seguimos presos de un cine lineal y narrativo demasiado deudor de la literatura y el teatro y que está por llegar un cine que supere esas cortapisas para ser fiel reflejo de la verdadera experiencia de estar vivo. Es una verdad a medias porque más allá del caos y la incertidumbre, el hombre crea narrativas racionales para explicarse a sí mismo y lo que le rodea. Sí existe, está claro, un enorme potencial cinematográfico para acercarse al mundo de lo ignoto. Parece que el cine contemporáneo puja cada vez con más fuerza para develar esos misterios. Nos cuentan el neurólogo Jordi Montero o el ensayista Raoul Martínez en sus últimos libros que la neurología moderna parece confirmar la vieja sospecha de Freud de que existe un subconsciente. Y el cine, como todas las artes, hace bien en asomarse a ese abismo.
@juansarda