Terence Davis presenta "La casa de la alegría"
"Me aterra de una manera visceral la falta de dinero"
18 octubre, 2000 02:00Con su peculiar sentido del humor, el cineasta británico asegura tener "una visión muy trágica de la vida, heredada de los melodramas de los años cincuenta", por lo que no deben sorprender las altas dosis de tragedia y drama implícitas en La casa de la alegría. Fue precisamente este elemento trágico el que decidió a Davies llevar la novela a la pantalla: "Intervinieron dos razones principales. En primer lugar por la temática, la pobreza, con la que me identifico plenamente teniendo en cuenta mis orígenes tan humildes; en segundo lugar, porque se trataba de un libro muy cinético".
Estructura dramática
La trama se centra en Lily Bart, una chica de la alta sociedad del Nueva York de principios de siglo a la búsqueda desesperada de un marido adinerado, y está construida sobre un ritmo narrativo donde la inminencia del drama es cada vez más latente. Tal y como explica Davies, el uso de esta estructura dramática in crescendo, le permitió elaborar un filme carente de sentimentalismo fácil: "Lo que quiero es que el público se conmueva como yo me conmoví con el libro, mi intención no es provocar la lágrima facilona. A mi entender es mucho más difícil conmover al público que hacerle llorar".
El telón de fondo argumental supone un regreso al tema más recurrente del cine de Davies: la cuestión financiera. "He de reconocer que la huella que ha dejado impresa en mi subconsciente mis orígenes familiares, es algo que jamás superaré. Me aterra de una manera visceral la falta de dinero. A pesar de que la protagonista no llega a una situación tan extrema como la que yo sufrí, hay que ponerla en contexto para comprender su tragedia. Sus orígenes son de clase alta, y termina en una situación para la que ha tenido que cruzar un abismo. En este sentido, trato una temática muy moderna... cuánto dinero tienes y cuál es tu aspecto físico", aclara el director.
Para describir su labor de direción, Davies se considera "un meticuloso exacerbado", que no sólo planea hasta el último detalle de rodaje, sino que diseña personalmente un story-board de cada escena. "El problema -explica Davies- es que cuando tienes entre manos un presupuesto limitado, hay que planificar muy bien el proceso de realización. Sólo de esta manera puedo permitirme el lujo de jugar con mi libertad. No podíamos permitirnos montar escenarios a escala real, así que recreamos solamente las partes que recoge el encuadre de la cámara. Esto lo hice porque sabía perfectamente el diseño de cada es- cena". Pero la mayor presión a la que se enfrenta, según reconoce, no es la limitación de presupuesto, sino que se le niegue el final cut de sus películas. "Debo confesar que no me gusta nada. Aunque tengo entendido que ni un director de la importancia de Scorsese goza de ese privilegio", añade.
Ruptura de convenciones
No resulta gratuito el hecho de que Davies mencione a Martin Scorsese, ya que también éste adaptó una novela de Edith Wharton: La edad de la inocencia. Ambas adaptaciones son muy distintas, lo cual responde a una decisión intencionada: "No quería hacer uso de la voz en off como hizo Scorsese, y al prescindir de este elemento, se me presentaron varios problemas, ya que la acción se arroja puramente a la interpretación de los actores, y para ello es necesario tener una historia muy poderosa. El contenido entonces pasa a dictar la forma".
Aunque la gran sorpresa interpretativa recae sobre Gillian Anderson, el resto del reparto, compuesto por nombres bien conocidos, está elegido en lo que podríamos definir una ruptura de convenciones. Un ejemplo claro es Dan Aykroyd, al que Davies ha colocado en un papel muy distinto al que nos tiene acostumbrados el convulsivo miembro de los Blues Brothers. A este respecto, el director asegura que no guarda ninguna intención escondida, sino que sigue sus instintos sin dejarse llevar por las reglas del casting. "Cuando llevo a cabo las pruebas, a los cinco minutos ya sé si se trata de la persona adecuada para el papel. Es una cuestión visceral, que no tiene nada que ver con el papel al que el actor está encasillado, o a lo que su agente le gustaría ver en pantalla", concluye Davies.