Una imagen de Mi gran noche
El cineasta fija su mirada en la telebasura para ofrecer un totum revolutum de su filmografía en Mi gran noche, una película excesiva planteada como un vodevil clásico que se ha estrenado en el Festival de San Sebastián. La estrella de la sección oficial este fin de semana ha sido Sunset Song de Terrence Davies.
Ambientaba esa película en los años de la transición y no es, por tanto, extraño que de la Iglesia fije su mirada en la telebasura, un mundo que ya comenzó a tratar en aquella no excesivamente inspirada La chispa de la vida (2011) que tenía un cierto sabor a encargo. Mi gran noche es como un totum revolutum de todo el universo del cineasta: no solo el show business, también lo choni, el esperpento, la inspiración en el cómic clásico con esos golpes tremendos que se meten los personajes y de los que salen ilesos, el odio y la envidia como características patrias más sobresalientes, la cutrez hispánica aplicable a todos los campos, desde el maltrato laboral hasta el chapucerismo profesional, la omnipresencia aún de la religión con esa vieja que carga una cruz y que solo verla dan ganas de morirse de la risa...
Todo lo ha metido Álex de la Iglesia en una película excesiva como todas las suyas planteada como un vodevil clásico en el que todos los personajes son unos farsantes y todos tienen algo que ocultar. Con la presencia carismática de Raphael, que está gracioso e incluso creíble como estrella de la canción tiránica e insoportable, Mi gran noche es una película casi siempre divertida, en la que uno se ríe y por momentos mucho (hay chistes como el de "Alfonso el del gimnasio" desternillantes) y donde el director sigue demostrando su buen ojo para recrear arquetípicos patrios como esas chonis tronchantes o esa Blanca Suárez siempre hiperexcitada y teatral que es reconocible e intensa.
Pero no todo funciona. Algunas tramas, como la del cantante latino al que quieren estafar son poco originales y la propia actuación de Mario Casas (que siempre está mejor haciendo comedia que drama) riza demasiado el rizo. Por momentos, da la impresión de que Álex de la Iglesia se lo pasa demasiado bien con sus propios chistes y trabajando con sus actores predilectos (sumen Hugo Silva, Carolina Bang, Santiago Segura, Carmen Machi, Carlos Areces o Luis Callejo) y a veces parece que se le olvida que además de pasárselo bien haciendo su película se trata de que después la disfrute el público. Lo mejor es verla sin hacer demasiadas preguntas y disfrutar de sus momentos más inspirados.
Una imagen de Sunset Song
La estrella de la sección oficial ha sido Sunset Song, de Terrence Davies, aclamado director de filmes muy personales con un marcado tono poético como su trilogía sobre su ciudad natal, Liverpool, o The Deep Blue Sea. La película cuenta la historia de una familia campesina sometida a la tiranía de un padre severo e iracundo al que da vida Peter Mullan. La modelo Aygness Deyn, de una belleza realmente asombrosa, es la narradora de esta trágica historia familiar en la que la dureza y aridez del paisaje del norte de Escocia se corresponde con la de una familia aterrorizada por esa figura implacable. Sunset Song empieza siendo una buena película y Davies logra que nos sintamos identificados con esos dos chavales que sufren lo suyo por culpa de un padre loco y malvado. Con un tono de tragedia, cuando parece que todo va a ir bien, el padre muere y la joven se enamora, la primera guerra mundial trunca sus planes. Y de pronto, a Davies la película se le va de las manos para ir avanzando hacia lo inverosímil. Tenía razón Carlos Reviriego cuando en Toronto decía que hay un error de cásting con el marido de la protagonista y no se acaba de entender muy bien por qué el director se empeña en que sus personajes sean tan desgraciados. La película pasa de Malick a tener un tono que recuerda al realismo crudo de Bertolucci y se pierde por el camino.También en sección oficial, 21 noches con Pattie, película francesa hasta la médula dirigida por los hermanos Larrieu. A los franceses les gusta el campo y desde aquella Una partida de campo (1936) de Renoir hasta El romance de Astrea y Celadón (2007) de Rohmer, sabemos que la naturaleza se presta a la desinhibición de las bajas pasiones. Una señora de 40 años, Isabelle Carré, burguesa y parisina, casada y madre de familia viaja a un pueblo para enterrar a una madre a la que apenas conoció. Allí se encuentra con Pattie, la mujer que cuida la casa. El trámite se prevé rápido y poco traumático pero el cadáver de la madre desaparece y la urbanita no tiene más remedio que quedarse encerrada en un caserón en medio del bosque mientras escucha hablar a la tal Pattie, aficionada a deleitarse detalladamente en todos sus encuentros sexuales. Y mientras, la madre muerta reaparece como un fantasma y el bosque se convierte en el laberinto emocional que la protagonista deberá sortear. En la película, los directores lo mezclan todo: comedia, provocación sexual, drama existencial con toques metafísicos e incluso necrofilia. Demasiado larga, es cierto que a la película se le acaba el chiste y no queda muy claro qué quiere contar, pero hay un canto a la libertad interesante, un espíritu juguetón y provocativo que nos conmina a ser audaces y romper tabúes sobre la sexualidad y el duelo interesante.
Veo en Perlas Anomalisa, de Charlie Kauffman (el guionista de Cómo ser John Malkovich) y Duke Johnson. Recibida en el Festival de Venecia hace un par de semanas como una obra importante, hay belleza y hay verdad en esta historia contada con marionetas de stop motion que pretende, y consigue, captar el angst del mundo contemporáneo. Tiene como protagonista a un señor de unos 50 años bien parecido que se gana, muy bien, la vida dando charlas de motivación a teleoperadores. La paradoja del personaje, bien casado y con un hijo, es que su trabajo es animar a los demás mientras su propio ánimo está por los suelos. Todo esto lo capta el filme con sutiles matices que revelan la furia que consume a un personaje de apariencia modélica pero que se irrita constantemente.
Tiene Anomalisa una de las escenas más extrañas del cine reciente en la que las marionetas de los personajes protagonizan una escena de sexo tan triste como conmovedora. Recuerda este filme a aquel Up in the Air en el que George Clooney interpretaba a un personaje similar, un solitario moderno, un viajero incansable incapaz de establecer relaciones duraderas, siempre en movimiento como forma de huir de sí mismo. Pero el Michael Stone de Anomalisa está casado, tiene una familia y como el Clooney de aquel filme goza de una posición acomodada. Su soledad y su rabia son íntimas, son retazos de un desgarro interior y de una frustración no del todo definida que el filme expresa con sabiduría y hondura.
Una imagen de Sunset Song
@juansarda