ONCE
Director: John Carney
1 noviembre, 2007 01:00Alaistair Foley y Catherine Hansard, en la noche dublinesa
De cuando en cuando, se asoma a las pantallas una película como esta pequeña producción irlandesa independiente, avalada por Festival de Sundance, difícil de definir por su sencillez, que deja una paradójica sensación de plenitud, de conseguir lo máximo con lo mínimo, poco más que una preciosa historia con más sugerencias que acontecimientos, un puñado escaso de actores y, sobre todo, un tono, una forma personalísima de narrar con naturalidad, un aliento lírico despojado de cualquier atisbo de afectación, al ritmo, literalmente, de unas cuantas canciones que suplantan en unos casos a los diálogos propiamente dichos y en otros la voz del narrador. La música es la esencia de este relato que se centra sobre el encuentro casual de dos personajes, un cantante callejero y una vendedora de rosas, que se sienten tímida pero inequívocamente atraídos, una hermosa historia de amor no precisamente fou, moderada, contenida, aplazada, quién sabe si indefinidamente, por el peso de la realidad y el pasado de cada uno de ellos. Hay verdadera emoción, una mezcla de solidaridad, de exaltación y de melancolía, en el descubrimiento de los respectivos universos, descarnadamente reales y reconocibles, de estos dos náufragos perdidos en distintas corrientes de un mismo océano.El chico, ninguno de los dos personajes responde a un verdadero nombre, canta en las calles de Dublín las canciones que él mismo compone en los ratos libres que le deja el trabajo de reparador de aspiradoras en el desvencijado taller de su padre. Ella es una joven inmigrante checa que, además de sobrevivir con un inimaginable panorama familiar, practica con los pianos de una tienda de instrumentos.
Los dos, unidos por una ensoñación musical que sublima otras emociones, se alían provisionalmente en la grabación de una serie de canciones de él, con la colaboración cómplice de unos cuantos músicos y un técnico de sonido, y el resultado materializa el testimonio de su especialísima relación. Eso es lo máximo que se puede contar sin desarticular la capacidad de sorpresa sobre esta bella y singular Once, en alusión a hipotética, única y especial oportunidad de, tal vez, enamorarse de verdad en la vida de cada cual. El actor protagonista, Glen Hansard, es o fue el líder del grupo irlandés The Frames, y el director John Carney le acompañó durante un tiempo como bajista, su trabajo parece surgir, al menos en parte, de una añorada experiencia común y ese estado de ánimo logra instalarse en cada segundo del relato, en el desencanto y en la esperanza de los personajes, en la manera de mirarse, de compartir el plano, de callarse lo que por momentos están a punto de decir. John Carney habla en las entrevistas promocionales de homenaje a las viejas comedias musicales pero eso, aun siendo parcialmente verdad, puede resultar equívoco.
Es difícil buscar referencias o antecedentes que ayuden a imaginar lo que sus imágenes evocan, si acaso, y con todas las precauciones, se puede relacionar muy tangencialmente con ciertos aspectos de lo que viven juntos Julie Delpy y Ethan Howke en Antes del amanecer (1995) o, más tangencialmente todavía, Audrey Hepburn y Gregory Peck en Vacaciones en Roma (1953) y en el extremo, el vagabundo y la ciega de Luces de la ciudad (1931) del mismísimo Chaplin.